martes, octubre 02, 2007

Antonio Golmar, De los Rios: "El unico partido que se opone a las disgregacion de España es el PP

miercoles 3 de octubre de 2007
ENTREVISTA
De los Ríos: "El único partido que se opone a la disgregación de España es el PP"
Por Antonio Golmar
César Alonso de los Ríos es una de las figuras más relevantes del periodismo español de los últimos cuarenta años. Durante el franquismo trabajó en Triunfo, publicación de referencia para la oposición democrática. Descubridor de algunas de las plumas más brillantes del panorama periodístico y literario actual, De los Ríos ha denunciado la actitud antiespañola de buena parte de la izquierda en obras como Yo digo España o Si España cae. Ahora publica Yo tenía un camarada, de la que LD adelantó un fragmento el pasado fin de semana.
– ¿Cómo, y por parte de quién, surge la idea de escribir este libro?
– La idea fue mía. Notaba que una generación tan importante como la del 36 estaba pasando al olvido. Se había hablado de ella en la Transición y en los primeros años de Felipe González, pero en los últimos tiempos se había colocado una manta de silencio sobre ella. El punto culminante de aquellos intelectuales fue un congreso organizado por el PSOE en 1984. Allí estaban, entre otros, Laín Entralgo, Torrente Ballester y José Luis Aranguren. Yo esperaba que se hiciera una revisión de la cultura franquista, pues estos hombres habían pasado de dirigir los medios culturales del régimen a liderar los movimientos democráticos de los años 50 y 60. No hubo nada de eso, a pesar de que todos los asistentes sabíamos que, por ejemplo, Laín había sido el autor de obras tan importantes para el franquismo como Los valores morales del nacional-sindicalismo.

– ¿Hay en Yo tenía un camarada una finalidad didáctica? Estoy pensando en las generaciones más jóvenes, en quienes no conocemos el ambiente cultural e intelectual del franquismo porque nadie nos ha hablado de él.
– Por supuesto. Esos hombres fueron los líderes intelectuales del franquismo desde los inicios de la Guerra Civil. Esos llamados antifranquistas estuvieron con Franco desde el 18 de Julio. Al margen de la falta de información que tenga la gente de tu generación, hay que señalar que los jóvenes de entonces no hablábamos de la Segunda República. A nosotros no nos interesaba el pasado, sino los problemas del momento, y por eso nuestras referencias fueron Aranguren, Tierno Galván, Torrente, el padre Llanos, Ruiz-Giménez, Areilza... Hablar de Besteiro, de Azaña o de Fernando de los Ríos, en nuestra generación, era un disparate.

– Llama la atención el entrecruzamiento de influencias de derecha e izquierda en los autores que estudias, independientemente de su evolución. ¿Podríamos tomar el hincapié que haces en este mestizaje ideológico como una crítica al concepto de supremacía moral de la izquierda?
– Yo he tocado esa idea muchas veces. ¿Acaso es supremacía moral el Gulag, o haberse aprovechado de la Guerra Fría? En líneas generales, la socialdemocracia ha sido oportunista. Y si pensamos en España, ¿dónde está el plus moral de la izquierda? La izquierda es derrotada en 1939 tras haber intentado llevar a cabo una revolución. ¿Dónde está la izquierda durante el franquismo? Cuando yo fui a la cárcel, en el año 63, éramos cuatro. ¿Quién se opuso al franquismo? ¿Conoces a alguno? Yo te puedo presentar a tres o cuatro, no hubo más...

– La izquierda volvió a ser derrotada en 1976, con ocasión del referéndum sobre la Ley de Reforma Política. Tú mismo estuviste en el movimiento de oposición a aquella ley.
– Tuvimos que admitir que el movimiento democratizador lo estaba liderando la derecha. En los últimos años del franquismo se había producido una revolución económica y social. Sólo faltaba hacer una Constitución e institucionalizar la Monarquía, nada más. El Partido Socialista sabía que estaba en desventaja, y por eso entra en la reforma. Cuando el PSOE se desfonda, tras la derrota electoral de 1996, algunos piden una renovación basada en la denuncia de la Transición. Es una auténtica revolución cultural, que niega no sólo el modelo español actual, capitalista, europeo y occidental, sino la existencia de la nación española. Es lo que pretende hacer este chico [José Luis Rodríguez Zapatero].

– Volviendo a los contenidos del libro, es sorprendente la influencia directamente fascista, incluso hitleriana, de algunos de los personales que retratas.
– Podríamos decir que, en los primeros años del franquismo, todos ellos estuvieron "a la derecha de Franco". Eran falangistas ortodoxos, y reclamaban un Estado fascista. Sin embargo, al mismo tiempo estaban atravesados por el cristianismo, y eso los alejaba del nacionalsocialismo. El nazismo laicista y ateo prácticamente no existió en España. Tovar y el catalán Vicens Vives fueron los más próximos a Hitler, aunque siempre dentro de una tradición cristiana, por lo demás muy española.

– La descripción que haces de las relaciones entre catolicismo y falangismo se aleja de esa idea tan extendida entre la izquierda oficial de una Iglesia subsumida en la Falange.
– Eso de una Iglesia metida en la Falange no tiene nada que ver con la realidad. Es el Ejército quien toma el protagonismo y embrida los movimientos católicos, que habían sido muy perseguidos por el Frente Popular durante la Guerra Civil. El falangismo fue un movimiento muy minoritario, que sin embargo contó con grandes intelectuales y escritores: no olvidemos a Agustín de Foxá, García Serrano, Sánchez Mazas, Giménez Caballero... Pero mi libro se centra en aquellos falangistas que derivan hacia posiciones democráticas.

– Unos antiguos falangistas a los que, a pesar de su conversión democrática, tratas de forma muy desigual. El cariño y la compresión que dispensas a algunos contrastan con el rigor y la severidad que aplicas a otros.
– Por ejemplo, yo soy muy comprensivo con Ridruejo, porque él admite su responsabilidad en la Guerra Civil llegando, incluso, a autodenominarse terrorista. Después se la juega en el franquismo. También se la juega Areilza, que trabaja a favor de la Monarquía desde del comienzo de la dictadura. En cambio, otros recurren a la impostura y al blanqueamiento de sus biografías. Es el caso del padre Llanos, el antiguo nacionalcatólico que pasa al comunismo justo cuando muchos estábamos pensando en abandonar el PCE y oculta su pasado. Otro es Tierno Galván, de quien ya hablé en La verdad sobre Tierno Galván. Torrente Ballester, a quien acorralo en una entrevista que reproduzco en el libro, hace lo mismo que los anteriores. La sinceridad me conmueve, la mentira me indigna. Por ejemplo, Vicens Vives, que citaba a Hitler en sus escritos, nunca quiso reconocer que había estado donde estuvo, a pesar de que Ferrán Soldevilla denunció desde el exilio que había muchos nazis entre los nacionalistas catalanes.

– Haro Tecglen es para muchos el paradigma de la impostura de algunos antiguos franquistas. Tú denuncias sus mentiras, aunque en un tono más cercano a la piedad que a la invectiva.
– Haro comenzó a trabajar a los 16 años en lo que podríamos llamar el periódico más facha del momento, el semanario ¿Qué pasa? Su padre estuvo en la cárcel por haber colaborado en un periódico propiedad de Juan March ocupado por el Frente Popular durante la Guerra Civil. Se trató de un malentendido, porque el padre de Haro Tecglen nunca fue republicano. Haro siempre quiso ser crítico y autor teatral, pero, al igual que le pasó a su padre, muchas de sus aspiraciones se vieron frustradas. Al final fue crítico en El País, pero nunca comprendió el teatro moderno. En el libro reproduzco su famosa crónica del funeral de José Antonio en El Escorial, la mejor prosa falangista de la época. Muchos años después se hace el súper rojo y el niño republicano. Más que enojo, yo siento pena por él y por sus tragedias. Lo conocí en Triunfo, una revista democrática y sin embargo fundada por un antiguo nazi, y fui testigo de algunos de los acontecimientos más importantes de su vida, como el nacimiento de sus hijos.

– Si me permites una crítica al libro, algunos capítulos concluyen de una forma un tanto brusca. ¿Es Yo tenía un camarada parte de una obra inacabada?
– Este libro es parte de un proyecto en el que quiero contar cómo se ha construido el imaginario de la izquierda española. No es que quiera dejar cosas para más adelante. Este libro trata de asuntos muy concretos, pero sí que es parte de mi interés por saber por qué la izquierda española es como es: antiamericana, antisemita, antiespañola y obsesionada por matar al padre.

– ¿Quién es el padre?
– España sería el padre global, aunque a la hora de analizar la trayectoria de muchos izquierdistas españolas hay que prestar atención a sus biografías. Hay casos de hijos de falangistas que daban clase en camisa azul, correaje y botas de montar y que luego se han inventado papás de izquierdas. No se debe juzgar a alguien por sus padres, pero tampoco vale mentir. A los progres que se dedican a atacar a España yo les digo: lo que os pasa es que tenéis un problema con vuestros padres.

– En tu libro de 1994 Si España cae adviertes de los peligros que para la democracia supondría la asunción por parte del PSOE de los postulados más radicales de los nacionalistas. Los hechos parecen haberte dado la razón. ¿Cómo ves el futuro de España?
– Sobre esta cuestión yo ya había publicado en 1979 el artículo "Yo digo España", que es el equivalente político a Lo que queda de España de Federico Jiménez Losantos, un texto fundamental para entender el odio a España que profesan algunas de nuestras figuras literarias. Por cierto, el año pasado publiqué un libro sobre el mismo tema titulado, precisamente, Yo digo España. Yo lo veo muy mal. El único partido que se opone a la disgregación de España es el PP, pero me temo que hay algunos que quieren pactar con el PNV y con CiU. Si eso sucede, se acabó todo. Entonces, yo te haré una entrevista para que me cuentes cómo ves la situación desde tu juventud, porque a mí ya no me queda tiempo para cambiar el mundo...


ANTONIO GOLMAR, politólogo y miembro del Instituto Juan de Mariana.



NI ESPAÑA NI LIBERTAD
La traición de la izquierda
Por Gorka Echevarría Zubeldia
La transición ha estallado por los aires por culpa de la izquierda. Esta es la tesis de César Alonso de los Ríos quien, en su último libro, una antología de sus artículos en ABC, advierte de que “la izquierda ha dado por acabada la reconciliación que puso en marcha el PCE a finales de los 50”.
La propia historia del autor da buena cuenta de que algo ha sucedido en la izquierda desde 1975. Algunos intelectuales como él, Juaristi o Cristina Losada, acabaron por dejar el progresismo porque se percataron de que sus camaradas estaban aceptando una aberración: aliarse con los nacionalistas para destruir España.
Para el socialismo patrio, España equivale a inquisición, franquismo, antieuropeísmo e incultura mientras que los nacionalismos periféricos representan la vanguardia porque se oponen a aquélla. Se cumple así uno de los preceptos del manual del perfecto progresista, “alinearse con los enemigos de España”, en palabras de De los Ríos.
Este esquema mental, derivado de la reacción al franquismo y el complejo de buena parte de la derecha, tiene un incentivo adicional. Si se rompe España, la derecha jamás podrá gobernar un Estado vacío de competencias y 17 mini estados con su cohorte de príncipes y bufones.
Por eso, puntualiza el autor, interesa más la derrota del PP que la de ETA. A los etarras se les sigue viendo como aquellos valientes que mataron al nefando Carrero Blanco, redimidos del estigma de Hipercor por no haber sido los autores del 11-M, según la versión oficial. En el caso de colgarse la medalla de la paz, algo harto improbable, entonces no habría forma de apear al presidente de su poltrona.
Para conseguir que la gente acepte la rendición total, la secesión de Euskadi y la entrega de Navarra, Zapatero ha concedido el marchamo de nación a Cataluña, con el consiguiente apuñalamiento de la Constitución del 78. Al fin y al cabo, el Estatut tenía los mismos ingredientes soberanistas que el Plan Ibarretxe, aprobado, como es bien sabido, por la “izquierda abertzale”, como llaman el presidente y sus medios afines a los partidarios del terrorismo.
El plan revolucionario se está ejecutando con implacable destreza. Cuando lleguen las siguientes elecciones, si triunfara el PP, César Alonso de los Ríos prevé “guerra sin cuartel entre los territorios, ya naciones soberanas”. De facto, en esta democracia de Zapatero no cabe otra alternancia que no sea “gobierno socialnacionalista o caos”.
Entretanto, se está reivindicando una legitimidad en términos guerracivilistas y no por la supuesta solidaridad y justicia social que dice defender la izquierda. Así se reconocen herederos del Frente Popular y tachan a la derecha de franquista.
Con el pasado impecable, si uno se atiene a las hagiografías de la II República y olvida los libros de Moa o Payne, esta nueva izquierda excita las inquinas pasadas y se dedica a airear los muertos del bando republicano. Lo exige la memoria histórica dado que, en palabras de uno de los intelectuales de Zapatero, que cita el autor, “la democracia nació marcada por un pacto con la injusticia y la mentira”.
Es difícil albergar algo de optimismo con este desolador panorama en el que el propio César Alonso de los Ríos ve pocas salidas que no pasen por que el PP llegue al poder y desande el camino estatutario. Lamentablemente, este horizonte parece lejano porque la izquierda tiene muchos voceros y ningún complejo. La derecha, en cambio, no tiene apenas medios de comunicación y le sobran los complejos.
Al final de su prólogo, este periodista se pregunta si puede llegar a quebrarse “un Estado con cinco siglos de existencia formal y muchos más de realidad histórica”. Para evitar el hundimiento de esta nave percibe que habrá “que echar por la borda a quienes trabajan para ello”. Pero, ¿qué sucede cuando quienes dirigen el barco son precisamente quienes quieren su naufragio? Probablemente, a esta pregunta sólo la pueda responder De los Ríos en otro libro. Hasta entonces, “Yo digo España”, aparte de ser un título provocativo, es una obra que ofrece las claves de lo que sucede en esta nación y que por eso merece ser leída, especialmente por quienes están llamados a encabezar la rebelión a bordo.César Alonso de los Ríos. Yo digo España: Contra la disolución nacional alentada por la izquierda. Editorial Libros Libres. Madrid, 2006. 251 páginas.


EL PASADO FRANQUISTA DE LOS MAESTROS DE LA IZQUIERDA
Yo tenía un camarada
Por César Alonso de los Ríos
El 10 de noviembre de 1946 Informaciones dedicó un número especial a "la conmemoración de la muerte de José Antonio", cuyos restos habían sido depositados la víspera en el Monasterio del Escorial. Los titulares iban a toda página. Los artículos de la primera iban firmados por el director, Víctor de la Serna, y por el muy joven secretario de redacción: Eduardo Haro Tecglen.
El texto es una pieza que la llamada memoria histórica no puede dar de lado. Se trata de una muestra de la mejor literatura falangista (...) El artículo se titulaba "Dies irae", y decía así:
La voz de bronce de las campanas de San Lorenzo, el laurel de fama de la corona célebre, la piedra gris del Monasterio, los crespones de luto en todos los balcones del Escorial, los dos mil cirios ardiendo en el túmulo gigantesco coronado por el águila del Imperio que se elevan en la Basílica lloran esta mañana, con esa tremenda expresión que a veces tienen las cosas sin ánima, la muerte del Capitán de España.

Hasta el sol y el paisaje han cubierto su inmutable indiferencia con el cielo gris de la niebla y a lluvia, y cae sobre la ciudad –lacrima coeli– una lluvia fina y gris.

El instinto, el subconsciente, nos ha repetido sus frases, sus profecías, sus oraciones; y no ha sido voz de ultratumba la suya; ha sido voz palpitante de vida; de la vida y el afán de todos estos magníficos camaradas de la Vieja Guardia, del Frente de Juventudes, de la Sección Femenina… La doctrina del fundador vive en ellos como en aquellos tiempos, y si el cuerpo de José Antonio está muerto bajo la lápida, su espíritu tiene valor de vida en la de todos los camaradas de Falange.

Se nos murió el Capitán pero el Dios misericordioso nos dejó otro. Y hoy, ante la tumba de José Antonio, hemos visto la figura egregia del Caudillo Franco. El mensaje recto de sentido y enderezador de la historia que José Antonio traía es fecundo y genial en el cerebro y en la mano del Generalísimo.

Y así, en este día de dolor –Dies irae–, a las once, once campanadas densas de todos los relojes han sido heraldos de vuelo de su presencia, la corona del laurel portada por manos heroicas de viejos camaradas ha llegado a la Basílica, y, entre la doble fila de seminaristas –cirios encendidos en sus manos–, ha pasado al Patio de los Reyes y ha entrado en el crucero. Ha sido depositado sobre la lápida de mármol donde grabado está el nombre de José Antonio y la palma de honor y martirio. Había dolor en todos los semblantes. Mientras el coro entonaba el Cristus Vinci (sic) y los registros del órgano cantaban la elegía del héroe muerto a nosotros nos parecía oír la clara palabra de José Antonio elevarse de allí donde el mármol vela su cuerpo.

Una alegría tenemos: la de ver que a José Antonio sucede un hombre tan firme y sereno como el que lleva a España por los senderos que él marcó.
Pocos textos de los recogidos por Mainer en Falange y literatura o por Rodríguez Puértolas en su más generosa antología de la literatura fascista son superiores a éste en calidad literaria. Era también un texto de alto significado político. Había que enterrar definitivamente a José Antonio porque la garantía del Movimiento estaba asegurada por Franco.

Eduardo Haro Tecglen, "el niño republicano", como se llamó a sí mismo, era hijo de un marino nacido en Frómista (Palencia) que dejó su profesión para dedicarse al periodismo y que, en tiempos de la II Republica, llegó a ser subdirector de La Libertad, de Juan March (antes de Santiago Alba). El abuelo materno de Haro fue el maestro Tecglen, músico silbante, letrista de cuplés tan famosos como Vino tinto con sifón, de obritas para los cafés cantantes, en los que triunfaba entonces el género psicalíptico.

Terminada la guerra, "el niño republicano" se hizo del Frente de Juventudes y comenzó a trabajar, por necesidades económicas (el padre había sido detenido por haber seguido trabajando en el periódico después de haber sido tomado por el Frente Popular). Haro se estrenó en ¿Qué pasa?, que era un semanario brutal, dirigido por Pérez Madrigal, el ex diputado radical-socialista conocido en las Cortes republicanas como el Jabalí. Pronto pudo pasar a Informaciones, de Víctor de la Serna. No le siguió a éste a la aventura de La Tarde. Prefirió seguir haciendo su carrera en el Informaciones nacional-católico de los Sáez Díez, donde llegó a ser subdirector y corresponsal en París. En 1960 sucedió a Manuel Cerezales en la dirección de España de Tánger por designio del ministro Arias Salgado. En este periódico llevó adelante la delicada tarea de servir a los intereses de España en una plaza tan complicada como Tánger. Nudo de espías, territorio clave para España y para la monarquía alauita. Como director, Eduardo Haro valoró la "vía constitucional" de aquélla, esto es, de los reyes Mohammed V y Hassan II. En 1962 José Angel Ezcurra le ofreció la subdirección retórica de Triunfo y el trabajo real como comentarista de política internacional.

Triunfo era un semanario dedicado a los espectáculos, al cine especialmente. Había sido una concesión del Régimen a la familia Ezcurra en agradecimiento por los servicios prestados por ésta en la posguerra. El director fue desde el comienzo Luis Ángel Ezcurra, y lo seguiría siendo hasta el final del semanario. ¿Por qué pasó a ser Triunfo un semanario de información general, y por qué pudo deslizarse poco a poco hacia posiciones progresistas?

En 1962 el semanario fue comprado mayoritariamente por Movierecord, que era una empresa de comunicación con voluntad de grupo multimedia (publicidad, prensa, cine, discos, televisión…) dirigida por el belga Jo Linten. En efecto, Movierecord se hizo con Estudios Moro, montó Movieplay y entró en el mundo de la prensa a partir de Triunfo. Posteriormente sacó Mundo Joven y Teleprograma.

Y ¿quién era o había sido Jo Linten? Un periodista de la confianza política de León Degrelle que un buen día pudo escapar de Bélgica, aterrizó en la Concha de San Sebastián y se acogió a la protección del régimen de Franco. Paradójicamente, iba a ser un antiguo rexista el que impulsara el cambio de contenidos de Triunfo y favoreciera el deslizamiento de la publicación hacia la izquierda. Movierecord necesitaba dar una imagen abierta, no franquista, en las convenciones europeas e internacionales. También fue posible el cambio gracias al equipo de técnicos que asistía a Linten, y que respiraba por la izquierda: Álvarez, Ducay. Así que Triunfo no fue un terminal del PCE, ni la estrella de cinco puntas tuvo el más mínimo simbolismo. Fue un ex nazi, en los buenos tiempos todavía del franquismo, el que hizo posible la creación de la revista cultural de la izquierda. Triunfo es una prueba de la capacidad del sistema para la metamorfosis (...) El sistema se abría, los profesionales también, el público era cada vez más permeable al exterior. En el caso de Haro y de Ezcurra, su progresión ideológica fue tortuosa. Eran "hijos de la guerra", los "hermanos menores".

Nunca llegaron a creer que el Régimen se dejara manejar hasta el punto de dar paso a la democracia. Haro pasaba de las citas de Spengler a las de Toynbee. Iba avanzando a tientas y siempre con retraso respecto a sus compañeros de generación (Alfonso Sastre, Juan Antonio Bardem, Fernando Fernán Gómez…), y acuciado por los que veníamos detrás, que ya pertenecíamos a otra generación, a la de los sesenta. Próximo a Ezcurra, José Monleón fue el hombre clave en el traslado del Triunfo de Valencia a Madrid, en el salto informativo del semanario y en la contratación de firmas como las de Haro o Miret Magdalena. Crítico de teatro, inexcusable a la hora de explicar la evolución de éste. Fue el que montó Primer Acto y Nuestro cine, y el que explica la presencia en Triunfo de César Santos Fontenla y Jesús García de Dueñas.

En Triunfo íbamos a integrarnos periodistas que, por razones de edad y de formación cultural, no teníamos que ver con el clima de la inmediata posguerra. Después de Santos Fontenla y Dueñas fuimos llegando, por este orden, Eduardo García Rico, Víctor Márquez Reviriego y, juntos, Nicolás Sartorius y yo, que veníamos de Siglo 20, una hermosa revista de Barcelona, decididamente de izquierdas, que hicieron Manuel Vázquez Montalbán, Guillermo Luis Díaz-Plaja, Ángel Abad, Salvador Clotas, José Agustín Goytisolo… Y que yuguló Manuel Fraga poco antes de poner en marcha su Ley de Prensa. Todos nosotros estábamos ya tocados por la política. Sartorius y yo habíamos sido procesados y encarcelados por haber militado en el FLP (Frente de Liberación Popular), Víctor no disimulaba sus simpatías socialistas y César y Jesús se movían en la órbita del PCE, al que pasaríamos enseguida Nicolás y yo. En Triunfo fue redactor jefe Pablo Corbalán, que había hecho la guerra en el lado republicano y que al final de ésta había sido acogido en Informaciones por el magnánimo Víctor de la Serna.

A todos nosotros, y a los colaboradores que hacían posible la publicación, iba a encontrarse Eduardo Haro Tecglen cuando dejó España de Tánger para trasladarse a Madrid, ya en torno al 68. Durante varios años vivió con desconcierto la evolución de la sociedad española, sin conseguir hacerse a la idea de una posible transición. Por esto el discurso de Triunfo fue quedando en mera retórica, en los últimos tiempos del franquismo. Ocurrió luego que, una vez hecha la transición, Haro se invistió de "niño republicano", rojo más que de izquierdas, hasta el punto de olvidarse del pasado totalmente, del traslado de los restos de José Antonio al Escorial, de sus viejos camaradas. Quiso rescatar de la II República un radical amoralismo. Sólo quedó de su hombre viejo la defensa de las tres unidades en el teatro, la incapacidad para entender la vanguardia teatral, como demostró sobradamente en su sección de El País. Se quedó en Ruiz Iriarte y en el mundo de su abuelo Tecglen, el músico silbante. Su padre nunca llegó a estrenar una comedia titulada El torerillo de Chamberí. Su gran maestro había sido Alfredo Marquerie. Su ilusión, haber salido al proscenio a saludar mientras sonaban los "bravos". Odiaba la política internacional.


NOTA: Este texto pertenece al capítulo XI de YO TENÍA UN CAMARADA, la más reciente obra de CÉSAR ALONSO DE LOS RÍOS, que acaba de poner a la venta la editorial Áltera

Nº 1 - EL RINCÓN DE LOS SERVILES
El rincón de los serviles (Revista de prensa)
Haro Tecglen, Eduardo: "Dies Irae", publicado en Informaciones, Madrid, 20 de noviembre de 1944.
La voz de bronce de las campanas de San Lorenzo, el laurel de fama de la corona fúnebre, la piedra gris del Monasterio, los crespones de luto en todos los balcones del Escorial, los dos mil cirios ardiendo en el túmulo gigantesco coronado por el águila de Imperio que se eleva en la Basílica, lloran en esta mañana, con esa tremenda expresión que a veces tienen las cosas sin ánimo, la muerte del Capitán de España.Hasta el sol y el paisaje han cubierto su inmutable indiferencia con el velo gris de la lluvia y la niebla, y cae sobre la ciudad -lacrima coeli - una llovizna fina y gris.El instituto, el subconsciente, nos ha repetido sus frases, sus profecías, sus oraciones; y no ha sido voz de ultratumba la suya; ha sido voz palpitante de vida, de la vida y el afán de todos estos magníficos camaradas de la Vieja Guardia, del Frente de Juventudes, de la Sección Femenina... La doctrina del Fundador vive en ellos como en aquellos tiempos, y si el cuerpo de José Antonio está muerto bajo la lápida, su espíritu tiene calor de vida en la de todos los camaradas de la Falange.Se nos murió un Capitán, pero el Dios Misericordioso nos dejó otro. Y hoy, ante la tumba de José Antonio, hemos visto la figura egregia del Caudillo Franco. El mensaje recto de destino y enderezador de historia que José Antonio traía es fecundo y genial en el cerebro y en la mano del Generalísimo.Y así, en este día de dolor -Dies Irae- a las once -once campanadas densas de todos los relojes han sido heraldos de vuelo de su presencia-, la corona del laurel portada por manos heroicas de viejos camaradas ha llegado a la Basílica, y, entre la doble fila de seminaristas -cirios encendidos en sus manos- ha pasado al Patio de los Reyes y ha entrado en el crucero. Ha sido depositada sobre la lápida de mármol donde grabado está el nombre de José Antonio y la palma de honor y martirio. Había dolor en todos los semblantes. Mientras el coro entonaba el Christus Vinci y los registros del órgano cantaban la elegía del héroe muerto, a nosotros nos parecía oír la clara palabra de José Antonio elevarse de allí donde el mármol vela su cuerpo.Una alegría tenemos; la de ver que a José Antonio sucede un hombre tan firme y sereno como el que lleva a España por los senderos que él marcó.
Haro Tecglen, Eduardo: "Gracias, Stalin", sección "Escáner", publicado en el suplemento Babelia del diario El País, Madrid, 2 de enero de 1999.César Vidal es autor de varios libros históricos o biográficos acerca de nuestra guerra civil. Son muy valiosos: investiga cuidadosamente, unas fichas se cruzan con otras, descubre, hace su exposición y no oculta sus opiniones personales acerca de situaciones y personajes. En la biografía de Durruti (Temas de Hoy, 1996) repudia también a quienes puedan seguir hoy su metodología, "basada en la intransigencia y la violencia", a la que resulta "imperioso enfrentarse incluso en nuestro tiempo". Quizá equipare una violencia de la época de las grandes luchas sociales, en la que nadie se abstenía, con la que ahora está en tregua.Ahora sale otro libro suyo que aún no he leído, sobre las brigadas internacionales: en sus declaraciones previas se anuncia como desmitificador, y parece que trata de quitar la aureola de romanticismo y de lucha por las libertades y de enfrentamiento antifascista a los voluntarios que vinieron a España. Una gran parte fueron italianos y alemanes exiliados de los fascismos. Hubo muchos americanos, muchos franceses del Frente Popular; creo que los ingleses, en gran parte intelectuales, fueron quienes mejor lo expresaron en cartas, libros y poemas. La desmitificación, ateniéndome a lo publicado, consiste en decir que eran comunistas. No lo eran todos; incluso los comunistas eran un minoría. Como ocurrió en el histórico congreso de escritores antifascistas, en Valencia y en Madrid durante la guerra. Algunos de los comunistas conversos lo denunciaron luego: incluso lo habían preparado ellos mismos. Sin embargo, los que acudieron a las Brigadas, y los que se reunieron en los Congresos, estaban convencidos de que actuaban por su idea frente a una agresión fascista que les atañía. Dice César Vidal que la idea de las brigadas partió de Stalin y dicen otros que las reuniones en el Madrid cercado también fueron cosa de él. Recuerdo lo que para los habitantes de la ciudad cercada en noviembre de 1936 supuso, primero, la llegada de Durruti que aportó a la defensa su "intransigencia y su violencia". Recuerdo, inmediatamente, el desfile de los brigadistas en el camino de la Casa de Campo y de la Ciudad Universitaria. Todos empezaron a morir ya: creían que esa muerte era la suya. Vi la solidaridad, de conciencia del mundo, de ayuda moral, la llegada de los intelectuales de todo el mundo: quedan las canciones de Paul Robeson reeditadas ahora y grabadas en un concierto que dio en Moscú: gracias por todo, Stalin.
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