miércoles, octubre 03, 2007

Elena Carreras, La Monarquia de Don Juan Carlos

miercoles 3 de octubre de 2007
La Monarquía de Don Juan Carlos

ELENA CARRERAS Los Príncipes, en la inauguración de la feria Liber de Barcelona, junto al ministro de Cultura
Hace 70 años de mi primer encuentro directo con la Monarquía. El año 27 (1927) fue uno de los más dichosos de nuestro atormentado siglo XX: En él se concluyó, felizmente, la prolongadísima guerra de Marruecos; la paternal dictadura del marqués de Estella vivía entonces su mejor momento. Y Alfonso XIII celebraba sus bodas de plata con el trono, es decir, de su asunción del poder al llegar a la mayoría de edad; porque Rey en propiedad lo era desde su nacimiento. Para celebrar el fin definitivo de la prolongadísima guerra que había asegurado el protectorado español en el norte de África, Don Alfonso y Doña Victoria Eugenia hicieron una visita a lo largo de Rif, iniciándola en Tetuán y culminando su recorrido en Melilla.
Mi familia -como todas las familias españolas residentes por entonces en Tetuán- acudió a la explanada en que tomaron pie los Monarcas en las afueras de la ciudad. Alguna vez he relatado la decepción que me produjo -cuando esperaba ver unos reyes de cuento de hadas, con sus coronas y mantos reales-, la aparición, en elegantes automóviles, de un militar de buena planta y alta estatura, y de una dama deslumbrante, vestida y tocada de blanco. Cuando me dijeron que aquellos eran los Reyes pensé que me habían engañado, pero el entusiasmo y los vivas de la multitud expectante eran una evidencia.
Sólo cuatro años después me sorprendió, en Villa Sanjurjo, la manifestación a favor de la República de unas masas -cierto que relativas, en población tan pequeña- que exigían el izado de la bandera tricolor en el palacete de la Intervención Civil -residencia de nuestra familia- lanzando mueras contra el Rey. En mi mente infantil resultaba difícil conciliar el entusiasmo a favor de los monarcas que poco antes había vivido en Tetuán, y la repulsa -el odio- que se me hacían presentes ahora en Villa Sanjurjo.
En el 27 se vivía el auge de la dictadura que el Rey aceptó al comprobar el entusiasmo con que el país en masa la acogía; ahora, en el 31, ese mismo país clamaba contra el Rey que había respaldado al dictador durante siete años -por muy prósperos que estos años hubieran sido-. En el seno de mi familia consternada, se discutían las posibles razones de aquel vuelco en el sentir del país. Cipriana (la criada que era uno más en la familia; que nos había visto nacer a todos los chicos) atribuyó ese rechazo a que los españoles se cansan pronto de todo, y Don Alfonso llevaba muchos años reinando: conclusión filosófica con mucho de cierto.
Todos estos recuerdos vienen a mí cuando contemplo las incalificables muestras de ingratitud (cierto que minoritarias) alzadas ahora contra el Rey que nos liberó de la dictadura sin provocar rupturas, respaldando una democracia, por fin, auténtica; que la reafirmó en una hora difícil; que, como señalaba Julián Marías, «devolvió España a los españoles», cumpliendo fielmente la misión en que, siguiendo las orientaciones de su padre, cifraba el ser de la Monarquía: reconciliar a las dos parcialidades enfrentadas años atrás en un feliz encuentro; que ha llevado la mejor imagen de nuestro país a lo largo y ancho de «las Españas de Ultramar»... Si estos logros los hubiera conseguido una República, siempre hubieran supuesto el triunfo de una parcialidad sobre otra, mediante el recurso a la fuerza. Pero el Rey encarna la España de todos; incluso de aquellos que la recusan.
La República es lógica en países que nacen a la libertad política sin un pasado secular. La Monarquía está en el fundamento, en el ser de los países que fueron raíces de Europa; y si un error en su trayectoria acabó con algunas de ellas, la fidelidad a su vocación y a su pasado, la capacidad para actualizar en cada momento una tradición inherente a su ser y al de su pueblo supone la mejor garantía de unidad, de integración, de paz para ese pueblo que encarna como ninguna otra Institución. Tal es el caso de la Monarquía de Don Juan Carlos, que supo conciliar a las dos Españas separadas medio siglo atrás por una guerra incivil y abrir caminos de prosperidad y de prestigio nunca recorridos por su país. La consecuencia histórica, frente a la ingratitud de algunos, ha de afirmarla y consolidarla, para que sigan abiertas las sendas de paz y prosperidad que ella nos franqueó hace treinta años.

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