jueves, octubre 04, 2007

Alfonso Rojo, Recuerdos de Yugoslavia

jueves 4 de octubre de 2007
Recuerdos de Yugoslavia

ALFONSO ROJO
Con este barullo del referéndum de Ibarretxe y la fiebre pirómana de los facinerosos de ERC, me he empezado a acordar de Yugoslavia. Es como mentar la bicha, porque sueltas el nombre del fallecido país de Tito en una tertulia de radio y se te lanzan encima tus colegas, exclamando al unísono «¡qué barbaridad!», pero si no lo digo reviento.
España tiene 44 millones de habitantes. Quienes hayan cumplido 80 años, tenían apenas ocho en 1936 y si se exceptúa a los pocos que por razones profesionales -periodistas y militares- han estado en zonas de guerra, aquí nadie conoce de primera mano lo horrible que son las cosas, cuando se destapa el tarro del odio.
En Yugoslavia, que quedaba a tres horas de avión de Madrid y a dos días de coche de Barcelona, el hombre se transformó en un lobo para el hombre y en una hiena para mujeres y los niños. Y ocurrió hace 15 años y con una celeridad inusitada.
Todavía recuerdo los chistes que corrían por las redacciones cuando, a comienzos de 1990, llegó un teletipo contando que un informe de la CIA vaticinaba una carnicería en los Balcanes. Parecía imposible, porque serbios y croatas llevaban 45 años conviviendo en paz. A pesar de que todavía resonaban en la memoria colectiva los desgarrados chillidos de los abrasados vivos en las iglesias o arrojados a pozos durante la II Guerra Mundial, la gente se intercambiaba aperos de labranza, compartía tazas de café y hasta apoyaba a los mismos equipos.
¿Y saben como se inició el solemne y patético descenso de Yugoslavia a los infiernos? Pues con unos referéndum. Ilegales, boicoteados por el sector de la población no separatista y que en sitios como Knin, en los Dálmatas, se realizaron usando latas de galletas como urnas y convocados por un fanático dentista serbocroata llamado Milan Babic.
Es cierto que las condiciones objetivas eran muy diferentes. Que tanto el entorno jurídico como el socioeconómico tenía que ver poco con el que existe en España, pero me mosquea que también allí se repetía hasta la náusea que la sangre no llegaría al río. Y llegó: a raudales.

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