lunes, abril 02, 2007

¿Optar por el caos otra vez?

¿Optar por el caos otra vez?
Rafael González Rojas

3 de abril de 2007. He visto por las calles de Madrid carteles que convocan a los ciudadanos a una manifestación para pedir el advenimiento de la III República. La cita es para el 14 de abril, 76º aniversario de aquella II República que tanto horror acarrearía a los españoles de la época y que proporcionaría, a ellos y a sus descendientes, una dictadura que nos mantuvo más de 40 años como Moisés a los israelitas, deambulando por un desierto político, añorando una democracia rica en leche y miel. La bibliografía sobre lo que vivieron los españoles entre 1931 y 1936 es abundantísima. Hay interpretaciones para todos los gustos. Pero existen demasiados testimonios para que nadie pueda negar que aquel quinquenio fue un tremendo caos, un amasijo de sangre, fuego y fango. El último libro que acabo de leer sobre ese periodo se titula El caos de la II República, de Vicente Alejandro Guillamón, editado por LibrosLibres. Se trata de un libro ágil, como ágil periodista es su autor; un relato sucinto y concreto, que de forma clara y sistemática, basándose en hechos comprobados y opiniones autorizadas, nos desmenuza los principales episodios de uno de los períodos más penosos de nuestra historia. El autor nos hace vivir cinco años de sucesivos golpes y sobresaltos. El pistolerismo incontrolado está a la orden del día durante el lapso republicano. Y también el asesinato político y las violaciones del orden constitucional. Los atentados, quemas de iglesias y huelgas salvajes son las señas de identidad del quinquenio. Se atropellan desde el poder los más elementales derechos fundamentales. Las elecciones se falsean de manera sistemática, y las confiscaciones, el pillaje, el vandalismo y la ilegalidad son monedas corrientes. El uso de armas por organizaciones sindicales y revolucionarios incontrolados se hace tan normal como anormal la integración territorial. En resolución, un caos social, político y jurídico, y una penuria económica tal que hizo que un republicano como Eduardo Ortega y Gasset no dudara en formular esta grave acusación: "La República ha dejado a los campesinos sin campo y a los jornaleros sin jornal". De todo esto nos habla Guillamón, de un régimen que permite que diputados de la mayoría gubernamental amenacen de muerte en las Cortes al líder de una minoría parlamentaria, y salgan poco después, de uno de los cuarteles más importantes de las fuerzas de seguridad del Estado, unos agentes que con engaño le sacan de su casa, se lo llevan en una camioneta al cementerio y, en el trayecto, le pegan un tiro en la nuca. Y no se cargaron a más porque no los encontraron en sus casas. Pues bien, a ese régimen nos quieren retrotraer los que en las manifestaciones de la progresía (¡menuda progresía!) ondean la bandera tricolor (la "desteñía", como yo la llamo, porque el morado es el rojo carmesí desteñido del pendón de Castilla) y desprecian la bandera rojo y gualda, única enseña con prestigio histórico, desde Carlos III, cuyos colores son los mismos que los de Aragón, Cataluña y Valencia, de dónde fueron tomados, pero en horizontal, como distintivo de nuestra Armada; y después de nuestros ejércitos, y así de toda España; bandera constitucional en 1978, símbolo de la unidad nacional y de los valores ilustrados sustentadores del pacto de la transición, aceptada y votada por todos.

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