martes 24 de agosto de 2010
La crisis de Melilla y la ruinosa política exterior de Zapatero
Luis Míguez Macho (Elsemanaldigital.com)
S E las prometía tan felices cuando, en la oposición, lo fácil era criticar la postura del Gobierno de entonces y jugar a la promesa de la distensión. Pero la realidad pasa factura.
La actual crisis con Marruecos, que demuestra una vez más la inoperancia de la política exterior de José Luis Rodríguez Zapatero, es una buena ocasión para reflexionar sobre cuál debería ser el rumbo de nuestras relaciones internacionales cuando haya un nuevo inquilino en La Moncloa.
Mujeres policías y "Alianza de Civilizaciones"
Cualquiera que sea el motivo real del bloqueo fronterizo que sufre Melilla, la excusa alegada por Marruecos para abrir esta disputa, el supuesto trato vejatorio de la policía española a los marroquíes que cruzan la frontera por la ciudad autónoma, ha puesto al descubierto un hecho muy significativo: los desprecios y las vejaciones, éstas sí reales y no supuestas, que padecen por parte de algunos marroquíes las funcionarias policiales de nuestro país que prestan servicios fronterizos, por el simple hecho de ser mujeres.
Así, mientras el gobierno de Rodríguez Zapatero, el feminista, lleva seis años dedicado a socavar el principio de igualdad ante la ley sin discriminación por razón de sexo que proclama la Constitución en nombre de la ideología de género, en el vecino del sur ni siquiera se asume con normalidad que la mujer tiene la misma dignidad como ser humano que el varón. Es la pequeña diferencia entre una sociedad occidental de tradición cristiana, fundada en el reconocimiento de la igual dignidad de todos los seres humanos como hijos de Dios, y una sociedad forjada en una tradición cultural y religiosa totalmente distinta, como es la musulmana.
En estas condiciones, y parece increíble que tenga que venir una crisis como la presente para recordárnoslas, siendo evidentes en sí mismas, basar toda una política exterior en un delirio del tamaño de la "Alianza de Civilizaciones" resulta sencillamente inconcebible. Los países desarrollados que cuentan algo en el mundo no orientan su política exterior por consideraciones ideológicas, sino por el interés nacional, y aquéllas siempre acaban plegándose a éste; por eso la política exterior no cambia sustancialmente sea cual sea el partido en el poder.
Con esto no pretendo hacer una apología del "maquiavelismo" entendido en el sentido vulgar del término. No digo que la política exterior deba ser inmoral, despiadada y ajena a todo espíritu ético; pero el fin primordial de todo gobierno es la conservación de la comunidad nacional a él confiada, y la política exterior en el fondo no es otra cosa que la proyección fuera de las fronteras de la política de seguridad nacional.
Por una política exterior fundada en el interés nacional y no en la ideología
España es un país occidental desarrollado que cuenta con una de las primeras economías del mundo, aun a pesar de la crisis, y un gran peso histórico y cultural. Formamos parte desde hace veinticuatro años de la Unión Europea y no tenemos más cuentas pendientes o deudas con el pasado que otros países de nuestro mismo perfil. No se entiende, pues, que en vez de tener una política exterior como los demás sigamos dando vueltas alrededor de conceptos tan dudosos como la "tradicional amistad hispano-árabe", de la políticamente inexistente comunidad hispánica de naciones o ahora también de la delirante "Alianza de Civilizaciones".
A efectos de política exterior, no hay amistades ni enemistades permanentes, como tampoco regímenes de derechas y de izquierdas; sólo hay regímenes políticos serios, que garantizan una cierta seguridad jurídica y respetan las reglas, y por tanto se puede tratar con ellos de igual a igual en función del interés de cada una de las partes, y regímenes gamberros, dirigidos por demagogos, déspotas o tiranos, unos con petrodólares y otros sin ellos, respecto de los cuales hay que mantener una sabia distancia para no comprometer la dignidad y la seguridad nacionales.
En España con frecuencia se confunde la defensa de los intereses nacionales en el exterior con la defensa de los negocios de las empresas nacionales en el exterior, y esto es pertinente recordarlo tanto en relación con Marruecos, sede de enormes intereses económicos cruzados que han condicionado y condicionan relevantemente nuestras relaciones con ese país, como respecto de otros países también conflictivos, del tipo de la Venezuela de Hugo Chávez.
Ciertamente, la defensa de los intereses nacionales en el exterior incluye la protección de los empresarios españoles que desarrollan su actividad fuera de nuestras fronteras. Sin embargo, no se puede olvidar que quienes invierten en países con regímenes caprichosos que no garantizan una mínima seguridad jurídica manejan amplísimos márgenes de beneficio, que nunca podrían obtener en países serios, a cambio de riesgos también considerables. Si las cosas salen mal, nadie les reprochará que pidan ayuda al gobierno, pero la ayuda que éste puede proporcionar tiene un límite en la obligación de no sacrificar la dignidad y hasta la seguridad nacional a los buenos negocios de unos pocos.
La dignidad en política exterior no es cosa de broma. Si se pierde, difícilmente un país se hará respetar por los demás, y esto hay que saberlo igual cuando se montan cumbres sin objeto alguno para sentarse con energúmenos a los que se acaba gritando "por qué no te callas" que cuando se cede a presiones intolerables y se retiran mujeres policías de una frontera. Y en cuanto a la seguridad nacional, que es lo que está en juego en el caso de Marruecos, tiene carácter absolutamente prioritario frente a cualquier otra consideración; no digamos ya en relación con los intereses económicos.
No hay política exterior de verdad sin un buen servicio de información
La política exterior española tiene otro problema endémico que, como ha informado El Semanal Digital, esta nueva crisis con Marruecos ha vuelto a plantear: las limitaciones de nuestros servicios de información. La reconversión del viejo CESID en el CNI llevada a cabo en tiempos de José María Aznar no dotó a España de un instrumento a la altura de una política exterior equiparable a la de los países de nuestro perfil, que en aquellos momentos se ensayó por primera vez, y bien duramente lo demostraron los atentados del 11 de marzo de 2004.
Por eso, cuando cambie el gobierno, será ineludible redefinir completamente el modelo de servicios de información. Para empezar, un servicio de información no puede ser un organismo autónomo como es el CNI. Bien al contrario, tiene que ser absolutamente dependiente del gobierno de turno, y sólo del gobierno de turno: un dócil instrumento al servicio de la política del ejecutivo legitimado por las urnas, sin otras lealtades ni compromisos que el de servir a España a las órdenes del gobierno.
Aunque es cuestión discutida en el panorama comparado, habría también que probar a implantar la separación que existe en muchos países, y no poco relevantes, entre información interior y exterior. La actual estructura de los servicios de información españoles, que une los dos aspectos en un solo organismo, procede de momentos históricos en los que la subversión interior era una preocupación de primer orden para el gobierno; hoy probablemente carezca de sentido.
En nuestras actuales circunstancias, si se quieren minimizar los riesgos de "desviaciones" de los servicios de información, convendría diversificar y encomendar a estructuras distintas las tareas de información interior y exterior. Además, así se ayudaría a especializar los servicios de información exterior para hacerlos más eficaces en el servicio de esa deseable nueva política exterior española.
http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp?Id=2486
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