jueves, abril 05, 2007

Carlos Luis Rodriguez, El narco amateur

jueves 5 de abril de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
A bordo
El narco amateur
La noticia nos hubiera dejado mucho más tranquilos si los detenidos perteneciesen al mundo marginal. Eso querría decir que el narcotráfico no cesa, pero que el reclutamientos de sus efectivos se sigue produciendo entre gente propensa, por así decirlo, a la actividad delictiva. También habría ayudado al sosiego toparse con las redes tradicionales o apellidos conocidos en la crónica delictiva.
Desgraciadamente, el episodio rompe los esquemas tranquilizadores porque los implicados no vivían en la marginalidad, sino que trabajaban en la Diputación provincial, la Armada y la Guardia Civil. Resulta que en su horario laboral, el funcionario preparaba sus expedientes y atendía a los administrados, para después ponerse el mono de faena y distribuir la droga como si nada. En Ferrol, un cabo de la Marina, tras haber trajinado durante la noche con un alijo, se ponía el uniforme por la mañana y se camuflaba entre sus compañeros. Un agente de la Guardia Civil de Galdácano defendía la ley cuando estaba de servicio y transportaba cocaína en sus libranzas.
No estamos, por tanto, ante los dos tipos de narcos más conocidos. Ni son esos capos prehistóricos que no tienen más profesión que la delincuencia, ni tampoco individuos desesperados que entran en las redes para encontrar un medio de vida. Los tres detenidos conviven habitualmente con gente que rechaza el narcotráfico. No puede decirse que estén sumergidos en una subcultura que los arrastra hacia el crimen, sin posibilidad de relacionarse con la sociedad decente, o de apreciar el riesgo que corren haciendo lo que hacen.
Que tres sujetos tan dispares sean compinches en un equipo tal vez es un indicio de otro cambio sustancial, que deja obsoletas las ­bandas rígidas y fomenta los grupos flexibles que se hacen y se deshacen a conveniencia y recurren a personas legales, por utilizar la terminología policial en relación con los etarras.
Además de dificultar su captura, esto sería un aliciente para individuos como los que fueron detenidos en Pontevedra. Les haría concebir la ilusión de que pueden entrar y salir del negocio según sus necesidades, como si el transporte de droga fuera un trabajillo extra. Por así decirlo, no necesitarían ­profesionalizarse en el delito, sino dedicarle sólo las horas libres.
En cierto modo, la gran industria del narcotráfico estaría poniendo en práctica fórmulas de gestión que ya están presentes en las compañías legales. Junto a la deslocalización, el aprovechamiento de firmas auxiliares que ayudan a reducir los riesgos, mejorar la logística y frenar costes. El Laureano Oubiña de turno formaría parte del pasado. Ahora parecen primar las pequeñas bandas de narcos que a veces se fundan para realizar una operación y se esfuman cuando la operación se cierra.
Todo lo dicho en nada afecta a la felicitación que se merecen los cuerpos policiales. La suya es una lucha ingrata en la que el enemigo cuenta con enormes medios y un mercado dispuesto a comprar su mercancía. Merecen, por tanto, el más caluroso reconocimiento, pero el aplauso no disipa la inquietud que supone ver a un funcionario, un marino y un guardia con las manos en la droga. Se derrumba el consuelo de pensar que, a fin de cuentas, los traficantes siempre salían del mundo de la delincuencia.
Por lo visto, no siempre es así. También están ocultos en la sociedad no contaminada por el narcotráfico. Es una novedad, una novedad muy poco tranquilizadora.

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