jueves 19 de agossto de 2010
La espada de Alá
Juan F. Benemelis
Es imposible negar la centralidad del Islam en el terrorismo y no se puede mantener la condición simplista de una supuesta distinción entre un Islam "verdadero" y otro de violentas aberraciones. No existe la opción de la "reconstrucción" islámica pues no estamos sólo ante una doctrina religiosa, sino también ante una manera de vivir. El terrorismo no es extraño al Islam, tiene su raíz en el Corán y en la Sunna, en la práctica del Profeta, y los textos coránicos favorables a la violencia son numerosísimos. Los fundamentalistas pretenden la aplicación literal de las leyes del Islam, como eran concebidas por el mismo Mahoma e idealizan como modelo de su período y de los cuatro primeros califas, una utopía inexistente que, sin embargo, hace imposible la convivencia.
El Islam es una religión de guerra: la guerra como un medio de propagación de la fe; y, el Dios coránico es en verdad un "Dios del ejército". Según el Corán, quien no cree en Dios no tiene opción: o cree en el Islam o es eliminado. Es una certificación dramática lanzada por los terroristas islámicos: "Ustedes de Occidente saben afrontar la vida, nosotros los islámicos sabemos afrontar la muerte". En la Biblia, el ejército es de ángeles, en el Islam es de combatientes musulmanes, y su cara religiosa fue siempre ignota para la cristiandad, que concibe la guerra como defensiva y no ve en ella su misión espiritual. El cristianismo aceptó la guerra como una realidad del mundo dominado por el pecado de la violencia, pero nunca vio la muerte en batalla como el gesto supremo, el acto más elevado de la fe.
La vocación cristiana al martirio, como testimonio de la libre elección religiosa, difiere del Islam aunque para muchos cristianos renuentes a repetir el error de Pedro, de Arimatea, que renegó tres veces de Jesús, el Cristo, significó enfrentar a los leones en la arena circense. Opuesto al Islam, el cristianismo ve en el amor, al acto supremo de la fe, lo más divino de su actitud. Si bien la Iglesia ha reconocido al combatiente cristiano, muy raramente lo ensalza al nivel del altar.
Considerar, como Juan Goytisolo, que los palestinos y los chechenios no son terroristas, sino "resistentes" es caer en la trampa ideológica del chantaje multicultural en boga. La resistencia a una opresión, mítica históricamente, en nada se relaciona con el nihilismo totalitario del fundamentalismo islámico. Los guerreros locos del Dios islámico no luchan por la libertad de sus pueblos, no defienden a los pobres, no quieren a sus hijos, su intención bélica es crear una república islámica fundamentalista en todo el planeta.
El terrorismo de matriz islámica, de niños asesinados en honor a Alá, no es un fenómeno causa sui, sino que representa el efecto práctico de un fanatismo dispuesto a violentar el alma y el cuerpo, para el cual lo gris se ha esfumado y sólo existe el blanco y el negro, sin colores ni mediaciones posibles. Por eso el terrorismo es un fenómeno alarmante, una ideología que comporta la violencia como contraposición con el objetivo de crear otra forma de sociedad en la cual el Corán sustituye a la Constitución. Y Occidente está adquiriendo su educación sobre la naturaleza de este fundamentalismo a golpes de terror y muerte. La novedad de este terrorismo es que ha transformado en suicida, un elemento cardinal de su religión, la muerte en batalla del guerrero que le asegura el ascenso al paraíso coránico. Ello representa una innovación empleando un motivo ortodoxo ancestral de la tradición coránica: la ley de la tierra como la ley de la guerra.
El "martirio islámico" propio de la tradición chiíta es también parte de la herencia sunnita. Como en el cristianismo patrístico, el Islam considera que la sangre del mártir es el semen de la religión, el sentido profundo del testimonio último de la fe, como lo definió el prolífico autor cristiano cartaginés Quinto Septimio Tertuliano, al señalar que la injusticia del uno era la demostración de la inocencia del otro, el perdón al asesino, "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen", diría en la cruz el Cristo: "Sanguis marthyrum, semen christianorum", a la manera del sultán turco Mehmet II, el Conquistador, el cual con la cabeza decapitada de un niño prendía fuego a la iglesia de Santa Sofía en Constantinopla, un infausto día de 1453.
El Dios individual construye almas nobles como Santa Teresa de Calcuta, el Dios colectivo engendra terribles monstruos como Mohammed Atta, el piloto suicida. Ahora es el Islam quien acumula mártires; son hoy los kamikaze, el otrora "viento de Dios" del Imperio del Sol Naciente japonés. El Corán elogia y bendice a sus mártires, al punto que la shahada, el martirio que testimonia la fe, es una pilastra primordial de la religión. Pero existe un contraste abismal entre este mártir y aquel cristiano. El mártir cristiano no combatía ni iba a la guerra, era el carnero sacrificado ante la injusticia, como el Cristo: un cordero manso al matadero para ofrecer su vida por el pecado que lo aniquila; por eso Jesús, el Nazareo, se inmola por la humanidad a ser crucificado. Para el Corán el mártir es un combatiente que lleva por el mundo la yihad y su vida un medio de la mano de Alá. El mártir islámico no es un inerme sino que porta la muerte al otro y no ofrenda la suya como expiación del prójimo. Es el insondable abismo que separa una propuesta de amor y una prepotencia arrogante destructora, la confrontación entre la dulzura y la barbarie, la diferenciación entre el amor y el odio.
No es posible disponer de suicidas terroristas si no se combate en nombre de lo absoluto. Sin embargo, debemos señalar que en el asunto de los kamikazes y de su justificación religiosa existe una división muy significativa: el rector de la universidad cairota de Al-Azhar, Mohammed Tantawi ha condenado el suicidio como acto de fe, aserto corroborado por el gran muftí de Arabia Saudita. Aunque, políticamente, la mayor parte de los "muftíes" y muchos "ulemas" siguen las pautas de los gobiernos de los países en los que viven.
El que Occidente sea capitalista no justifica la lucha radical del terrorismo. Pero no es la libertad que goza el individuo en Occidente lo que combaten estos fanáticos de la muerte, sino es la esencia espiritual que concede ese derecho: el cristianismo. El fundamentalismo islámico acomete a Occidente no porque este sea liberal, o porque esté socialmente estructurado de forma capitalista, no lo combate por su esencia política, lo impugna por su esencia espiritual individual cristiana El que Santa Maria Maggiore, en Roma, la iglesia del papa de Lepanto, san Pío V, sea el objetivo de los terroristas muestra el arrastre del fundamentalismo islámico, proveniente de una conciencia de lucha ancestral con la cristiandad.
El fundamentalista se considera la esperanza del futuro, la inclinación a lo eterno. Esta idea de crear un mundo nuevo por medio del terror, del homicidio masivo, que es un concepto propio de la modernidad forjado en Occidente, es pieza medular del terrorismo fundamentalista "a lo Al-Qaeda", que se afinca en los valores "pre-modernos" tradicionales del Corán que permea la sociedad islámica, en especial su estructura familiar, pero echa manos de otras matrices propias de Occidente, la del mito de "reformar la humanidad" en una estrategia de guerra global, utilizando la tecnología informática moderna. Los militantes musulmanes que desarrollaron la lucha guerrillera en Afganistán contra los soviéticos fueron los promotores del conflicto musulmán en Bosnia y de la masacre argelina. Por eso se comprenden las campañas militares de Rusia contra los musulmanes chechenios.
Hay quienes apuntan que se emprenderá en este nuevo siglo una fase nueva, potencialmente constructiva, de renovación del mundo musulmán ante la modernidad, la globalización mercantil y las comunicaciones de Occidente. De ahí que la ONU nunca se haya pronunciado enérgicamente contra el terrorismo y los atentados suicidas de los musulmanes.
El fundamentalismo islámico encuentra un campo abonado entre los musulmanes residentes en Europa, y a su vez está exhibiendo una gran capacidad de movilización contra sus propios gobiernos a los que considera corruptos y serviles a Occidente. A las elites "moderadas" en el poder u opositoras en el mundo islámico, y a la nueva generación de esta elite, de Marruecos de Mohammed VI a la Jordania de Hussein II, de la tecnocracia y capa militar argelina a la del presidente indonesio Gusdur Wahid, se les plantea escoger gobernar ante la oportunidad que le brinda la historia o desaparecer de la escena política. Si esta elite se doblega a una coyuntura política actual no favorable, la del islamismo político, el mundo musulmán deberá dar la cara a una nueva explosión, tanto de impronta confesional como étnica y racial.
El terrorismo recorre la historia de Occidente y ha sido instrumento de las revoluciones, de pequeños grupos anarquistas y de nacionalistas que han incidido en la vida de sus instituciones, pero que en la comunidad islámica ha devenido en un elemento de masas. El Islam captó del Occidente la idea de la revolución y el terrorismo, pero ha rechazado la dimensión pacífica y creativa de la realidad humana que el cristianismo promueve como la visión positiva de la vida. "Haced la guerra a los que no creen en Dios ni en el día último, a los que no consideran prohibido lo que Dios y su Enviado han prohibido y a aquellos hombres de las Escrituras que no profesan la creencia de la verdad. Hacedles la guerra hasta que paguen el tributo, a todos sin excepción, aunque estén humillados" (Sura 9,29).
A partir de la revolución francesa y de las guerras napoleónicas, pasando por las experiencias de la revolución bolchevique en Rusia y Nacional-socialista en Alemania, el movimiento transformador europeo se caracterizó por su pretensión de "poder universal", de conducir a la humanidad a la creación utópica de un hombre nuevo y de una sociedad equitativa. Mientras el positivismo imperante en el curso de los siglos XIX y XX otorgaba a este designio la certeza de una sociedad original, reformada, concedía peligrosamente espacio al totalitarismo, que al final se implementó. Así, con su memoria leopardina y en una escalada sin fin en andas de la conciencia científica, el humano de Occidente se adentró en un viaje para encauzar su destino: el mito del progreso ascendente, residuo de la fe religiosa.
El terrorismo encarnado en Occidente no era un hecho suicida aunque sus actores arriesgasen su vida. La muerte de la ideología tras la caída del Muro de Berlín lanzó al espacio el renacimiento de la religión, de un peligro sumo, por el hecho de que la fe religiosa se ve como una fe ideológica. El terrorismo islámico es una mimesis de Occidente: revolución, anarquía, el golpe terrorista como símbolo para demostrar la impotencia del poder. El terrorismo utiliza las comunicaciones, la red de Internet para entronizar el desorden mental y el pánico en el adversario. Atribuir el terrorismo a la guerra de Irak es un error, Osama Ben Laden ya estaba en marcha incluso antes del 11 de septiembre de 2001.
El Islam no ha asimilado la valía creativa del trabajo y del concepto de empresa, en los cuales se cimienta el desarrollo cultural y social de Occidente. Esta es la razón por la cual la técnica de la empresa y del trabajo que el mundo "pagano" (hindú, chino, japonés) ha contraído por contacto con Occidente es incomprensible en el mundo islámico. Es, precisamente este criterio de la vida versus la muerte donde se halla el contraste entre Occidente y el Islam, entre la cultura cristiana y la islámica. Esta última ve en Occidente a la potencia de la naturaleza humana y por ello "el Mal" que debe ser repelido.
En junio de 1992, el Grupo Islámico asesinó al eminente escritor Farag Foda, por sustentar la apostasía de la separación Iglesia-Estado. Igualmente, en octubre de 1994, atentaron contra la vida de Naguib Mahfouz, el premio Nóbel de Literatura. Asimismo, la ensayista feminista Nawal al-Sadawi sería sido objeto de atentados por parte de estos fundamentalistas. El Grupo Islámico fue el responsable de la matanza de 58 turistas en Luxor, en 1997. Asimismo, fue quien desató la degollina contra los turistas y la policía en el templo de la faraona Hatshepsut, en el Valle de los Muertos. También el Grupo Islámico ha llevado a cabo un sistemático asesinato de cristianos coptos, asaltando sus iglesias y hurtando sus bienes, amparados en el término del al-istihlal, que sentencia a muerte a los infieles.
A partir del descrédito del nacionalismo árabe tras su ignominiosa derrota a manos de Israel en 1967, se produce el renacer del "islamismo" como una nueva respuesta ante la entrega de la política, la espiritualidad y los recursos por parte de tales gobernantes a Occidente (Qutb, Beirut, 2003). En 1968, se concentraron los prelados más ilustres del Islam sunnita en la universidad coránica Al-Azhar, del Cairo, para considerar la yihad, obligatoria con vistas a restaurar la vacilante nación islámica, con lo único que se mantiene como un objetivo general: el ataque a los infieles judíos y cristianos. El resultado fue un tarik o compendio doctrinario que ha servido luego como guía teórica para los fundamentalistas hasta el presente.
Estos doctores de la fe coligieron lo siguiente: "el yihad no termina jamás, hasta el día de la resurrección, cuando sus objetivos serán cumplidos, por el rechazo de la violencia y de la rendición del enemigo (...). El yihad le dio fuerza a la religión y aumentó la cantidad de fieles a Alá (...). Para lo que están lejos, el yihad es un deber por procuración. Los diferentes modos de apoyo para sostener y consolidar a los combatientes del yihad, como el apoyo económico, el uso de la lengua y de la pluma, el recurso a tácticas políticas, hacen parte del combate. El yihad fue legislado para expandir el Islam. Por consecuente, los no-musulmanes deben venir hacia el Islam por voluntad propia o por la fuerza. La guerra es la base de las relaciones entre los musulmanes y sus adversarios, al menos que haya una razón importante para hacer la paz, por ejemplo la adopción del Islam por el adversario o por un tratado de paz mutual. Pero los musulmanes son libres de romper el pacto con sus enemigos si sospechan que estos pueden llegar a traicionarlos" (Alexandre del Valle 05/07/2004).
El llamado pueblo palestino era descendiente de las tribus trashumantes expulsadas de los países árabes amigos, y comenzó a existir como tal en 1948. Antes de esa fecha se caracterizaban por pertenecer a poblaciones de origen diverso a veces, efectivamente, semi-nómadas y otras plenamente sedentarias. Los estados árabes no intentaron reasentar a los palestinos, prefiriendo mantenerlos en campos de refugiado como un recordatorio público de la injusticia por la creación del Estado de Israel. Fue el presidente Nasser quien el 12 de abril de 1955 fraguó la causa Palestina, al reunir en El Cairo a los líderes árabes de Gaza, con vistas a organizar, entrenar, armar y financiar a los fedayines y cohesionarlos en una estructura militar que les permitiera luchar por un "hogar palestino". En esta campaña asumiría la vanguardia las brigadas de Al-Aksa, el brazo armado de Fatah, la organización fundada en las universidades de El Cairo y Alejandría y encabezada por Yasser Arafat, que predicaba el retorno a Palestina por medio de la violencia.
Arafat provenía de una familia de larga tradición antisionista. Su padre y hermano habían combatido contra las comunidades judías en Palestina. Su clan tribal, el Hussein, había abrazado el credo nazi apoyando al Gran Muftí de Jerusalén. En la década cincuenta Arafat recibió entrenamiento de explosivos en Egipto. El jefe de la inteligencia egipcia en Jordania, el coronel Salah Mustafa, amigo íntimo de Nasser y un admirador de los nazis, asumió el entrenamiento de 700 fedayines en 1955. Mustafá fue volado en pedazos en Jerusalén por una bomba escondida en las memorias del mariscal Gerd von Rundsted, que había recibido por el correo.
En 1956 varios grupos pequeños atacaron algunos puestos militares en Gaza, y por órdenes de Nasser los comandos fedayines participaron en la guerra de Suez en 1957. Para fines de la década existía un semillero de pequeñas organizaciones dedicadas a la lucha contra Israel. Los soviéticos, los cubanos, los sirios e iraquíes desempeñaron un papel importante en el desarrollo de la OLP como la organización terrorista de la época con más recursos financieros, mejor entrenada, equipada con armamento moderno y múltiples bases y santuarios. Los soviéticos y cubanos vieron en las guerrillas un medio para acercarse al resto del mundo árabe.
La transferencia del manto de liderazgo del Egipto nasserista a la Arabia Saudita, cambió todo el escenario, y a partir de ese momento se propagó como alternativa del futuro la práctica del Islam a los criterios más estrictos y rigurosos propios del wahabismo, en sustitución del laicismo nacionalista. El fracaso del nacionalismo y el reformismo religioso propulsó nuevamente el fundamentalismo que encontró en sus textos sagrados la legitimidad para ejercer la violencia y la consolidación del Estado teocrático. Por eso, sus víctimas principales son los propios musulmanes, y las fuentes de tal actitud se hallan en los cimientos mismos de la religión, tal cual es catequizada en las universidades islámicas desde el siglo XI. El apoyo de las potencias occidentales a los mandatarios autoritarios, ya fuesen nacionalistas (Irak, el Irán del shah) o teocráticos (Arabia Saudita, Yemen, Omán, etcétera) facilitó aún más el argumento anti-occidental de los radicalizados islamistas (Burgat, 2005, 57).
Existe un factor de cohesión interna y de pretendida "justificación" de actos terroristas, la existencia de un conflicto histórico sin resolver, como por ejemplo, la no existencia de un Estado palestino convierte a la "causa palestina" en referencia obligada. A ello hay que añadir la situación de Irak, o los muertos en el Líbano. Así, la resistencia Palestina se mezcló con una interpretación revolucionaria del Islam, como guía de la lucha por la "liberación de los pueblos oprimidos", algo similar a la teología cristiana de la liberación, que se hizo de los métodos del terrorismo occidental inspirado por los marxistas y los radicales.
El terrorismo tuvo su gran empujón en un puñado de organizaciones palestinas. Uno de los primeros en distinguir que la violencia islámica era la ola del futuro fue el cabecilla militar de la OLP, Khalil Al-Wazir, el temible Abú-Yihad. La zona se enturbió aún más con el uso del petróleo como arma política, con la impronta errática del mandatario libio Gadafi, y el desplome del Líbano como nación. Así, la emergencia del movimiento palestino de la OLP tras la Guerra de los Seis Días fue promovida por el deseo de compensar el funesto desempeño de los ejércitos árabes contra Israel. Con tal auto-descubrimiento, las tensiones entre las organizaciones palestinas y los estados árabes se incrementarían desde entonces.
La violencia y el terrorismo palestino contra Israel adquirieron notoriedad a finales de los sesenta y principios de los setenta. Varios grupos proclamaron su "independencia" de Arafat asumiendo la responsabilidad de los ataques terroristas, pero los servicios secretos de Occidente sabían que se trataba de una estratagema para eximir a la OLP del repudio internacional.
La organización Al-Fatah en particular era la más vociferante en su posición de no compromiso con Israel, un país que desde su punto de vista no debería existir, rechazando la resolución de la ONU de noviembre del 1967. Al-Fatah urgió al resto de los palestinos a presionar con la violencia y buscar la aniquilación de Israel a través de operaciones clandestinas desde Jordania y Líbano. Arafat, junto al otro líder palestino, George Habash, y los más altos dirigentes palestinos asistieron a principios de 1968 a Moscú donde los soviéticos ofrecieron recursos y la experiencia de sus servicios de inteligencia, la KGB, para iniciar nuevos campos de entrenamiento terrorista en Jordania (Steven, 1980, 289). Así fue cómo la OLP comenzó a recibir armamentos del ex bloque soviético y apoyo financiero de la región, transformándose en un enemigo peligroso para Israel.
La conexión entre los programas de armas de destrucción masiva con el terrorismo se halla en su misma organización. El mandatario iraquí, Sadam Hussein se destacó por brindar a las organizaciones terroristas la información de inteligencia para sus operaciones en Europa, así como el entrenamiento especializado en la manufactura y colocación de explosivos, la infiltración de áreas sensitivas, amén de amplios recursos en dinero, documentación falsa y códigos de comunicación. En tales circunstancias, Irak llegó a ser el centro de las actividades y planeamientos terroristas palestinos, amén de brindarles cobertura. En abril de 1969, sus servicios secretos crearon el Frente de Liberación Árabe, encabezado por Waddi Haddad, el cual se destacó por su fidelidad a Sadam. Condenado a muerte por la central palestina debido a su prevaricación, Abú Nidal recibió protección en Irak creando allí su Consejo Revolucionario con una estación radial, una agencia de prensa y un campo de entrenamiento. Abú Nidal fue el responsable del espectacular asalto a la embajada egipcia en Turquía en 1978.
Por toda Europa los terroristas de la OLP se desplazaron para atacar cualquier individuo, entidad o instalación que representara a Israel. El 22 de julio de 1968 el grupo terrorista palestino (FPLP) dirigido por Ahmed Jibril secuestró el vuelo Roma-Tel Aviv de la compañía israelita El-Al. El 26 de diciembre de ese año, los comandos de Jibril atacaron nuevamente otro avión de la El-Al en plena pista de vuelo en Atenas. En febrero de 1969 le tocaría el turno a otra nave israelí en Zurich. En agosto, el comando palestino "Che Guevara" secuestró el vuelo de la norteamericana TWA con destino a Lidda, desviándolo a Siria. El 29 de ese mes, una bomba de tiempo estalló en las oficinas de la ZIM en Londres; el 8 de septiembre explotaron simultáneamente bombas en las embajadas israelí de La Haya y Bonn; en noviembre 27 una granada detonó en medio de una multitud congregada en las oficinas atenienses de la El-Al.
El número de secuestros de aviones en esos años pasó del centenar. La OLP negoció con algunos países europeos (Grecia e Italia) una cierta neutralidad operacional bajo el compromiso de prohibir a sus comandos que operasen contra ellos, aunque de manera clandestina los utilizaron de madrigueras. Mientras el jefe terrorista Mohammed Boudiá, primero e Ilitch Ramírez o Carlos "el Chacal" después, eran las cabezas en Europa de las operaciones del FPLP, el refinado poeta y novelista palestino Ghassan Kanafani figuraba como su cerebro planificador en los atentados terroristas, hasta que el 18 de julio de 1972 al encender su automóvil una bomba israelí lo desintegró (Steven, 1980, 319).
La organización Septiembre Negro, encabezada por Mohammed Yussuf El-Najjar, segundo a bordo de Arafat, era simplemente una estructura pantalla de Al-Fath que recibía entrenamiento y asesoría de la KGB soviética, que para tal designio habilitó un poderoso centro de inteligencia en Chipre. Septiembre Negro instaló sus cuarteles de invierno en Suecia y Noruega aprovechando el deslumbramiento de los intelectuales y editores nórdicos hacia el Tiers Monde, la "nueva izquierda", y la inefable ingenuidad y largueza financiera de sus gobernantes para con los refugiados palestinos. Era el criterio de Al-Fatah de poder derrotar a Israel si los palestinos desataban una inmisericorde e intensa guerra terrorista. Como venganza contra el rey Hussein de Jordania, que había expulsado a los palestinos que allí se entrenaban, Septiembre Negro ultimó al primer ministro jordano, Wash-Fal cuando salía del hotel Sheraton en El Cairo.
Esta estrategia de terror palestino acarreó una conducta punitiva de contra-ataque no menos violenta, el terrorismo de Estado por parte de Israel.
Después de la infame matanza de 11 atletas israelíes por pistoleros palestinos en los juegos olímpicos de Munich, la premier israelí Golda Meir delineó la estrategia de combatir el terror con el terror. El líder del grupo palestino que llevó a cabo la acción en Munich había sido el notorio Alí Hassan Salameh. El 9 de abril de 1973 Israel montó un desembarco comando en Beirut aniquilando casi toda la dirigencia de Septiembre Negro y de Al-Fatah. En los valiosos documentos incautados se demostraba la estrecha vinculación de la KGB en todo el entramado terrorista y los planes palestinos para liquidar a los mandatarios árabes "moderados". Israel transfirió la información a los gobiernos correspondientes que tomaron medidas contra Arafat (Steven, 1980, 331).
Tanto en Jordania, Líbano como en otros sitios, la OLP utilizó la práctica de establecer sus mandos, cuarteles y depósitos de armas en edificios vecinos a escuelas u hospitales. Los choques sangrientos entre las facciones palestinas que tuvieron lugar en Damasco, Beirut y Bagdad pasaban inadvertidos para los medios de prensa. Los palestinos Abú Nidal en Irak y Wadí Hadad en Yemen del Sur, asesinos natos, montarían atentados contra los hombres de la OLP destacados en Europa tratando de abrirse paso a bombazos hacia el liderazgo de la OLP.
Pero Arafat ejercía el control efectivo entre los palestinos y recibía anualmente estipendios millonarios de dólares sin una clara contabilidad. Resultante de una vieja tirantez con Arafat, que luego se limó, el iraquí Sadam Husein facilitó la ascensión de otra de sus criaturas, el tenebroso Abú Abbas, jefe del Frente de Liberación de la Palestina, proveniente de la seguridad de la OLP y conocido por sus vínculos con los servicios secretos iraquíes. Abbú Abbás realizó numerosas infiltraciones armadas en Israel, así como de otras aventuras tenebrosas de las que pueden citarse el asesinato de León Klinghoffer cometido por el propio Abbás en el crucero turístico Achille Lauro en 1985, y el asalto a las playas de Tel Aviv en 1990.
Por la misma época, otros disidentes de la OLP recibieron albergue en Irak, como Ahmed Jibril, Salem Abú Salem, Abú Iyad, jefe de la fuerza élite de la OLP conocida como "unidad 17", Abú Ibrahim, un experto en explosivo y su grupo "mayo-15". Allí, también, se ubicarían los cuarteles generales de la tristemente célebre organización de Abú Nidal, autor de incontables ataques terroristas en más de veinte países, y más de 900 muertes. Saddam le facilitó los centros de entrenamiento, la logística y la ayuda financiera.
Entre 1977 y 1979 los iraquíes orquestaron una campaña de descrédito contra el Egipto de Anuar El-Sadat y su acuerdo de paz con Israel, mientras la OLP se sumía en una sangrienta guerra intestina entre Al-Fatah y los grupos pro-iraquíes. En 1978, Said Hammami el representante de la OLP en Londres, fue asesinado por un miembro del círculo de Abú Nidal cuando se proponía negociar directamente con los israelíes.
En los setenta la región entró en algo nuevo que atentó contra el tribalismo como la modernización con sus inmensas maquinarias y vastas cadenas hoteleras, la mezcla de judíos y palestinos, el ascenso de los musulmanes libaneses. Pero a muchos no les gustaba este mundo nuevo que borraba las identidades. Para fines de la década 1970, los escritos de los radicales pensadores chiítas en Irán, Líbano e Irak se expresaban de manera similar a los sunnitas de Egipto y Arabia Saudita, en sus diagnósticos y curas de los problemas contemporáneos, y en sus énfasis hacia la confrontación. No era difícil imaginar que este corpus ideario desovara una dinámica de acción contra los "infieles", sobre todo cuando la barrera idiomática del árabe ha impedido al Occidente defender su causa. En 1996, el conocido periodista cairota Mohammed Heikal, en su obra Canales secretos -que pasó inadvertida en Occidente-, alertaba a éste de la profunda furia y repulsión que contra ellos se anidaba en todo el Islam.
Pese a que ciertas naciones musulmanas se han enriquecido gracias al petróleo, la mayoría de ellas son pobres, no disfrutan de las prerrogativas civiles que se tienen por elementales en Occidente, como la libertad de expresión y el derecho a votar en elecciones justas. Con índices demográficos disparados, muchos miembros de estas sociedades recurren a los movimientos políticos islamistas para afirmar su identidad y reclamar el control de sus propias vidas. El fortalecimiento económico y, con éste, también político y militar del mundo islámico, a partir del petróleo, lejos de conducir a un debilitamiento de la sustancia religiosa, se vincula con una nueva conciencia religiosa, en la cual se conjugan en indisoluble unidad la religión islámica, la cultura y la política.
Ante la tendencia en sectores del mundo islámico, de asumir las amenidades y las nociones de la modernidad, especialmente la proveniente de Occidente, que tienden a la secularización estilo Turquía, se antepone el enfoque más tradicional de la vida islámica y un rechazo a las formas occidentales y modernas; de ahí todo el movimiento para extender la ley musulmana (Sharia) en cada área de la vida, y el éxito que ha tenido tal visión en Arabia Saudita, Irán, Paquistán y Sudán, recurriéndose a la violencia y al terrorismo al tratar de implementar su programa.
La radicalización política es marginal; sin embargo, en términos de impacto es muy fuerte. El caso de la Siria otomana es lo que mejor ilustra esta situación de aberración de la que aún no se ha salido en este comienzo del siglo XXI, y cuyas tensiones, guerras e insuperables dificultades en los terrenos de la seguridad y del desarrollo representan su destino de fragmentación y de destrucción de los equilibrios naturales y humanos.
http://www.neoliberalismo.com/Benemelis03-26-2008.htm
jueves, agosto 19, 2010
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