martes, octubre 16, 2007

Eulogio Lopez, Estamps argentinas ante las elecciones del 28-O

miercoles 17 de octubre de 2007
Estampas argentinas ante las elecciones del 28-O
Eulogio López (Hispanidad.com)

E l problema de España no es la corrupción, sino el sectarismo, que es un a modo de corrupción, o polución, ideológica. Expliquémonos con un ejemplo (cosa mal vista en filosofía, como todo el mundo sabe): muchos jueces argentinos –está bien: algunos- se compran. Así de claro. No me consta que los jueces españoles se vendan, pero eso es sólo porque están vendidos desde que superaron la adolescencia (sí, todos ellos la han superado). En España hay jueces a favor y jueces en contra, y todo Gobierno sabe cuándo hay que presentar la querella, es decir, cuándo le toca el turno al juez que interesa, en cada momento y para cada caso. Y no se preocupen, no hace falta dictarles consigna alguna ni atentar contra su independencia en forma o fondo: sabiendo quién es el juez resulta fácil predecir su comportamiento. Es lo bueno que tiene el sectario: hace sus movimientos muy previsibles. Pero en la Argentina no, en la Argentina son más sencillos, es decir, más profundos: allí funciona la corrupción más descarada. Está corrupta la policía, o muchos policías, y lo está el Gobierno de Néstor Kirchner. Basta con recorrer el gran Buenos Aires (entre 11 y 12 millones de habitantes), una ciudad con historia, belleza e impronta, pero absolutamente colapsada por falta de infraestructuras. No hay metro, apenas trenes de cercanías y unos autobuses –colectivos- de tercera división. En resumen, todo el mundo tiene que recurrir al coche para moverse por la ciudad, con el consiguiente colapso en vías de hasta doce carriles, de peaje, claro, además del detalle de los piqueteros, o cortadores profesionales de carreteras: saben el caos que pueden ocasionar. Recurrir al coche… y al avión para moverse por el inmenso país, con un servicio aéreo que deja mucho que desear (eso se lo debemos a los españoles de Marsans, pero también es verdad que el aeropuerto de Ezeiza se ha quedado muy pequeño). Ahora bien, que nadie concluya con la imagen de un país tercermundista. Este es precisamente el elemento distintivo de la Argentina, una nación que posee el mismo porcentaje de cuadros técnicos e ingenieros por población que España. No ocurre como en Asia, África y otros países hispanos. No, en la Argentina existe cualificación y vitalidad privada: lo que no existe es honradez pública. Y para esto no hace falta investigar, basta con pasear por Buenos Aires. Le pregunto a un auditor argentino por qué las más de 100 imputaciones por corrupción contra el Gobierno Kirchner no prosperan. Me responde: “Aquí las querellas contra el Gobierno nunca prosperan mientras no cambia el Gobierno. Ese centenar de imputaciones (un magnífico reportaje de La Nación, uno de los pocos medios aproximadamente libres de Argentina) se sustanciarán en cuanto caiga Kirchner…. Por eso le sucede su mujer”. Muy cuco el presidente. Su esposa, Cristina Fernández, le sustituirá en la Casa Rosada. De esta manera los juicios por corrupción se retrasarán otros cuatro años. Esto es: otros cuatro años de impunidad. Por cierto, casi todas las obras públicas de enjundia se deben a Carlos Ménem, el único mandatario argentino de las últimas décadas que apostó por la inversión pública, en lugar de llenarse el bolsillo con los fondos de los impuestos. Si lo hizo, le qeudó algo para, por ejemplo, ampliar el aeropuerto internacional. Sin embargo, seguramente el mejor presidente que haya tenido la Argentina es hoy el objeto de los mayores insultos. En la Argentina, ocurre hoy lo mismo que en Estados Unidos, en 2004, con George Bush en Estados Unidos: obtuvo una holgada mayoría pero, según parece, nadie le había votado. Para terminar: ¿Cuál es el mayor peligro de la corrupción reinante en la Argentina? Sin duda, el fatalismo, al que el carácter argentino es tan proclive como el tango o como su inteligente ironía. A los argentinos hay que recordarles el Poema del Cid: “¡Qué buen vasallo si hubiera buen señor!”. Argentina no se puede acostumbrar a la corrupción política porque se produciría un efecto-cascada sobre todo el cuerpo social. Y la corrupción no deja de ser la actividad de unos robaperas que, por muy poderosos que sean, no pueden, no deben, no lo han conseguido, corromper el alma argentina. Lo malo es cuando esa ciudadanía se habitúa a un estado de cosas que considera tan nefasto como imposible de modificar. Es entonces cuando el corrupto gana la batalla, no antes. Si hay una tarea pendiente en Argentina es la de despertar a la mayoría. Porque mi querido país austral es uno de los pocos de los que puede decirse que tiene más futuro que presente. Algo que no ocurre en España.

No hay comentarios: