jueves 22 de febrero de 2007
Visiones
El dinero de los pobres, para el golf
Thomas Sowell
De todas las cosas a las que los gobiernos dedican dinero, ninguna queda más lejos de la lucha contra la pobreza que los campos municipales del golf. ¿Acaso se pide al contribuyente que los mantenga para que los pobres y oprimidos puedan jugar en ellos?
Entre los muchos motivos utilizados para defender el estado del bienestar, el más convincente es que resulta necesario para ocuparse de los pobres y oprimidos. Pero la cifra de dinero que se necesitaría para elevar los ingresos de todos los pobres del país por encima de la línea oficial de pobreza es una fracción de lo que el Gobierno dedica al estado del bienestar.
Hablando en plata, los pobres son en realidad utilizados como escudos humanos en las batallas políticas por el gasto gubernamental, que se expande mucho más allá de aquellos a los que se podría denominar pobres.
Los políticos gastarán más dinero allí donde es más probable que ese gasto vaya a incrementar sus probabilidades de salir reelegido. De todas las cosas a las que los gobiernos dedican dinero, ninguna queda más lejos de la lucha contra la pobreza que los campos municipales del golf. ¿Acaso se pide al contribuyente que los mantenga para que los pobres y oprimidos puedan jugar en ellos? No parece muy probable.
San Francisco tiene seis campos municipales de golf, y están perdiendo dinero, lo que está provocando grandes dolores de cabeza a los políticos que intentan solucionarlo. Un economista lo vería como un problema inexistente. Si los campos de golf están perdiendo dinero, entonces ciérralos. Teniendo en cuenta los astronómicos precios del suelo en San Francisco, vender los terrenos sobre los que se encuentran los campos de golf permitiría ingresar millones de dólares, por no decir miles de millones.
Pero un consejo de ese tipo es el motivo por el que muy pocos economistas saldrían elegidos para un cargo político. Un político tiene que ser de todo para todos: amigo de los golfistas, protector de los empleados que mantienen los campos de golf y, por supuesto, un buen padre al que le encante la tarta de manzana.
Incluso la sugerencia de que los campos de golf sean traspasados a algún operador privado del ramo ha provocado oposición. Un golfista aseguró que "la privatización elevará las tasas y nadie podrá permitírselo", algo que los políticos deben tomarse en serio y que un economista despreciaría como una completa sandez. ¿Sabe de algún negocio que eleve sus precios hasta el punto en que deje de tener clientes?
Obviamente, lo que significa realmente "nadie podrá permitírselo" es que este golfista en particular y otros como él podrían no estar dispuestos a pagarlo. Pero ese es el propósito de los precios, determinar a dónde van los recursos cuando personas distintas quieren utilizar los mismos recursos para propósitos distintos y tienen que pujar entre sí.
Si usted pone los campos de golf de San Francisco en el mercado libre, en una ciudad con una carencia inmobiliaria seria y precios de la vivienda por las nubes, existen muchas probabilidades de que el terreno ocupado por los campos de golf sea superado en la puja por quienes quieran emplearlo para construir una parte de la tan necesaria vivienda. Por supuesto, eso no hará felices a los empleados de los campos de golf de la ciudad. Y un empleado municipal descontento puede ser un gran problema para un político, especialmente si se trata de sindicalistas.
¿Cómo se han seguido manteniendo los campos de golf de San Francisco cuando sus costes de mantenimiento superan a sus ingresos por los abonos de los golfistas que los utilizan? Sólo las recientes reformas costaron más de 23 millones de dólares.
Según el San Francisco Chronicle, "el consistorio cerró el déficit con 16,6 millones de dólares procedentes de fondos inmobiliarios de inversión creados para proyectos de recreo y parques en zonas deprimidas y económicamente desfavorecidas". En otras palabras, que el pobre es utilizado una vez más como escudo humano, esta vez para proteger a los golfistas.
El gran atractivo que los programas gubernamentales tienen para muchas personas es que estos programas permiten que se tomen decisiones sin tener que preocuparse de las restricciones que imponen los precios, a las que nos tenemos que enfrentar todos a cada momento en un mercado libre.
Ven los precios simplemente como obstáculos o molestias, en lugar de verlos como mensajes que subyacen a realidades que están ahí y seguirán estando aunque no se permita funcionar a los precios. Lo que los precios están diciendo al ayuntamiento de San Francisco es que los campos municipales de golf cuestan más dinero del que valen. Y ésta no es mi opinión, sino el resultado de las acciones de las personas que están gastando un dinero que les costó obtener.¿Pero qué políticos quieren escuchar eso? La política no tiene precio.Thomas Sowell es doctor en Economía y escritor. Es especialista del Instituto Hoover.© Creators Syndicate, Inc.
miércoles, febrero 21, 2007
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