lunes, octubre 01, 2007

Ignacio Camacho, Monarquias de la secreta

martes 2 de octubre de 2007
Monárquicos de la secreta
IGNACIO
CAMACHO
PUES el Rey no estará solo, pero lo parece. Muy acompañado no se le ve cuando él mismo tiene que recordar las décadas de estabilidad que ha traído la Corona. Se ve que no le consuelan mucho las preces de monseñor Cañizares, ni los apoyos entusiastas del ministro de Defensa o del secretario de la UGT, ni las llamaditas afectuosas de esos próceres contritos que dejan recado privado en la Zarzuela, como si fuera de mal gusto alzar la voz en cualquier foro público o en un papel. Se nota que le confortan poco esas críticas tan leales que atraviesan el corazón de pura lealtad. O que no acaba de sentirse respaldado con tanto cariño tan sincero que quienes se lo profesan no consideran de buen gusto hacerlo en voz alta para no parecer cortesanos. Porque los sentimientos, Majestad, se llevan en el alma y no hay que estar haciendo todo el rato ostentación de lo evidente. Ni acercarse más de lo justo no vaya a ser que salpique el barro de la cacería.
Nunca se habían visto en España tantos monárquicos secretos. Todos desasosegados por la escalada del republicanismo independentista, todos inquietos por el auge del deporte de quemar fotos, todos incómodos por el radicalismo verbal de los exaltados de la derecha, todos alarmados por los tiros dialécticos que suenan en las tapias del fragor cainita, todos escandalizados por la casquería cotilla del mercado de las insidias... y todos callados. Unos para no perder votos entre esa izquierda levantisca y catorceabrileña que siempre asoma en nuestra trágica memoria colectiva; otros, para no indisponerse con los que firman los contratos públicos; los de más allá, para no señalarse demasiado y perder el puestecillo en las listas del partido o en la burocracia autonómica; los de más acá, para que no les echen cicuta en el desayuno o les muerdan el anillo cuando lo dan a besar. Callados, silentes, mudos. Pero preocupados sí están. No hay más que ver con cuánta solemnidad lo comentan por lo bajinis, tan responsables en su susurro de meditaciones patrióticas, tan agitados en su conciencia cívica por esta funesta manía de cuestionar las cosas serias, tan desalentados ante el rumbo de los acontecimientos. Dónde vamos a llegar con este fuego cruzado.
Y ellos, por si acaso, se agachan para que no les alcance de refilón la metralla. Se agachan hasta reptar con su dignidad por el suelo de los principios. Para no echar más leña al fuego, dicen, como si el fuego no asomase ya en las noches de hogueras mediterráneas ni en las mañanas de sumarísimas ejecuciones retóricas. Para no enconar las cosas, como si poner en solfa la cúpula del Estado fuera un pasatiempo inocente de pueblo maduro. El Rey sabe que no está solo, aclaran, no hace falta sacar pecho en su defensa.
Pues menos mal que lo sabe, porque oírlo, no lo oye de labios de tan selecta compañía. Lo sabrá porque, después de tanto tiempo reinando, habrá aprendido a conocer de sobra a su pueblo.

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