jueves, abril 12, 2007

Felix Arbolí, La muerte de Neron y el incesto

viernes 13 de abril de 2007
La muerte de Nerón y el incesto
Félix Arbolí
N O hubo salvación posible. El pobre se quejaba y llevaba varios días sin comer. Tumbado sobre el sofá permanecía inmóvil, sin apenas abrir los ojos y sin reconocer a nadie de los que nos hallábamos en el salón. Era una verdadera lastima contemplarlo tan quieto, inapetente y ajeno a nuestras palabras y gestos de cariño. A veces, hasta nos parecía oírlo llorar aunque dada su debilidad, apenas nos dábamos cuenta de su doloroso intento de buscar desesperadamente nuestra ayuda para evitarle tanto sufrimiento. Mientras le contemplaba postrado en ese estado de extrema gravedad, le recordaba correteando alegre y disparatado por la casa, dormitando sobre cualquier cojín, mesa e incluso en lugares que parecían inaccesibles, buscando siempre la comodidad que necesitaba para su constante dormitar. Peludo y majestuoso en su caminar, mimoso en extremo, nocturno corredor por las distintas habitaciones de la casa sin rumbo fijo, como si se tratara de un celoso guardián de nuestra tranquilidad, siempre amanecía sobre mi cama enroscado y feliz, haciendo el característico ronroneo de estos felinos para demostrar su complacencia. Su blanco pelaje de persa con pedigrí, destacaba sobre cualquier mueble o sillón donde se hallaba en pleno sueño con la seguridad de saberse protegido y querido por todos cuantos compartíamos su vida y vivienda. Era extremadamente delicado con el alimento y la bebida. Alimentos especialmente preparados y empaquetados para ellos y un agua que debía conservarse siempre limpia y libre de extraños elementos, por muy diminutos que éstos fueran. En cuanto advertía el más mínimo indicio de pelo, resto de comida u hoja caída del cercano rosal, se sentaba junto al cacharro y no lo tocaba, ni utilizaba hasta que cualquiera de nosotros se acercaba, lo vaciaba, fregaba y renovaba el agua. Además, la veterinaria nos había indicado que estos gatos son muy delicados en su cuidado y con frecuencia le caen sus pelos en el agua y la comida que al tragárselos, van formando una bola en su estómago hasta poderle ocasionar un serio percance. Nerón, así le llamábamos, padre de una amplia dinastía de gatos de capricho, estaba afectado gravemente en sus riñones y la veterinaria, a la que se lo compramos, lo trataba y vacunaba, nos aconsejó que para evitarle el sufrimiento tan grande que debía padecer, era mejor sacrificarlo. La eutanasia en los animales es usada con frecuencia para evitarle una agonía dolorosa innecesaria, pues se consideran, al menos en nuestro caso, como parte de la familia. Tras unas tensas y difíciles reflexiones y consultas en las que intervenimos todos, se adoptó la dolorosa decisión de evitar al animal un enorme e inútil sufrimiento ya que su mal era irreversible e iba aumentando de forma rápida y cada vez más dolorosa. Cuando lo dejamos sobre la mesa de la clínica, conociendo su trágico destino, las lágrimas afloraron y un nudo en la garganta impedía que nuestro corazón se desbordara. ¡Es horrible la muerte de cualquier ser, aunque no sea humano, al que hemos querido y del que hemos recibido indudables muestras de lealtad y cariño!. Echo de menos su quieta y relajante compañía en el brazo de mi butaca, cuando necesito un momento de silencio y tranquilidad para poner en orden mis ideas. Alfonso, su hijo, blanco y enorme como su padre, continua su vida alegre, pausada y despreocupada, como si nada hubiera pasado. Algunas noches le oigo llorar, no sé si porque se halla en celo o porque echa de menos a Nerón, del que estoy seguro ignoraba que era su progenitor. Es realmente asombroso que entre los animales el incesto, el desconocimiento de los lazos familiares y hasta la ausencia del compañero de juegos, que pueda ser hermano, hijo o madre, sean sensaciones que no influyen para nada en sus vidas. Desconocen esos tabúes que el hombre civilizado ha asumido desde hace muchos milenios. En la Biblia, el Libro sagrado por excelencia, según la califican, se citan casos de incestos. Ejemplos en los que nos refieren que los lazos familiares entre padres, madres, hijas y hermanos no fueron óbices para el sexo y la procreación. Sin calentarnos mucho la mollera el caso de Lot y sus hijas, tras el “volcánico” episodio de Sodoma y Gomorra. Mucho más espectacular y chocante, según el mismo libro, el infantilizado y no por ello menos enrevesado origen de la especie humana en su totalidad, ya que si hacemos caso a su versión todos somos descendientes de un escandaloso incesto: El de Eva y sus hijos, pues de su unión con Adán, hubo sólo varones , ¿de quienes proceden las futuras generaciones habidas, si solo hubo una primitiva mujer?.¿No hubiera sido más sencillo y menos enojoso para el autor o traductor de tan portentosa aventura bíblica, haber indicado que la descendencia de la primera pareja creada por Dios, había sido un hombre y una mujer, en lugar de dos varones?. Hubiera sido igualmente incestuoso, pero menos escandaloso que el que se protagoniza con la propia madre. Fuera de la Biblia, los faraones egipcios y sus casamientos entre hermanos y otros muchos pueblos primitivos que utilizaron el incesto como medida para impedir el cruce genético de sus reyes e individuos de alta casta, con los inmundos plebeyos. A pesar de que nos resulte una aberrante y censurable depravación, inimaginable para las personas normales, aún suceden con lamentable frecuencia episodios de esta índole en la misma España y, aunque se silencie el detalle, no se sienten cohibidos para reclamar el mismo trato que el otorgado a los homosexuales en la cuestión del matrimonio. Parece absurdo, pero se ciñe a una insultante verdad. Ellos piensan que dada la legalidad que se le otorga a una pareja de idéntico sexo en lo relativo a su unión matrimonial, contraviniendo leyes morales, conceptos ancestrales, definiciones académicas y todas las pegas e impedimentos posibles, ¿ por qué no se le concede a ellos este controvertido privilegio si son de diferentes sexos, aunque tengan afinidad sanguínea?. Nada extraño en un mundo de absurdos y extravagancias que se extiende como mancha de aceite sobre el mapa planetario sin distinción. Algo que hoy nos horroriza pero que, si Dios no lo remedia, llegará a convertirse en insólita realidad, si continua imparable la escalada de paranoia que ha logrado obtener “patente de corso” en esta lucha sin tregua que se ha desatado contra nuestras costumbres y tradiciones más entrañables. De nada valdrán nuestras protestas, escrúpulos y anatemas en una legislación decadente, falta de responsabilidad, razón y ética, que ya demostró su insensibilidad cuando permitió contra viento y marea dar ese nombre a la unión homosexual. ¿No existían otras palabras en nuestro amplio diccionario para contentar a unos y otros sin menoscabar la dignidad y seriedad del tradicional y respetado matrimonio, saltándose a la torera su correcta definición como la unión legal entre un hombre y una mujer para llevar una vida en común y constituir una familia?. En concreto y finalizando, que Nerón prendió la hoguera de nuestra tristeza por su ausencia y aunque no ardió Roma, ni hubo roca de Tarpeya para contemplar la tragedia, como cuenta el antiguo romance, si causó un enorme pesar en toda la familia, porque al fín y al cabo, con esa bola blanca, de ojos rosas y achatada nariz, desaparecían ocho largos años de constante compañía en esas noches de insomnios en las que acostumbro a esperar que me venza el sueño y aleje mis malos presagios que siempre han elegido la madrugada para hacerse fatídica realidad. Las lamentaciones sobre la muerte de mi gatuno compañero me han llevado a divagar sobre el incesto y otros temas de controvertida consideración, por mi terco afán de dar alas a mi imaginación y aventurarme por caminos distintos al marcado como comentario. No se si en estos casos es lícito y correcto decir el “!Descansa en paz!”, que deseamos a los que queremos y se van definitivamente de nuestro lado, peor aún, de nuestra vida, pero, ¿ por qué vamos a ser exclusivamente los humanos los que gocemos o hallemos una nueva vida tras la muerte?. Balmes, nuestro filósofo de Vich, afirmaba que los animales estaban dotados de algo inmaterial, no corpóreo, aunque inferior al alma humana, que era el que les ocasionaba el dolor, la alegría, los sentimientos, llantos y tristezas de las que nuestras queridas mascotas y otros ejemplares de la fauna ofrecen continuos y convincentes ejemplos. Opino que si es por cuestión de méritos y virtudes, de lealtades y sinceridades, de auténtico y desinteresado cariño, serían ellos, sin lugar a dudas, los que deberían obtener los mayores privilegios. Incomprensible y horrible que haya personas que encuentren su diversión y juego en hacerlos sufrir y torturar con saña, sean de la especie que sean. Ellos son los que menos lo merecen. Un bárbaro procedimiento muy común a través del tiempo que, gracias a nuevas leyes, parece que está remitiendo, sino por razones humanitarias y sentimentales, por evitar el castigo y la multa que su deleznable actitud pueda ocasionarle. Algo es algo y si no entran en razones por las buenas, hay que inculcárselas a base de apretarles donde más le duela y escarmiente, en su bolsillo.

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