jueves, octubre 04, 2007

Ismael Medina, El socialismo traiciona de nuevo a España

viernes 5 de octubre de 2007
El socialismo traiciona de nuevo a España
Ismael Medina
N ADA nuevo hay bajo el sol alecciona el refranero, para unos sanchopancesco y expresión para otros de una empírica y pragmática sabiduría popular. Historiadores y otros intelectuales, incluidos los que desprecian el dicho, ratifican su validez de muy diversas y más o menos engoladas maneras. El conocimiento del pasado, sostienen unos, es indispensable para conocer el presente y vislumbrar el futuro. O el que olvida el pasado se verá forzado a repetirlo. Es cierto. Pero también lo es que quienes se anclan en su pasado más negativo, hasta siniestro, y llegados al poder se obsesionan por repetirlo, abocan la sociedad a consecuencias tanto o más indeseables. Es lo que le ocurre al socialismo y, en general, a la llamada izquierda progresista. Una constatación ésta de la reiteración de la historia de la que podemos dar testimonio aquellos a quienes la Providencia nos ha otorgado el privilegio de transitar con la memoria despejada por el sendero que nos aproxima a la abismal cortina del misterio. EL SOCIALISMO Y SUS DEPENDENCIAS INTERNACIONALES SINTETICÉ en una crónica anterior ("La forja de un inconformista") las vivencias personales del periodo republicano. Omití las anteriores a 1931 por tratarse en buena parte de memorias prestadas. Inicialmente lo escuchado en el ámbito familiar y callejero, ratificado y ampliado hasta hoy mediante el asiduo análisis de fuentes contradictorias. Nací apenas dos meses antes del golpe de Estado al que Alfonso XIII empujó al general Miguel Primo de Rivera. Rondaba los siete años cuando Alfonso XIII, a instancias del cártel mundial del petróleo, provocó la caída de la "dictablanda". Edad suficiente para olfatear lo que se cocía en mi entorno y percibir, por lo que escuchaba y palpitaba en las aceras, que se confabularon contra Primo de Rivera muchos de los que habían prosperado en su seno o se habían integrado en el sistema, caso de los socialistas, persuadidos, al menos algunos de sus más notorios cabecillas, de que la coincidencia cronológica con la "Marcha sobre Roma" les ofrecía la oportunidad de seguir parejo camino de nacionalismo revolucionario y totalitario que el socialista Benito Mussolini. A veces me concentro en el intento de despertar recuerdos tan lejanos como los de aquel periodo. Pero apenas logro despertar algunos fragmentados e inconexos. Retazos, por ejemplo, de lo que comentaba mi padre acerca de las conversaciones mantenidas y de lo escuchado en la Exposición Universal de Barcelona, a la que, como tantos otros, acudió invitado por el gobierno de Primo de Rivera en su calidad de concejal del Ayuntamiento de Jaén por FETE-UGT. Unico beneficio aquél de su periodo, pues los ediles no cobraban por lo que se consideraba un servicio voluntario a la comunidad. Aunque borrosa, se abre paso la idea de que mi padre no ocultaba su desasosiego por los susurros conspirativos que, dentro y fuera del socialismo000, percibió en Barcelona. La historia del socialismo, desde Pablo Iglesias hasta hoy, es un compendio de traiciones a España e incluso al propio partido. Una búsqueda ansiosa de asalto al poder por cualquier medio, a cualquier precio y con cualquier aliado. El estigma de la traición anida en el corazón internacionalista del socialismo. No en vano nació del vientre del Movimiento Revolucionario Sionista, uno de los dos grandes brazos de la Orden de los Iluminados (el otro era el capitalista) y cuyos ideólogos se movían en la órbita de Hegel, quien aleccionaba que el Estado, para ser fuerte, necesitaba crear su propia contradicción. Conviene leer para entenderlo a los clásicos de la ideología revolucionaria sionista, desde Krojmal a Ben Gurion, la síntesis de cuyos trazos ideológicos puede encontrarlos el lector interesado en "La idea sionista. Notas sobre el pensamiento nacional judío", de Sholomo Avineri (Ed. La Semana de Publicaciones Ltda., de Jerusalén, 1983). No fue casual que los cuadros de mando de la revolución bolchevique, encabezada por Lenín, fueran ashkenazis en más del 80% de sus componentes ("El judío internacional", de Henry Ford; "Derrota de Occidente", de Salvador Borrego). Tampoco sería casual que la financiara la gran banca sionista a través de sus fiduciarias alemanas. Una de ellas, la casa de cambios de los Rotschild en Francfurt, había promovido la creación de la Orden de los Iluminados a través de Adam Weishaupt y financiado a Carlos Marx mientras escribía "El Capital", la bíblia del capitalismo de Estado como contraposición hegeliana al capitalismo liberalista. O que la dominante infiltración francmasónica haya sido especialmente relevante en los ámbitos del los partidos socialistas y socialdemócratas occidentales. También hoy en España, tanto o más que en la II República. LA DEFENSA DE LA MONARQUÍA ES UNA COSA Y OTRA LA DE ESPAÑA SÉ que el anterior recordatorio histórico hará que de me tachen una vez más de escoria antisionista. Pero los hechos son los que son. Ponerlos de manifiesto constituye un mero ejercicio de crítica histórica, ayuno de partidismos. Y viene a cuento hacerlo a la luz del proceso de desintegración acelerado por Rodríguez y de su actual y virulenta desembocadura antiespañola y antimonárquica. Un proceso que reproduce en sus elementos de fondo los que se registraron entre el desfondamiento de la Dictadura de Primo de Rivera y el hundimiento de la Monarquía. "ABC" se ha lanzado en tromba para defender a Juan Carlos I, más que a la Monarquía, de las agresiones en crecida de que son objeto, empeño en que ha implicado a la mayoría de sus columnistas y colaboradores. Uno de éstos se refería a "la soledad del Rey" y arremetía contra los políticos, empresarios y otros sectores sociales que rinden discreta pleitesía al monarca, pero que se abstienen cobardemente de hacerlo en público, acaso por temor a significarse y sufrir represalias desde un poder cada vez más intervencionista y totalitario. Una soledad tan ostensible y pareja a la que signó el destino de Alfonso XIII que el propio monarca se ha visto precisado a salir en su defensa, atribuyéndose el mérito de treinta años de estabilidad democrática y de progreso económico. Tres décadas durante las cuales, y con su beneplácito, se fraguaron los supuestos de la fractura que hoy, a impulsos de Rodríguez y su caterva de advenedizos, atosiga a la Monarquía. Y con harta más gravedad a España. Considero que para un mejor entendimiento de la agria polémica actual conviene romper la falacia de identificar a la Monarquía con España, tanto por quienes las agraden como por los que lo hacen en su defensa. La Monarquía, sea parlamentaria, partitocrática o de otra índole, es sólo una forma de Estado de las muchas que se han dado en la historia o coexisten en la actualidad. España, en cuanto patria común enraizada en la historia de nuestro pueblo, es una entidad perdurable y superior a unas u otras formas de gobierno. Salvo, naturalmente, con aquellas que, como ahora sucede, persigan su destrucción. Lo que nos sitúa ante una cuestión de extrema gravedad que es necesario esclarecer: ¿En que medida alcanza a don Juan Carlos I, por acción u omisión, la responsabilidad del asalto a la unidad de España en que se obstina el socialista y presidente del gobierno Rodríguez Zapatero junto con los partidos separatistas que le garantizan la mayoría parlamentaria y su permanencia en el palacio de la Moncloa? MI ENTREVISTA EN 1970 CON EL PRÍNCIPE DE ESPAÑA CORRÍA el año 1969 y era conocido entre mis compañeros romanos que había dado por concluida la encomienda de corresponsal de la Agencia Pyresa en Italia. El Príncipe de España y su esposa hicieron escala por aquellos días en el aeropuerto de Fiumicino de paso hacia Irán, invitados por monarca Reza Palevi. Julián Cortés Cavanillas, monárquico sin fisuras, se me acercó para decirme que don Juan Carlos le había preguntado si era cierto que yo abandonaba la corresponsalía y retornaba a España. "¿Qué le respondo cuando esté de vuelta?, me inquirió Julián. Le aclaré que lo correcto por mi parte sería confirmárselo personalmente. Y allí estuve haciendo fila con diplomáticos y corresponsales españoles en la sala de autoridades. Una vez que le ratifiqué mi decisión me dijo que le agradaría recibirme una vez que retornara a España. " No tengo inconveniente", le respondí. Ya en España fui citado para acudir al palacio de la Zarzuela el 10 de enero de 1970 a las 11,30. La entrevista duró en torno a una media hora. A lo más sustancial de la conversación me interesa aludir al hilo de esta crónica. Aclaré inicialmente al Príncipe que sería deshonesto por mi parte ocultar que era republicano y que no estaba en mis previsiones dejar de serlo. Pero que cuando sucediera a Franco como rey, conforme a lo estipulado en las Leyes Fundamentales, contra las que había votado en cada referendum, sería leal a la Monarquía en la misma medida en que ésta lo fuera con España. "Prefiero la lealtad objetiva de los republicanos como usted a la emocional de los monárquicos", me respondió. En esa misma línea de sinceramiento le expuse mi esperanza de que fuera el rey de todos los españoles y no como su padre que presumía de ello y lo era de unos pocos. No pareció inmutarse. "Mi padre se ha rodeado de malos consejeros", trató de justificar, "Los que él se ha buscado", le retruqué. Abordamos otros asuntos de actualidad, entre ellos el problema de las huelgas mineras en Asturias, y antes de la despedida me propuso que lo visitara de nuevo un mes después. "Su secretaría tiene mi dirección y puede citarme cuando usted lo quiera". Nunca más fui llamado. Pasaron los años y con motivo de un dictamen que le encargamos desde la Confederación de Asociaciones de Pensionistas me reuní en su despacho con Laureano López Rodó . Era la primera vez que tenía relación personal con él, aunque fue objeto de mis críticas, a veces destempladas, cuando era el hombre de confianza de Carrero Blanco e influyó de manera decisiva en la política del régimen. Menudearon los encuentros y en uno de ellos salió a colación mi ya lejana visita a la Zarzuela. Me confió que había conocido de inmediato su contenido y que el Príncipe le comentó que me había engañado, presunción que López Rodó le rebatió. Es obvio que no me sorprendió la confidencia. Creyó torpemente el Príncipe de España que me había borboneado como a tantos otros. Al propio López Rodó entre ellos. Fue éste uno de los principales aritífices, acaso el que más, en la elaboración del entramado legal e institucional para garantizar que se cumpliera la voluntad sucesoria de Franco. Y uno más de los que don Juan Carlos usó y tiró una vez asentado en la Jefatura del Estado. No erraba el general Martínez Campos, su principal preceptor, cuando advirtió a uno de los profesores del Príncipe que vislumbraba una consistente promoción una vez que fuera rey: "Cuando llegue ese día no aceptará en su entorno a nadie que pueda contradecirle y darle lecciones". Por eso precisamente movió los hilos para que Adolfo Suárez fuera su primer presidente de gobierno y dócil instrumento. Se deshizo de su fiel servidor cuando le convino. Es consecuente la amargura que rezuman las lejanas declaraciones ahora publicadas por "ABC". Suárez se sentía traicionado no sólo por quienes desde el seno de la poliédrica UCD le hicieron la cama, Abril Martorell y Fernández Ordóñez en primera línea. En septiembre de 1973, también conviene recordarlo, el Club de Bildenberg celebró una reunión extraordinaria en el Hotel Son Vida, de Palma de Mallorca, bajo la presidencia del general Haig. Se trataron dos únicos temas: el futuro político de Portugal y el de España. Se acordó en lo que nos concierne, según se asegura a instancias de don Juan Carlos, que la democratización se encomendara a "hombres nuevos". No políticos ajenos en sus biografías al régimen de Franco, sino de la generación del futuro rey. Que respondieran, en definitiva, al esquema sobre el que había prevenido el general Martínez Campos, duque de la Torre. MIENTEN QUIENES ATRIBUYEN A FRANCO LA PRETENSIÓN DE PERPETUAR SU RÉGIMEN MIENTEN a sabiendas o por ignorancia quienes, para defender al monarca, aseguran que trajo la democracia que no quería Franco. Es cierto que el Generalísimo recelaba de la democracia partitocrática. Pero existe documentación suficiente para asegurar que Franco era consciente de que tras su muerte entraría España en el magma partitocrático generalizado en Occidente. He tratado el tema en más de una ocasión. Pero conviene remachar con unos mínimos y elocuentes datos. Cuando ya declinaba la salud de Franco y se veía próxima su muerte le pidió el Príncipe de España asistir a los Consejo de Ministros para foguearse en las tareas de gobierno. Franco rechazó su petición argumentando que ejercería la Jefatura del Estado en un marco político que nada tendría que ver con el régimen que él encabezaba.. Vernon A. Walters relata en "Memorias discretas" (Ed. Planeta) el contenido de la entrevista secreta que, a petición del presidente Nixon, mantuvo con Franco el verano de 1973 para conocer sus previsiones sucesorias. Franco le tranquilizó con dos argumentos: le sucedería el Príncipe de España conforme a lo establecido en las Leyes Fundamentales, quien abriría las puertas al sistema democrático deseado por los Estados Unidos de Norteamérica; y que la transición sería pacífica merced a la existencia de una extensa clase media que era su legado y que nunca había tenido España. Quien lea el breve testamento político de Franco verá ratificados tales antecedentes. Pedía en dicho texto a las Fuerzas Armadas que prestaran al su sucesor la misma fidelidad a la que a él le dispensaban. Fue ésta otra de las claves de que el transaccionismo democratizador se realizara sin resistencia institucional y social apreciable. Franco murió en una cama de la Residencia Sanitaria La Paz sin que en momento alguno sintiera amenazada en el interior (lo confirma Otero Novas en uno de sus libros) y el exterior su permanencia al frente del Estado Nacional que había creado. Supo jugar con habilidad y pragmatismo las bazas de la vital importancia geopolítica de España, ganarse el respaldo de los USA, mantener unas ventajosas relaciones de amistad con los países islámicos y al propio tiempo con Israel, aún sin necesidad de reconocerlo. La previsión de Franco era de que se llegara a ese desenlace mediante una progresiva reforma de las Leyes Fundamentales y los correspondientes referéndum. Pero sin que en ningún caso se legalizara al partido comunista con el que, por cierto, el Príncipe de España había mantenido contactos a través del general Díaz Alegría y de Nicolás Franco y Martínez de Pubill, sobrino del Caudillo y harto más borbónico que franquista. El ya Rey Juan Carlos I pudo llegar a la instauración de la democracia partitocrática de acuerdo con las previsiones de Franco y el contenido de las Leyes Fundamentales cuya fidelidad juró solemnemente por segunda vez en el acto de su proclamación. Ni a derecha ni a izquierda se lo habrían reprochado, salvo el PCE. Menos aún el cuerpo social que no quería líos y apostaba por la tranquilidad. Pero tenía prisa, a todas luces innecesaria, por pasar a la historia como el artífice exclusivo de la democratización y de la ruptura de amarras con el franquismo que bajo cubierta de la nave del Estado reclamaban concretos poderes ocultos. Y también, no es ocioso recordarlo, para que su padre, aliado con la Junta Democrática, no le creara mayores problemas. UNA MONARQUÍA PARTITOCRÁTICA AQUEJADA DE ILEGITIMIDAD LA misión encomendada a Carlos Arias tras el asesinato de Carrero Blanco no era la perpetuación del franquismo como se sostiene desde las barbacanas mediáticas del sistema, sino garantizar que el tránsito hacia la democracia se realizara de forma pacífica y mediante la reforma progresiva de las Leyes Fundamentales. Estorbaba precisamente por su compromiso de que así se hiciera. Recogía en una crónica anterior las declaraciones de Sabino Fernández Campo en La Granda en las que afirmaba queel problema dispersivo de los secesionismos en marcha proviene de la constitución de 1978, especialmente en lo relativo a las nacionalidades y las autonomías asimétricas. Y afirmaba que, dada la gravedad de la situación, era necesario que el monarca hiciera uso de las competencias arbitrales que le reconoce el texto constitucional. Ninguna traba legal le impedía en 1977 y 1978 enderezar los acontecimientos por un camino más racional. Pudo impedir, si lo hubiera quedido, que las primeras Cortes partitocráticas se convirtieran en constituyentes, finalidad para la que no fueron convocadas aquellas elecciones y que por ende aquejaban al sistema de ilegitimidad de origen y convertían el transaccionismo democratizador en inequívoco golpe de Estado. Pudo corregir los desvíos y chalaneos de los llamados "padres de la Constitución" y tampoco lo hizo. Lo único que parecía interesarle era que los partidos y fuerzas menos visibles de la democratización le reconocieran como Rey desvinculado del régimen de Franco y le garantizasen su permanencia y, a ser posible, la de su estirpe. Ocuparía demasiado espacio desmontar algunos de los máximos méritos que se atribuyen al monarca, entre ellos la acción institucional del 23 de febrero de 1981, promovida por generales monárquicos y en la que participaron todos los que figuraban en la lista de gobierno de Armada y algunos más. Eludiré asimismo las incursiones de Jesús Cacho en las finanzas privadas de don Juan Carlos, hasta ahora no desmentidas. Pero sí considero ilustrativo subrayar la preferencia del monarca hacia el partidos socialista por cuanto esa conjunción ha influido de manera decisiva en el inquietante acontecer español. LA INCLINACIÓN DEL MONARCA HACIA EL SOCIALISMO EL antropólogo Eduardo Adsuara me relató su entrevista con el monarca a su vuelta de Perú. Le preguntó don Juan Carlos si no creía que para dar estabilidad a la Monarquía sería conveniente que, como en Suecia, conviviera con la Corona un gobierno socialista. Adsuara asintió. Pero le dijo que existía una dificultad para esa opción fuera válida Y ante la incredulidad del monarca le advirtió que "los españoles no somos suecos". El tiempo y los acontecimientos le han dado la razón. El socialismo español lleva en su entraña el gen del radicalismo revolucionario. Se adapta a las circunstancias cuando coyunturalmente le conviene. Pero no renuncia a su maximalismo de estirpe bolchevique, federalista y republicana. Tan fuerte es ese mensaje genético que incluso Felipe González siguió sus dictados pese a que el "socialismo del interior", del que se erigió en secretario general, fue una creación del entorno de Carrero Blanco a través del SECED. No sólo asomó la oreja cuando defendió la abstención en el referéndum de la Ley de Reforma Política. Se ha olvidado que aquel PSOE reconstituido al margen del tradicional envió un delegación a la URSS para suscribir un pacto con el PCUS entre cuyos compromisos, y como contrapartida al respaldo soviético, se comprometía a impedir la entrada de España en la OTAN. Pese a todo, y como deseaba el monarca, el PSOE accedió al poder en las elecciones que siguieron a la acción institucional del 23 de febrero de 1981 y que Leopoldo Calvo Sotelo convocó para perderlas, según confesó a un estupefacto Pertini, entonces presidente de la República italiana. El balance de los gobiernos socialistas de Gonzáles fue desastroso. Y no sólo en el plano económico, por mucho que ahora diga Solbes, uno de los principales responsables del desaguisado. LA SOMBRA DE LENIN PLANEA SOBRE ESPAÑA OTRO golpe de Estado, el subsiguiente a la matanza del 11 de marzo de 2004, llevó el socialismo de nuevo al poder con Rodríguez a su frente. Y con él reapareció el socialismo en su más sórdida estirpe republicana y frentepopulista. Además de que jugaba a su favor el amparo constitucional a la deriva secesionista, la irreprimible inclinación totalitaria de ese socialismo retrospectivo acrecentó hasta el extremo las vulneraciones del texto constitucional. Hablar hoy de normalidad constitucional es como dar por cierta la virginidad de Liz Taylor. Con Rodríguez han retornado en versión postmoderna el anticlericalismo, el antimilitarismo, el federalismo, el internacionalismo marxista y el totalitarismo que fomentó Pablo Iglesias y manifestó su cara más siniestra durante la revolución de octubre del 34 y la guerra civil. De ahí su connivencia con los separatismos catalán y vascongado, que tanto le deben, y su obcecada persecución de un acuerdo con el terrorismo etarra que lo legalice. Una negociación que encubre un trasfondo de identidad ideológica que va más allá la mera y pregonada búsqueda de una falsa paz. No creo que Rodríguez haya leído "Tareas inmediatas del poder soviético", de Lenín, aunque sí algunos de los que le utilizan desde la sombra. Y también los que adoctrinaron a los dirigentes del terrorismo etarra en marxismo-leninismo. Extraigo algunos párrafos ilustrativos del libro de Lenín que no sólo explican el trasfondo de la guerra revolucionaria emprendida por ETA y la política del miedo que subyace en las proclamas de paz rodriguezcas. También su aplicación sangrienta por el socialismo y sus socios en el Frente Popular durante la II y III Repúblicas a las que Rodríguez pretende hacernos retornar. - "Por el terror sistemático, dentro del que cualquier interrupción y cualquier mentira serán lícitos, nosotros encontraremos el medio para hundir a la humanidad en el más miserable nivel de existencia; solamente así conseguiremos transformar la humanidad en ese instrumento pasivo y obediente indispensable al establecimiento de nuestra dominación". - "Nuestro poder no conoce ni libertad ni justicia. Se establece deliberadamente sobre la destrucción de la voluntad individual". - "En la prosecución de nuestros fines podemos aliarnos con las potencias capitalistas sin demérito de mantener nuestra capacidad de destrucción y de sostener sus sistemas egoístas. Incluso podemos establecer conciertos y alianzas con ellos para inducirlos a un falso sentimiento de seguridad. Cuando finalmente hayamos minado su capacidad de resistencia, cuando sus gobiernos crean estar solidamente establecidos, confíen en nuestros sostén y se vean comprometidos en toda suerte de aventuras, los abandonaremos y estableceremos nuestro poderío sobre sus ruinas". - "Es preciso adormilar a la burguesía hasta que llegue nuestro tiempo. Comenzaremos a ha hacerlo lanzando el movimiento de paz más espectacular de la historia. Habrá concesiones electrizantes. Los países capitalistas, estúpidos y decadentes, se regocijarán cooperando a su propia destrucción". No es preciso esforzar la imaginación para trasladar las anteriores directrices leninistas al escenario doméstico de España, sea el de los años veinte y treinta o el actual. Cuando Rodríguez definió como "monarquía republicana" el sistema nacido del aprovechamiento electoral de la matanza de marzo de 2004, sugería el tránsito desde la monarquía partitocrática a una república socialista, federal y totalitaria en la misma línea que el venezolano Chávez. Alentaba al propio tiempo los desmanes antimonárquicos y antiespañoles a los que ahora asistimos. No lo percibieron el monarca ni sus consejeros y ahora se encuentra atrapado en la agónica soledad a la que se refería "ABC". En una trampa que él mismo favoreció, sin que Rodríguez, en quien fió, haga por impedirlo otra cosa que emitir palabras huecas y disparar mentiras. Y puesto que Rodríguez es masón, como su abuelo, cuyo fantasma le insufla aliento, resulta oportuno reproducir la siguiente declaración del Gran Maestre del Gran Oriente de Francia en la IV Conferencia Internacional Masónica, celebrada en Chile, en 1958: El marxismo y la masonería tienen el mismo ideal común de la felicidad mundial. Un masón puede aceptar por completo las concepciones filosóficas del marxismo. Ningún conflicto es posible entre los principios del marxismo y de la masonería". LO QUE IMPORTA Y URGE ES SALVAR A ESPAÑA NO creo, después de lo escrito, que caigamos en el error de identificar Monarquía con España, como hacen las vanguardias izquierdistas y separatistas, amén de quienes ven las orejas al lobo y salen en defensa del monarca asediado. Lo que está en grave peligro es la existencia de España como nación y entidad histórica. Y es la unidad de España lo que urge defender a toda costa, con independencia de la forma de Estado bajo la que se aglutine la sociedad, a cubierto de nuevas traiciones socialistas o de otra índole.

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