martes, octubre 16, 2007

Julian Schvindlerman, Iran, la bomba y el mundo libre

martes 16 de octubre de 2007
ORIENTE MEDIO
Irán, la bomba y el mundo libre
Por Julián Schvindlerman
El presidente iraní sigue exhibiendo su radicalismo. Numerosos israelíes están a merced de los cohetes que lanzan contra sus ciudades unas agrupaciones terroristas patrocinadas por Teherán. Los soldados norteamericanos mueren en Irak y Afganistán a manos de milicias armadas por Irán. El régimen de los ayatolás anuncia haber dado un paso más en su ruta hacia la nuclearización. Así las cosas, la ONU no hace otra cosa que emitir nuevas y frágiles resoluciones. Cada vez resulta más claro que la comunidad internacional parece haberse resignado a la pronta realidad de un Irán nuclear.
Las disparatadas afirmaciones del presidente iraní ("El Holocausto es un mito"; "No hay homosexuales en Irán"), sus peligrosas amenazas ("Israel debe ser borrado del mapa"; "Irán será nuclear, lo quieran o no"), así como las excentricidades varias organizadas por Teherán (desde la conferencia Un Mundo Sin Sionismo, en 2005, hasta la competencia de caricaturas negadoras del Holocausto, en 2006) y el progreso en su programa nuclear, han generado mucha conmoción mediática y una considerable actividad diplomática, pero hasta el momento no han despertado la determinación necesaria para frenar de una vez las ambiciones abrumadoramente hostiles del régimen teocrático iraní. Ambiciones, cabe acotar, globalmente publicitadas por Teherán.

Ya pasaron cinco años desde que el proyecto nuclear iraní fuera objeto de la atención mundial, luego de una denuncia efectuada por opositores al régimen de los ayatolás. Durante el período 2003-2005 Francia, Alemania y Gran Bretaña probaron la vía diplomática suave, esto es, el diálogo, el ofrecimiento de incentivos, las concesiones comerciales, etcétera, pero con ello no lograron disuadir a Teherán de alcanzar su objetivo nuclear. Moscú llegó a ofrecer a los ayatolás enriquecer uranio iraní en suelo ruso, pero éstos se negaron. Para cuando Washington logró derivar el dossier iraní al Consejo de Seguridad de la ONU y que se adoptaran dos resoluciones condenatorias, la república islámica ya había logrado enriquecer uranio en más de tres mil centrifugadoras, y la confianza de Ahmadineyad en sus fuerzas era tal que pudo despreciar dichas resoluciones y aseverar que su país sería, tarde o temprano, nuclear.

La oposición de Rusia y China a la imposición de nuevas y más duras sanciones a Teherán es tan firme que Estados Unidos, junto con su nuevo aliado, la Francia de Nicolas Sarkozy, está explorando nuevos canales sancionadores fuera del marco de la ONU. Aun así, y según ha informado el Wall Street Journal, dichas sanciones no incluirán, al parecer, la importación iraní de combustible refinado, que representa el 40% de su consumo interno y es, por razones obvias, el gran talón de Aquiles del régimen de los ayatolas.

Incluso en Washington subsiste la corriente apaciguadora: cuando, recientemente, la Casa Blanca quiso designar a la Guardia Revolucionaria Iraníes como una organización terrorista, el Departamento de Estado se opuso; de hecho, trabó la iniciativa por aprehensión a la repercusión que podría tener en algunas cancillerías.

La brecha entre declaraciones ofuscadas y acciones prácticas puede ser especialmente apreciada en la política iraní de la Alemania de Angela Merkel. Durante su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Merkel comparó a Ahmadineyad con Adolf Hitler. No obstante, apenas una semana antes su Ministerio de Economía había patrocinado una feria que tenía por objeto promover los lazos comerciales entre compañías alemanas e iraníes.

Alemania es uno de los principales socios comerciales de Irán: el año pasado exportó a la república islámica por valor de 5.000 millones de dólares. Según Yossi Klein Halevi, corresponsal en Israel de la revista The New Republic, son cinco mil las firmas alemanas –entre ellas BASF, Siemens, Mercedes y Volkswagen– que siguen operando en esa teocracia musulmana.

Ya he criticado la visita de la Orquesta Sinfónica de Osnabruck a Teherán. Músicos alemanes tocan para los ayatolás, empresas alemanas comercian con Irán bajo el patrocinio del Gobierno alemán: todo esto no cuadra muy bien con la vehemencia desplegada por la Merkel en la ONU. China y Rusia, al menos, no fingen.

El problema no es la hipocresía alemana, o no sólo: durante el período 2000-2005, el comercio entre la Unión Europea y la República Islámica de Irán prácticamente se triplicó. Irán destinó el 70% de esos ingresos a su programa nuclear.

La ambivalencia occidental es ubicua. Muy simbólicamente quedó reflejada en la abominable invitación de Columbia al líder iraní y en la esquizofrénica recepción que le dio el presidente de esta universidad: le tachó de "mezquino y cruel dictador"... antes de cederle el turno de palabra y concederle una inmerecida legitimidad. Lo más grave fue que Columbia, al invitar a un incitador del aniquilamiento de Israel, ha venido a decir, si bien involuntariamente, que apoyar u oponerse al genocidio del pueblo judío es un asunto legítimo de debate, tal como ha observado Caroline Glick en el Jerusalem Post. Las cálidas recepciones brindadas al déspota iraní en Bolivia y Venezuela marcan, a su vez, una triste página en la historia política latinoamericana.

La familia de las naciones cuenta con instrumentos jurídicos y diplomáticos suficientes para detener al régimen iraní. Tal y como han señalado juristas internacionales, Ahmadineyad está violando constantemente la Convención contra el Genocidio, que prohíbe expresamente "la incitación pública y directa al genocidio". Asimismo, su régimen comete crímenes contra la Humanidad con cada acto de terror que apaña, viola resoluciones de las Naciones Unidas con cada paso que da hacia su nuclearización y ofende a la Declaración Universal de los Derechos Humanos con cada acción de represión interna que ejecuta.

Todos estos abusos ya han sido tolerados por demasiado tiempo. Con cada día que pasa, Teherán está más cerca de obtener la bomba, y el mundo libre, de una situación de exposición insostenible. Lo más trágico de este asunto es que, al optar por no transitar aquellos caminos que llevarían pacíficamente al ostracismo iraní, el mundo libre está estrechando su propio margen de acción y encaminándose a la última de las opciones que se le presentan: la militar.

JULIÁN SCHVINDLERMAN, analista político argentino.

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