miércoles, octubre 10, 2007

German Yanke, Velo y ciudadania

jueves 11 de octubre de 2007
Velo y ciudadanía Germán Yanke

El problema de la asignatura de Educación para la Ciudadanía no es, como quieren hacer ver sus promotores, que determinados sectores conservadores o católicos se nieguen a que los alumnos conozcan sus derechos y obligaciones y el funcionamiento de las instituciones. El problema es que se pretenda establecer desde el poder los “criterios” (morales, ya sea desde el punto de vista ético o de mores, costumbres) de un tipo de ciudadanía concreta y, así, vulnerar el derecho constitucional de los padres a la elección real de los presupuestos morales con los que deben ser educados sus hijos. El marco legal de la asignatura no impide esa vulneración, independientemente de que se produzca o no en un determinado centro, y tiene lógica, por tanto, la reserva o la queja.
Un sector de la Iglesia católica ha planteado este asunto con el poco acierto de la contundencia exagerada. La invitación a la objeción de conciencia ha embarrado todavía más el asunto, eligiendo la confrontación a la posible autonomía de los centros católicos a negociar y adecuar los contenidos a la citada libertad de los padres. El tono y las contradicciones (como pedir la objeción señalando que los centros educativos directamente dependientes de alguna diócesis darán la asignatura por imperativo legal) no ha hecho, a mi juicio, sino debilitar la defensa de la libertad de los padres, católicos o no, que, por ejemplo, ha hecho desde el punto de vista jurídico el cardenal Rouco.
Estos días, el Ministerio de Educación —como antes hizo la Generalitat de Cataluña— ha obligado a un centro a admitir, en contra de sus normas internas, a una niña con el velo islámico. La escolarización prima, dicen las autoridades. Es lógico preguntarse, a la luz de esta nueva asignatura, si en esos colegios se explicará, aunque se admita a las niñas, que el velo islámico nace de la consideración discriminatoria de la mujer, aunque se envuelva en “prácticas religiosas”. Parece que, en todo caso, quizá en alguna clase de historia pueda hacerse, si se considera conveniente, alguna alusión al asunto, aunque no en el grueso de Educación para la Ciudadanía.
Sin embargo, los padres que consideran, por poner un solo ejemplo, que el matrimonio de personas del mismo sexo es contrario a sus ideas —aunque no se rebelen contra la ley— tendrían que aceptar que el “criterio” contrario sea explicado a sus hijos como parte de una “ciudadanía responsable”. No trato ahora de defender una postura o la contraria, sino de llamar la atención sobre el absurdo de que el Estado, a través del sistema de enseñanza, quiera, si no imponer, sí poner en valor (en valor sobre otros) un determinado modo de entender qué debe pensar un ciudadano. Obsérvese que si un muchacho embobecido quema una fotografía del Rey se alude a la “libertad de expresión”, es decir, no se pone en cuestión su “ciudadanía” y que, por otro lado, al que no quema nada se le trata de hacer aceptar una determinada antropología, una determinada concepción del “género” o una determinada “educación de las emociones”.
Entre el deseo de que los ciudadanos sean “buenos” y el empeño porque sean “nuestros buenos” no hay, desde el poder, una frontera definida. Es mejor dejarles, sencillamente, que sean ellos lo que quieran ser en los límites de la ley.

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