jueves, octubre 25, 2007

Ignacio Camacho, Underground

viernes 26 de octubre de 2007
Underground

IGNACIO CAMACHO
LAS cámaras del Gran Hermano filmaron en el metro de Barcelona una sórdida versión de «La naranja mecánica», y luego entre los jueces y los fiscales reescribieron con torpeza una mala parodia de Billy Wilder que podría titularse «Con togas y a lo loco». En el vagón de autos había un testigo pusilánime y medroso que no pasará a los anales del heroísmo civil como Gary Cooper en «Solo ante el peligro». Es difícil que con tan pocos personajes haya salido una escena tan sórdida, en la que sólo la víctima queda a salvo de cualquier reproche. Podría ser un episodio secundario de la «Historia universal de la infamia», pero en realidad constituye tan sólo el testimonio de un generalizado fracaso.
El agresor, ese tarado estúpido y balbuciente, es un fracaso de la educación y de la familia, una excrecencia social que quizá pronto se convierta en una estrella de la televisión, a la que ya ha vendido su primera entrevista. La vergonzosa descoordinación de las autoridades judiciales es un descalabro de la justicia, que sólo ha sido capaz de reaccionar bajo el impacto tardío de la alarma social en un contexto de presión política electoralista. El joven testigo pasivo y acobardado representa el naufragio de la solidaridad y del coraje. Y la propia muchacha golpeada y humillada simboliza la derrota del buenismo integrador, arrollado por la evidencia de un impulso xenófobo que anida en el interior de la conciencia desestructurada de una sociedad sin valores.
Pero también la eclosión mediática del caso, su deriva en espectáculo de morbosa popularidad, supone un fracaso del equilibrio moral de una comunidad carcomida por la hipocresía. Hay un fondo oscuro de fascinación violenta escondido en el impulso de las miles de descargas del vídeo en internet y de su multidifusión televisada, y hay una profunda doblez ante la exhibición de un fenómeno que se repite a menudo de forma anónima e impune sin que nadie se agite ni incomode. Sin esa grabación espeluznante, la denuncia de la víctima habría caído en saco roto como otras muchas que apenas suscitan la condescendiente displicencia de los funcionarios de guardia. Ahora todos nos rasgamos las vestiduras y exigimos un castigo ejemplar para el agresivo mentecato, como si acabásemos de descubrir una realidad asombrosa y conmovedora: hay racismo entre nosotros, quién podría haberlo imaginado.
Pues sí, hay racismo, y odio, y fractura, y una violencia cotidiana, gratuita y opresiva en los subterráneos de una marginalidad que preferimos ignorar hasta que sale reflejada en la grabación de una cámara. Ese majadero suburbial pagará los platos rotos de la simulación colectiva, que necesita expiar la mala conciencia de un confortable e indolente desapego ante el lado oscuro de nuestra prosperidad. En la última secuencia de «Collateral», de Michael Mann, Tom Cruise muere en el metro de Los Ángeles sin que nadie repare en el cadáver que viaja por los solitarios convoyes de la madrugada. Ahí abajo, en los túneles silenciosos de la sociedad dual, viaja también el horror de la cara oculta que escondemos hasta que se refleja en el espejo sin azogue del escándalo.

http://www.abc.es/20071026/opinion-firmas/underground_200710260249.html

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