sábado, octubre 20, 2007

Ignacio Camacho, Politica como espectaculo

domingo 21 de octubre de 2007
Política como espectáculo

IGNACIO CAMACHO
«Manifiestos, escritos, comentarios, discursos; humaredas perdidas, neblinas estampadas» (Rafael Alberti)
UN minuto y ocho segundos. Eso es lo que dura el mensaje político más celebrado, debatido y comentado de la semana en España, el vídeo de la Z, insustancial apoteosis de la política sincopada: un partido, un programa, una ideología, incluso una Historia, reducidos a una sola letra. Bastante más corto aún resulta el otro momento de oro de nuestras tornadizas audiencias, el chispazo de herida insolencia con que Carod Rovira formulaba su peregrina síntesis nominalista del soberanismo catalán. En total, ni dos minutos de grabaciones de Youtube; en una, un tipo malencarado protesta de su presunta identidad nacional con una frase marmórea: «Yo no me llamo José Luis». En la otra, un muñeco sonriente que sí se llama José Luis cifra su esencia ideológica en el dudoso blasón de una peculiar prosodia de las consonantes dentales. Ésta es la densidad del discurso dominante en la escena pública española. Píldoras de banalidad para consumo de masas, el epítome de la política-espectáculo, el delirio cúspide de la oquedad sonora, los ecos machadianos de la propaganda superpuestos a las voces del pensamiento o el análisis. El marketing como valor supremo, el youtubismo como expresión de una doctrina con menos fondo que una lata de anchoas.
A falta de proyectos que defender, de ideas que discutir, de conceptos sobre los que anclar el debate democrático, los estrategas de nuestros grandes partidos han puesto su futuro en las manos de los gurús de la publicidad, convencidos de que la política no es más que una mercancía de consumo en cuya venta no caben ni siquiera las oraciones subordinadas. No hace demasiado tiempo se trataba de dar con una idea; simple, escueta, contundente, desnuda, fácil de asimilar y de exponer, pero una idea, un fruto de cierta reflexión intelectual que aspiraba a condensar las aspiraciones de un grupo o a reflejar una visión de la sociedad y de su futuro. Eso ya es arqueología; ahora la cuestión es hallar una frase. Una simple expresión cuyo sentido empiece y acabe en su propio enunciado. Un significante sin significado, un envoltorio sin contenido, una fachada sin casa, un vestido sin cuerpo, un libro sin hojas. Un pictograma, una carcasa, un icono. Un fuego de pirotecnia que se disuelva en el aire con un brillante y ruidoso estallido.
Todo este esfuerzo de desnutrición mental, de sintética y vacía trivialidad, ha encontrado en Youtube el ágora de la nueva democracia. Ni parlamento, ni periódicos, ni mítines, ni estrados: el universo bidimensional de la red es la cancha donde se dirime la partida de esta confrontación de la nada consigo misma. Anorexia intelectual, liviandad ideológica, frivolidad política. Filmad un plano, encontrad una palabra, acuñad una consigna, y tendréis la llave de un poder que entre todos hemos convertido en el triste guión de un espectáculo barato, de una sórdida comedia hueca, superficial y volátil.

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