viernes, febrero 02, 2007

Jose Maria Romera, Confrontados

sabado 3 de febrero de 2007
Confrontados
JOSÉ MARÍA ROMERA j.m.romera@diario-elcorreo.com

Hay una palabra que a la chita callando ha ido invadiendo el territorio. Adueñándose del espacio verbal compartido, un espacio al que no prestamos mucha atención pero que deberíamos cuidar con mimo de jardinero. Les aclaro antes cómo es ese territorio. Un lugar donde las palabras significan lo que significan, y no otra cosa. Donde las expresiones tienen el mismo sentido para todos. Donde está prohibido introducir fórmulas ambiguas, oscuras, incomprensibles o manipuladas. Algo así como una reserva para proteger el idioma frente a todos aquellos que lo consideran un cortijo propio o una ciudad sin ley. Pues bien, en este espacio verbal compartido se cuelan de vez en cuando elementos indeseables. Como esa palabra invasora de la que hablo. No me refiero a ningún herético anglicismo, ni a una insolente invención de la jerga juvenil, ni tampoco a unas siglas aberrantes como las que tanto escandalizan a los más puristas. Se trata de 'confrontación'. El vocablo ya estaba en nuestro léxico desde tiempos remotos, pero no con el significado que ahora se le adjudica por abrumadora mayoría como sinónimo de enfrentamiento airado, de animadversión total entre dos contendientes que se odian a muerte. 'Confrontar' no es eso. El verbo significa 'poner frente a frente dos cosas para compararlas una con otra' o, en más breve, 'cotejar'. También una confrontación entre personas puede ser lo mismo que un careo o, más sencillamente, el hecho de ponerse una persona frente a otra. Dos que toman café sentados amigablemente a los lados de una mesa se están confrontando. ¿De dónde diablos, pues, ha salido esta acepción violenta, afilada, de un término que ya sólo se oye para representar un estado de desavenencia hostil y malhumor enconado en el ámbito político? Pero es que, si nos remontamos a los diccionarios de dos siglos atrás, en ellos 'confrontar' viene definido como 'congeniar una persona con otra, tener entre sí cierta simpatía, que naturalmente convengan en las inclinaciones y afectos y pasiones del ánimo'. Es decir, hacer buenas migas. ¿Se imaginan ustedes a Zapatero y Rajoy confrontándose en la acepción dieciochesca del término? Claro que de nada sirve conocer el significado real de las palabras cuando alguien consigue cambiarlo e imponer ese cambio a todos los hablantes. Sucede algo parecido con la dichosa 'crispación' tan en boca de todos. Porque 'crispar' es causar contracciones musculares, y, sólo coloquialmente, irritar o exasperar. Le hemos dado una vuelta de tuerca y ahora dice lo mismo que manifestar odio, cólera, enemistad irreconciliable. Pobre idioma. Mal está que en nuestro espacio verbal compartido irrumpan voces extrañas, pero peor aún es que se vea intoxicado por palabras propias pervertidas

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