martes, octubre 16, 2007

Jose Ignacio Calleja, El "veto" de la realidad social

El 'veto' de la realidad social
17.10.2007 -
JOSÉ IGNACIO CALLEJA

Dándole vueltas a la última propuesta del lehendakari Ibarretxe en Euskadi, está claro que las cosas no son fáciles. Dos concepciones generales sobre quiénes son los vascos y a dónde quieren ir se enfrentan a cara de perro en su Parlamento. ¿Es lógico pensar que también en la ciudadanía? La primera, por boca de Ibarretxe, reclama el derecho a decidir soberanamente su futuro político y apela para ello, de forma más o menos evidente, al derecho de autodeterminación de los pueblos como derecho democrático fundamental e inalienable. Presume que hay una mayoría social que lo reclama y que lo quiere ejercer para el pleno autogobierno de Euskadi. Y aquí la apelación a un pacto, ahora sí, con el Estado plurinacional español. Su supuesto de fondo, que los vascos, mayoritariamente, son, se sienten y se saben una nación. Por tanto, es legítimo en democracia decidir, y definir esa identidad y sus reglas conforme al parecer de esa mayoría. Todo pacto de menor calado político es ya un veto de bloqueo de los no nacionalistas sobre los nacionalistas. ¿Cuál sería el supuesto olvidado? El Estatuto de autonomía vigente no es lo que desearían los vascos no nacionalistas, sino lo que quieren para hacer posible la convivencia de todos los vascos. Con mayor o menor provisionalidad, a mi juicio, con mucha, el Estatuto hay que entenderlo como un pacto incómodo para todos, que puede ser sustituido por otro pacto, también relativamente incómodo para todos, y nunca por el plan de una de las partes. Es verdad que los no nacionalistas se han visto cada vez más cómodos en el Estatuto de Gernika, al parecer, mientras que los nacionalistas lo sentían insuficiente; pero el Estatuto no era ni es el proyecto de una parte de los vascos, sino de todos los vascos que no condescienden con ETA, ni vetan las pretensiones políticas de los otros. Esto es importante para ver que todo pacto transversal no es igual a veto, sino a pacto entre distintos, como la realidad identitaria misma que está a la base y hay que reconocer, ¿y que no podrá superarse a golpe de votos, sin imposición! Por tanto, tesis primera, el 'pero' a un proyecto no lo ponen en principio unas fuerzas política u otras, de manera artificial o política, sino la realidad misma de cómo es la sociedad vasca hoy, y mientras lo sea. La política tiene que servir a la sociedad real y no hacer de partera de un deber ser nacional al margen de su asunción popular bien clara.La otra concepción nacional, por boca de PP-PSE, es diversa, pero coincide en reclamar Constitución y Estado de Derecho. Es lógico, pero políticamente esa referencia debería dar lugar a muchas oportunidades. Si el camino preferido es el de una respuesta nacionalista española, no hay salida. Si el camino seguido es de hablemos, veamos, razonemos, y pensemos estrategias constitucionales, legales y legítimas, hay salida. Pero el meollo de la cuestión sigue siendo que la población del País Vasco es legítimamente diversa, y que los pactos que la representen tienen que definirse desde la identidad de todos, con la provisionalidad histórica que haga falta, pero desde la identidad de todos, si no queremos saltar por encima de todos los acuerdos anteriores y por encima de los hechos sociales. Es evidente, segunda tesis, que pienso en acuerdos bien nutridos de la diversidad sociocultural de los vascos, es decir, acuerdos transversales a sus fuerzas políticas y sociales, tan provisionales e históricos como sea necesario, pero de la inmensa mayoría, justos y solidarios; y pienso, es claro, en una España capaz de reconocer su diversidad y de pactar con sentido democrático los acuerdos que hagan de sus pueblos socios libres y solidarios. Por tanto, también, con sentido histórico y dinámico, evitando así cargar de razón a quienes ven en España exactamente el mismo nacionalismo que con razón, a mi juicio, se le reprocha a Ibarretxe. En suma, si la política no sirve para pactar en lugares de diversidad radical y extrema, con la provisionalidad histórica que se requiera, ¿para qué sirve, para conducir la guerra por otros medios? La política democrática sirve siempre para pactar; y si no, o no es política, o esos políticos no sirven.

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