miércoles, octubre 10, 2007

Carlos Luis Rodriguez, David Kalpin

jueves 11 de octubre de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
David Kalpin

El gran consejo que se le puede dar a David Cal es que se haga ruso. Que hable con Putin, que le habiliten un tramo del Volga para entrenar y que, después de hacerse un nombre y cambiar Cal por Kalpin, retorne a su tierra a montar un equipo de palistas, al que sin duda ayudará con todo tipo de subvenciones la conselleira.
El problema de este campeón es que su destreza con la pala se combina con su torpeza con el pico. No es simpático, no anda en los saraos, es ajeno a la pomada y no está apuntado a ninguna causa de esas que hacen aumentar tu popularidad. El pobre David es un campeón a la antigua que va a lo suyo, sin darse cuenta de que esos tiempos en los que el deportista era modesto, ya no son los de ahora.
A día de hoy, un campeón fetén es un ­icono utilizado por administraciones y políticos. Las medallas están bien, pero lo esencial es lo extradeportivo, y en eso Cal no llega al podio. Como héroe de esa identidad gallega que se quiere fortalecer a toda costa, el palista no sirve porque interpreta su deporte con la misma sencillez que un oficinista su trabajo en la oficina.
En la antigua Grecia, sería admirado y cuidado por quienes creían en los ideales olímpicos; en la Galicia actual, lo admiran los suyos y no lo cuidan los poderosos. Para él no hay un gimnasio ni instalaciones adecuadas. En los despachos de la Xunta han decidido tratarlo como Ron Dennis a Fernando Alonso en los boxes de McLaren, o sea, como si David fuese el extranjero.
En parte lo es porque no pasa por el aro de cambiar su personalidad y hacerse bufón. Lo suyo es darle a la pala, no hacer la pelota para pedir cosas imprescindibles, que en el caso de un palista no son tantas. Es extranjero en su tierra y por ello no tiene más remedio que coger la canoa a cuestas y emigrar a lugares más propicios.
Lo curioso es que en Galicia no sobran campeones, gente con la que el aficionado pueda identificarse y sentir orgullo. La mayoría de los que figuran en la lista oficial de deportistas de élite no tienen su categoría, pero habrán contado con algún padrino capaz de remar en los rápidos de San Caetano, de estar pendientes del rebote del director general o de hacerle un buen centro al área de la conselleira. Pobre Cal, palista paleto al que nadie guio por esos intrincados vericuetos administrativos.
En los boxes del poder deportivo autonómico prefieren a Karpin, ex futbolista, ruso y locuaz, sin que esté claro cuál de los tres atributos ha pesado más en el trato favorable que le dispensa Ánxela Bugallo. Aconsejemos a David que tome ejemplo de Valery. ¿Cómo? No puede ser el palista una ex estrella del balón, ni cambiar de repente su estilo lacónico por la locuacidad, pero nada le impide convertirse en ruso, alegando quizá para agilizar los trámites que es un refugiado, no político, pero sí deportivo.
Conociendo a Vladimir Putin, seguro que el Kremlin lo recibe con los brazos abiertos. Le darán a elegir el río que quiera, que allí hay muchos y caudalosos, los aparatos que precise y la dacha que más le guste. Estará como en casa, con ministros y secretarios pendientes de que su única preocupación sea remar más rápido.
Cuando hayan pasado unos años y David Kalpin luzca en su camiseta más medallas que un general soviético, podrá retornar a casa y llamar al despacho de la burocracia deportiva. Entonces todo serán facilidades. Un equipo de patinaje, de béisbol, de críquet, lo que quiera. Hazte ruso, David, y remarás por fin a favor de corriente.

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