miércoles, octubre 03, 2007

Carlos Luis Rodriguez, Esperando a Waterloo

miercoles 3 de octubre de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Esperando a Waterloo
Lengua, territorio, autogobierno. De los tres asuntos sobre los que el presidente Touriño reclama consenso en su discurso, al menos dos precisarían de un debate previo entre los socios de Gobierno, y eso suponiendo que socialistas y nacionalistas tengan una coincidencia profunda en materia idiomática. Pero supongamos que sí.
Nos quedaría una organización territorial en la que cada uno se empeña en encajar las piezas de acuerdo con un modelo distinto. Ni en las áreas metropolitanas, ni en las diputaciones, ni en las comarcas son coincidentes los asociados. Ni siquiera hay armonía dentro del PSdeG y el BNG, como queda patente en Vigo.
Si hubiera que componer hoy mismo el mosaico administrativo galaico según lo que han dicho sus portavoces, el resultado sería una Galicia abstracta, una construcción parecida a los engendros que pueblan el paisaje gallego. ¿Qué se piensa al ver esas casas a medio hacer, que mezclan estilos y están reñidas con su entorno?
Pues que falta un criterio. Son casas fruto de una mal concebida coalición de propietario, constructor y Concello. En el modelo territorial del bipartito pasa lo mismo. Aunque la oposición quisiera consensuar, que no quiere, tendría que esperar a que el Gobierno se aclarase. De ahí que hubiese sido una excelente idea desdoblar el Debate sobre el Estado de la Autonomía, en dos: el típico pugilato del Ejecutivo con sus contrincantes, y otro de Touriño con Quintana, que pusiera sobre la mesa las diferencias que los suyos se empeñan en exteriorizar en una guerra fría permanente.
Lo dicho para el modelo territorial, sirve para el autogobierno. Todos han llorado lágrimas de cocodrilo por el Estatuto que no pudo ser, aunque en el fondo todos respiraron aliviados cuando se certificó el fracaso de la reforma. Feijóo salió de un apuro en el que sus intereses chocaban con los de Génova, y la pareja benemérita que dirige la Xunta evitó que quedaran en evidencia sus discrepancias porque tampoco aquí tenían un modelo conjunto.
El desafortunado episodio estatutario subrayó además los dos grandes rasgos de la política galaica de los últimos tiempos. El primero es que el orden de prioridades oficial no coincide para nada con el real. El segundo, que Galicia carece de una dinámica política propia que le permita tratar sus grandes asuntos sin verse contagiada por las turbulencias nacionales.
Una dinámica que sí fueron capaces de crear los dos grandes partidos en otras comunidades de rango histórico inferior, para reformar sus estatutos. Aquí en cambio socialistas y populares trasladan a casa las querellas de sus hermanos mayores, lo cual hace que los alegatos a favor del consenso sean un brindis al sol.
El presidente Touriño sabe que a pocos meses de la gran batalla de las generales, un armisticio gallego es ilusorio, lo sabe tan bien como un Feijóo que forma parte del estado mayor de Rajoy. Ambos están integrados en ejércitos que se dirigen a toque de tambor hacia Waterloo. Se admita o no, la política gallega se supedita a la española, y eso convierte el Debate sobre el Estado de la Autonomía en un simulacro.
Justo es decir que esa dependencia no es de ahora. Habría que remontarse al triunfo de Aznar para encontrar el inicio de esa pérdida de autonomía real de la política autóctona, que se prolonga en la última etapa de Fraga y continúa en esta primera del bipartito. Tal vez después de esa batalla las cosas cambien; hoy siguen igual.

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