lunes, octubre 15, 2007

Henry Kissinger, Dejar las ideologias para salva Irak

lunes 15 de octubre de 2007
Dejar las ideologías para salvar Irak
HENRY A. KISSINGER
Dos realidades definen la amplitud de un importante debate sobre la política en Irak: no se puede poner fin a la guerra sólo con medios militares. Pero tampoco terminar la guerra cediendo el campo de batalla, porque el yihadismo radical no conoce fronteras. Las decisiones estadounidenses en los próximos meses no podrán zanjar las crisis en Irak y Oriente Próximo antes del cambio de gobierno; y podrían acelerarlas. Aunque el ciclo político trate de inducir un debate orientado a grupos concretos, es imprescindible una política exterior concertada por los dos partidos.
A menudo se cita la experiencia de Vietnam como ejemplo del desastre que nos espera en Irak. Lo que hundió Vietnam fue la reducción en dos tercios la ayuda del Congreso. ¿Debería Estados Unidos infligirse otra vez la misma herida? Una retirada brusca de Irak no acabaría la guerra; la reconduciría. En Irak el conflicto sectario podría adquirir proporciones de genocidio y podrían reaparecer las bases terroristas.
Tras la abdicación estadounidense, Líbano podría caer en manos Hezbolá; si Israel intentara romper el cerco radical, habría más probabilidades de que una guerra entre Siria e Israel o un ataque de Israel a las instalaciones nucleares de Irán; Turquía e Irán probablemente restringirían la autonomía kurda y los talibanes de Afganistán cobrarían nueva fuerza. Los países en los que la amenaza radical es incipiente, como India, se enfrentarán a un desafío cada vez más grave. Pakistán, en medio de una delicada transformación política, se topará con más presiones de los radicales y podría él mismo convertirse en un desafío radical. Esto es lo que significa una retirada precipitada en la que Estados Unidos pierda la capacidad de forzar los acontecimientos, ya sea dentro de Irak o en el mundo en genera.
Alcanzar un compromiso político no servirá para averiguar cuál es el número adecuado de tropas. Ciertamente, no deberían retenerse en Irak las fuerzas prescindibles. Sin embargo, la definición de «prescindibles» debe basarse en criterios estratégicos y políticos. Si reducir las tropas se convierte en la prueba de fuego de la política, cada retirada generará exigencias de que haya otras hasta que el marco político, militar y psicológico se desmorone. La estrategia adecuada requiere dirección política. Pero debe ir unida a la estrategia militar, no significa renunciar a ella.
Retiradas simbólicas
Las retiradas simbólicas a las que instan sabios hombres de Estado podrían mitigar las preocupaciones. Sin embargo, deberían entenderse como paliativos; su utilidad depende del equilibrio entre su capacidad para tranquilizar a la opinión pública y su propensión a animar a los enemigos a creer que son los prolegómenos de una retirada total.
También resulta tentador el argumento de que la misión de las fuerzas debería limitarse a derrotar el terrorismo, a proteger las fronteras, a evitar el surgimiento de estructuras como los talibanes y a mantenerse al margen de los aspectos de guerra civil. En la práctica, será muy difícil distinguir con cierto grado de precisión las diferentes vertientes del conflicto.
Algunos responden que la forma de conseguir el mejor resultado político es la retirada total. Nada en la historia de Próximo Oriente da a entender que la abdicación confiera influencia. Los que instan a ello deben proponer qué hacer si se producen las nefastas consecuencias que los expertos y diplomáticos dicen que tendría una retirada brusca.
El ingrediente que falta no es un calendario para la retirada, sino un proyecto político y diplomático vinculado a una estrategia militar. Se ha perdido mucho tiempo en intentar repetir la experiencia de Alemania y Japón. La cuestión no es si las sociedades árabes o musulmanas pueden ser democráticas; es si pueden hacerlo bajo la orientación militar de EE.UU. en un tiempo en que el proceso político estadounidense pueda tolerar.
La democracia occidental y la de Japón se desarrollaron en sociedades homogéneas. Irak es multiétnico y multisectario. La secta suní ha dominado a la mayoría chií y sometido a la minoría kurda a lo largo de toda la historia del país, que tiene menos de cien años. En las sociedades homogéneas —incluso en las que están divididas, pero no son rígidas— una minoría puede aspirar a convertirse en mayoría como resultado de las elecciones. Este resultado es improbable en las sociedades en las que las injusticias históricas siguen una línea étnica o sectaria y se confirman en la estructura política a través de unas elecciones prematuras.
Imposible en seis meses
Los exhortos estadounidenses a la reconciliación nacional se basan en principios constitucionales de la experiencia occidental. Pero es imposible lograr esto en un periodo de seis meses determinado por el aumento de tropas estadounidenses en un Estado creado de manera artificial y deshecho por el legado de miles de años de conflictos étnicos y sectarios. La experiencia debería enseñarnos que los intentos de manipular una estructura política frágil —y en concreto una derivada de unas elecciones amparadas por Estados Unidos— casi siempre acaban beneficiando a los radicales. La actual frustración con Bagdad tampoco es excusa para imponernos un desastre estratégico. Por mucho que los estadounidenses no estén de acuerdo con la decisión de intervenir o con la política que se aplique después, EE.UU. está en Irak en gran medida para cumplir nuestro compromiso con el orden mundial y no como un favor al gobierno de Bagdad.
Es posible que la actual estructura en Bagdad sea incapaz de lograr la reconciliación nacional porque sus componentes se eligieron siguiendo unos criterios sectarios. Un derrotero más sensato sería concentrarse en las tres regiones principales y fomentar una administración tecnócrata, eficaz y humanitaria. Proporcionar servicios y seguridad a la vez que se impulsa el desarrollo económico, científico e intelectual sería la forma de alimentar el sentimiento de comunidad que más esperanzas ofrece. Un gobierno regional más eficaz que promueva una reducción de la violencia, un avance hacia un estado de derecho y mercados que funcionen podría, con el tiempo, brindar una oportunidad para la reconciliación, sobre todo si ninguna de las regiones es fuerte como para imponer su voluntad. Si no, el país podría verse empujado a una partición «de facto» catalogada como autonomía, del tipo de la que existe en la región kurda. Esa perspectiva podría animar a las fuerzas políticas de Bagdad a avanzar hacia una reconciliación. Depende de si es posible crear un Ejército nacional en lugar de una aglomeración de milicias rivales.
El segundo camino, y a la larga decisivo, pasa por la diplomacia. Actualmente Estados Unidos soporta la mayor carga en lo referente a la seguridad nacional en los planos militar, político y económico, mientras que otros países que también sufrirán las consecuencias mantienen una actitud pasiva. Aún así muchas naciones saben que su seguridad interna y, en muchos casos, su supervivencia se verán afectadas por lo que suceda en Irak y tendrá que preocuparlas la posibilidad de enfrentarse a riesgos impredecibles. Esa pasividad no puede durar. La mejor manera que tienen otros países de que sus preocupaciones surtan efecto es participar en la construcción de una sociedad civil. La mejor manera que tenemos de impulsarla es convertir la reconstrucción en una colaboración internacional con gestión multilateral.
Reconocimiento mundial
No será posible lograr estos objetivos con una sola jugada. El resultado militar en Irak tendrá que reflejarse en un reconocimiento internacional y en el respeto a las disposiciones que se establezcan. La conferencia mundial de los vecinos de Irak, que incluyó a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, ha establecido un posible foro para esto. Sería útil que Naciones Unidas desempeñase un papel de catalizador de un desenlace así.
Dicha estrategia es el mejor camino para reducir a la larga la presencia militar de EE.UU.; una reducción brusca de las fuerzas estadounidenses obstaculizaría la diplomacia y favorecería crisis militares intensas.
La diplomacia plantea la pregunta de cómo tratar con Irán. La cooperación es posible y debería fomentarse con un Irán que busque la estabilidad y la cooperación. Un Irán así tiene aspiraciones legítimas que deben respetarse. Pero a un Irán que practica la subversión y pretende alcanzar la hegemonía en la región —lo cual parece ser la tendencia actual— hay que plantarle cara trazando líneas rojas que no deberá cruzar. Las naciones industrializadas no pueden aceptar que las fuerzas radicales dominen una región de la cual dependen sus economías y la posesión de armas nucleares por Irán es incompatible con la seguridad internacional. Estas obviedades tienen que traducirse en políticas eficaces, preferiblemente compartidas con aliados y amigos.
No se podrá alcanzar ningún objetivo a menos que se cumplan dos condiciones: EE.UU. necesita mantener una presencia en la región con la que puedan contar sus partidarios y que sus adversarios tengan que tomarse en serio, y el país debe reconocer que el consenso entre los dos partidos se ha convertido en una necesidad, no en una táctica.

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