martes, octubre 23, 2007

Ignacio Camacho, El primo y el abuelo

miercoles 24 de octubre de 2007
El primo y el abuelo

IGNACIO
CAMACHO
UN respeto para el primo de Rajoy. Javier Brey es un científico serio, con alto coeficiente de transparencia investigadora y notable reputación académica; un físico de prestigio al que su pariente ha hecho un flaco favor al descontextualizar su diagnóstico sobre el cambio climático para banalizarlo como el rancio aforismo de un arbitrista. Lo que tampoco significa que uno y otro, Mariano y Javier, Rajoy y Brey, carezcan de razón. Simplemente que no siempre se puede aplicar el adagio machadiano de Juan de Mairena sobre Agamenón y el porquero, porque hay ocasiones en que el sentido de lo que se dice depende de dónde se dice y de quién lo diga.
El deterioro del clima del planeta podrá ser, como sostiene Al Gore, una verdad incómoda, y desde luego resulta un inquietante desafío global, pero su formulación apocalíptica tampoco constituye una realidad incontrovertible porque los términos de la ciencia cambian bastante deprisa y es aventurado aplicar los parámetros actuales a la determinación precisa del futuro. Haberlo haylo, pero de alguna forma el manoseo político ha acabado convirtiendo el cambio climático en una especie de mantra progre, un marco ideológico del que la izquierda ha extraído una bandera dogmática, provocando por reacción pendular la suspicacia de los conservadores. De tal modo que si te preocupa la temperatura del Ártico eres poco menos que un rojo neobolchevique, y si cuestionas el fundamento de ciertas predicciones de espeluznante pesimismo te alineas con los más desaprensivos reaccionarios. Evidentemente, las cosas no son de un modo ni del otro; existe un riesgo objetivo de degradación del equilibrio ecológico, pero algunos propagandistas, como el propio Gore, lo presentan con excesivos ribetes terroríficos para causar un impacto social sobre el que construir una praxis política.
Probablemente Rajoy trataba de escapar de la simplificación y de la etiqueta, apoyado en el razonable y sensato juicio de un pariente que sabe de lo que habla, pero extrapoló con ligereza el discurso y le salió una trivialidad casinaria. Se agarró a la ciencia de su primo como Zapatero a la memoria de su abuelo, quedando como un apolillado negacionista de un fenómeno que preocupa a los ciudadanos responsables, y entregó a la izquierda una baza crítica muy oportuna según la acreditada tradición del PP para perjudicarse a sí mismo cuando lleva el viento a favor. No hay más que ver cómo De la Vega y Rubalcaba se han lanzado en plancha a rematar el balón (de oxígeno) que el líder rival centró sobre su propia portería, en un momento de asfixia política provocada por problemas mucho más elementales y tan próximos como la red de cercanías de Barcelona. Rajoy matizó poco y mal: le habría bastado con recomendar al Gobierno que, antes de preocuparse por el deshielo de los glaciares, atienda con eficiencia y responsabilidad las cuestiones que le quedan más a su alcance. Porque lo que carece de sentido es que mientras se enfría la economía el Hombre Z se enfrente al calentamiento de los océanos, y que se alarme más porque se derritan los polos que por la fundida cohesión de una España que se le licúa entre las manos.


http://www.abc.es/20071024/opinion-firmas/primo-abuelo_200710240301.html

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