jueves, febrero 01, 2007

Chivite, Justicia

viernes 2 de febrero de 2007
Justicia
F. L. CHIVITE f.l.chivite@diario-elcorreo.com
Hay una cosa que todos hemos temido alguna vez: ser víctimas de un malentendido. De una equivocación. Fíjense en el caso que acabamos de conocer. Unos agentes americanos detienen a un hombre inocente en un país europeo. Lo trasladan a un país asiático y lo mantienen oculto en una prisión. Lo torturan durante más de cuatro meses. Y finalmente lo sueltan. En Albania, según creo. Cuando se descubre el caso (porque podría muy bien no haberse descubierto nunca), los agentes sencillamente alegan que se trató de una equivocación. ¿Una equivocación? Es decir, ¿esa clase de equivocaciones existen? Por algo parecido, siempre que sale el tema de la justicia pienso en Kafka. Es una especie de reflejo condicionado. El impuesto que tengo que pagar por haberlo leído a una edad demasiado temprana. Y nunca olvido una cita de 'El Proceso': «Era imposible extirpar de raíz todas las dudas sobre si era correcta aquella manera de actuar, pero predominó la convicción de que era necesaria». Eso da miedo, ¿eh? Además hay otra cosa que todos nos hemos preguntado alguna vez: ¿Por qué maldita razón es más difícil demostrar la inocencia de un hombre humilde (y no me digan que la inocencia no hay que demostrarla), que la culpabilidad de un adinerado con un buen bufete de abogados? ¿Ah, la justicia, esa descomunal maquinaria de sutilezas! Pero ya no se trata sólo de esa inquietante relación entre la justicia y el dinero. Porque no deja de ser igualmente inquietante observar (y lo cierto es que lo observamos con relativa frecuencia) cómo una ley, en manos de jueces distintos, da lugar a distintas interpretaciones. En ocasiones, muy distintas. Al parecer, no hay ley en cuyos márgenes no apetezca meter los pies y chapotear un poco. Eso, sin contar con el raro placer que debe suponer dictar sentencia. A ese respecto, un escritor americano, John Barth, dijo una vez que, al igual que los demás hombres, los jueces también se mueven demasiado a menudo por consideraciones más estéticas que judiciales. Así pues, si nunca estamos a salvo de las equivocaciones y los malentendidos, menos aún lo estamos de la capacidad de argumentación del dinero y de las (¿no es una bonita delicadeza llamarlas así?) consideraciones estéticas. Y pese a todo, tenemos que creer en la justicia. No nos queda otro remedio. Más aún, yo diría que no podemos evitarlo. Que lo llevamos en el ADN. Como si se tratara de una confianza primigenia en la Humanidad. Nunca perdemos la esperanza de ser juzgados con justicia. ¿No es curioso? A veces hasta experimentamos una extraña satisfacción al renunciar a una ventaja que en justicia no nos correspondía. Aunque me temo que esto es bastante difícil de ver en los tiempos que corren.

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