jueves, octubre 04, 2007

Ferrand, Basura vertical

viernes 5 de octubre de 2007
Basura vertical

M. MARTÍN FERRAND
EN alguna de las novelas costumbristas de Pedro de Répide, buen retrato costumbrista del primer tercio del siglo XX madrileño, tengo leída la descripción crítica de las pintadas que lucían en puertas y paredes de los retretes con acceso libre. Es decir, el mal viene de viejo. Durante la Transición, ese periodo en que España despertó de sus más acostumbradas miserias y se sacudió las pulgas del pesimismo, esas pintadas de escusado, aún en su incivil grosería, alcanzaron el mérito del ingenio. Recuerdo una, en Aravaca, en la que un nostálgico agresivo predicaba: «Matemos al cerdo de Carrillo». Bajo ella, pocos días después, alguien con más talento que saña rebatía la feroz consigna: «Carrillo, ten cuidado que te quieren matar el cerdo».
En el exterior, a la vista de todo el mundo, las únicas pintadas que tienen solera y prestigio son los trampantojos, balcones imaginarios y bidimensionales que le dan vista a una pared ciega y cosas por el estilo. Más nueva es la moda de los graffiti -plural italiano de graffito- con la que muchos majaderos con ínfulas artísticas ensucian las paredes de la ciudad. El fenómeno, guarro e incivil, alcanzó su plenitud con la movida madrileña que tanto entusiasmaba a Enrique Tierno Galván y alguno de aquellos pintamonas, como «Muelle» -Juan Carlos Argüello- llegó a recibir honores municipales, reconocimiento autonómico y asilo en galerías de arte. Con él ensuciaron las paredes de Madrid otras «firmas», como «Glub» o «La rata», que ya inscriben su nombre en la lista de honor de la cutrez matritense.
Como todos los males que no se atacan a tiempo, el de los graffiti ha crecido hasta límites irritantes. Ya no queda en la capital una sola pared virgen de quienes con un spray en la mano no se sienta rival de Rivera o de Siqueiros. En algunos barrios, como el de Malasaña, la acumulación de formas y colores sin talento, de pintarrajos, es tan intensa que puede hablarse, con toda propiedad, de basura vertical. Angustia pasear por esas calles, de heróico renombre y actual descuido.
Aunque el Ayuntamiento de Madrid, a través de su conciencia artística y cultural, Alicia Moreno, haya mostrado en muchas ocasiones simpatía y comprensión para los «artistas callejeros», el alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón, acaba de anunciar el endurecimiento de las sanciones para quienes insistan en proyectar sus enfermizas personalidades en paredes que no son suyas y que, por ser el escenario de nuestra convivencia -la calle-, merecen respeto y pulcritud. El Área de Medio Ambiente, el ámbito de Ana Botella, se encargará de limpiar todas esas cochinadas y devolverle al paisaje urbano la dignidad que merece. ¡Fuera chafarrinadas! La decisión es tardía, pero ya se sabe que hay más alegría en el cielo por un pecador arrepentido que por cien justos perseverantes en la virtud.

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