miercoles 18 de agosto de 2010
Las granjas avícolas, escenarios dantescos
Félix Arbolí
E STA noche mi cena consiste en tortilla de patatas, que a mi mujer le sale de maravilla, zumo de limón y un yogur de los llamados griegos. En el almuerzo, el limón lo sustituyo por el gazpacho andaluz, que es uno de los placeres gastronómicos al que procuro ser fiel desde mis años de infancia gaditana. El huevo me gusta de todas las maneras posibles que se puedan presentar y yo mismo de vérselo hacer a mi mujer, soy capaz de apañarme una tortilla incluso con jamón o chorizo, huevos fritos, escalfados o duros. En estas cuestiones no sigo los cánones imperantes en mis tiempos de infancia y adolescencia, en los que el hombre sólo entraba en la cocina para cotillear el menú o para picar aquí y allá. La mayoría de las veces para incordiar. Aunque es ella la que realiza siempre las labores gastronómicas, cuando me he visto sólo por circunstancias inesperadas y urgentes, me ha sabido defender y no me he quedado sin comer. Todo en esta vida es cuestión de proponérselo y querer. Jamás me he negado a cooperar cuando he visto el asunto un poco apurado. Tareas impensables en el hombre de mi época, que ahora no me explico el por qué.
La tortilla patatera, que no zapatera, se ha hecho famosa más allá de nuestros límites geográficos y figura como uno de los platos más recomendados y apreciados de nuestra cocina, junto al cocido y la paella, entre otros. En este aspecto, como otros muchos, nada tenemos que envidiar al foráneo. Bueno, gusta a todos a excepción de algunos políticos y ciudadanos catalanes, ignoro su porcentaje, que le han declarado el boicot en sus restaurantes y fogones por sus indiscutibles señas de españolidad. Al igual que otros muchos ciudadanos de otras provincias españolas están olvidando el cava catalán, los embutidos de Vich y aquellos productos que les traen sabores de unas tierras donde no todos aprecian lo español. Ellos se lo pierden, pero tengan en cuenta ese dicho que advierte “ arrieros somos…”.
Yo soy más adicto al huevo en sus distintas variantes que a la carne. Salvo las excepciones de ésta última que entran en el terreno de la exquisitez, aunque debo confesar humildemente que me gusta la carne muy hecha. Lo contrario al buen degustador de este tipo de alimento. También soy más partidario de un buen queso, yogur y vaso de leche, que de embutidos y verduras, siempre que no estemos hablando de un pata negra e ibéricos o de esas ensaladas y piriñacas de mi tierra que nos hacen perder hasta el sentido de la orientación ya que nos creemos que estamos en el cielo. No obstante, mi interés por los productos avícolas van a cambiar mucho tras la lectura y la contemplación de las fotos de un correo que acabo de recibir, firmado por un tal Rildo Silveira de Brasil. Se refiere a una moderna granja avícola. No especifica a qué país pertenece, aunque el texto y las fotos que le acompañan están en castellano. Resulta escalofriante.. Jamás pude figurarme que esa tortilla, huevo frito o escalfado que con tanto placer suelo comer puede ser el resultado de una crueldad tan insólita y despiadada hacia unos animales, gallinas y pollitos, que pasan un horrible y continuado sufrimiento desde su nacimiento hasta su muerte por la mezquindad de un granjero que les hace padecer una constante vida infernal. No digo, por supuesto, que en todas las granjas avícolas se utilicen estos métodos tan inhumanos, pero sí que deben existir algunas que los usan para obtener sus beneficios más rápidos y a más bajos costes, como se puede comprobar y demostrar en este correo ampliamente ilustrado. Viendo estas fotos y leyendo el escalofriante texto, propio de un Stephen King, me doy cuenta que a lo peor estoy cooperando a mantener estos campos de exterminio y torturas de unos animales que han tenido la desgracia de nacer ovíparos y avícolas en un mundo de sádicos y desalmados. A partir de hoy procuraré que en casa los huevos que entren sean de corral o de granjas de asegurada confianza y probada humanidad, aunque para ello tenga que abonar un suplemento muy a gusto por librarles de esa barbarie.
Lo que me extraña y desconcierta es que tantos antitaurinos tan sensibles y amantes de los animales, que se lanzaron a vociferar contra la “crueldad de la corrida de toros”, mantengan un silencio sepulcral ante una realidad tan dantesca y mucho más salvaje. Al fin y al cabo, el toro de lidia vive durante cinco años en la dehesa a todo plan, gozando de libertad, buena alimentación y extremados cuidados y termina su vida luchando bravamente contra el torero de turno, en un tiempo máximo de quince minutos. Las gallinas y pollitos no tienen esa suerte, pues nada más nacer pasan a la cámara de los horrores en las que les mantienen hasta su muerte en espacios reducidísimos donde ni siquiera pueden dar la vuelta o alzarse totalmente y han de mantenerse siempre sobre un suelo de alambres para que sus excrementos caigan al cajón de los vertidos. Pero prefiero hacerlo como me lo cuentan en el correo, aunque suavizando y omitiendo algunos detalles para no alargar excesivamente el texto y estresar a mis lectores. .
Las granjas modernas, tan enormes y sofisticadas, apenas recuerdan a las antiguas, donde los animales pastaban libremente y llevaban una existencia tranquila y placentera. Las actuales, se han transformado en una actividad competidora donde no tiene cabida un mínimo sentimentalismo. Los métodos que se utilizan disminuyen los costos y aumentan la producción, a costa de hacer sufrir enormemente a estoas animales. Son tratados como máquinas que sólo han de producir al mínimo coste y con la carencia absoluta de una mínima comodidad. Viven de forma miserable desde que nacen hasta que son sacrificadas cuando ya no están en condiciones de producir. Pasan su vida sin poder moverse ya que sus jaulas son muy reducidas y al pisar sobre alambres, sufren heridas, roturas de huesos y estrés. La luz permanece encendida las 24 horas, pero no contemplan en ningún momento la del sol, ni el aire del campo, ya que están encerrados día y noche en enormes naves, donde el olor se hace insoportable. Cómo es lógico tampoco pueden caminar ni levantarse y ni siquiera mover las alas. Las jaulas miden 30 o 35 centímetros de largo y unos 43 de ancho y en cada una de ellas se colocan tres o cuatro gallinas juntas. En tales condiciones pierden sus plumas, se debilitan rápidamente y se estresan. La alimentación es escasa y poco natural, con abuso de antibióticos, hormonas y la acumulación de toxinas en su organismo. Hay casos en que colocan hasta nueve gallinas en una jaula. Ya se pueden figurar el panorama.
Para evitar que por las calamidades que sufren se vuelvan agresivas y puedan picotearse unas a otras, nada más nacer se les corta una parte del pico con una lámina caliente, lo que les causa un enorme dolor que le dura varias semanas y al no poder comer en este tiempo, algunas mueren. En la operación cortan hueso, cartílago, vasos sanguíneos y tejidos. Esta macabra y dolorosa faena vuelve a realizarse antes de la época de poner huevos. Una gallina suele poner unos 250 huevos al año. Problema frecuente es la osteoporosis debido al exceso de calcio para formar la cáscara del huevo, a costa del de sus huesos. Tras un año poniendo huevos, se consideran ya inútiles y son sacrificadas. Muchas mueren durante el transporte al matadero, donde sus cuerpos son triturados junto a las plumas y las materias fecales y usadas como raciones alimenticias para otros animales.
Cuando los pollitos nacen machos, se descartan y para aprovecharlos son triturados vivos aún, en unas licuadoras gigantes y otros incinerados e incluso enterrados vivos. Algunos productores los utilizan, vivos aún, son demasiados para matarlos uno a uno, para formar una mezcla con las plumas incluidas, y fabricar productos derivados de gallinas y caldos de pollos. Las gallinas que no rinden como ponedoras son llevadas al matadero en cajas abiertas y sin haber comido nada desde treinta horas antes de su transporte, para no gastar alimentos en animales inservibles, son sacrificadas con la lámina y escaldadas, aunque algunas hayan quedado sólo aturdidas y sigan vivas. A veces se cuelgan por las patas y se sumergen en un baño electrificado para aturdirlas y acelerar su matanza. Generalmente les cortan la garganta con una lámina afilada y luego la sumergen en agua hirviendo para desplumarlas. Dado el aceleramiento que quieren dar al proceso, este trámite o mejor animalada, (nunca mejor empleada esta expresión), lo realizan si estar realmente muerto el animal en algunas ocasiones cuando llegan al tanque de agua hirviendo.
Hay que considerar y tener en cuenta estos datos y circunstancias tan crueles a la hora de adquirir los huevos que vamos a consumir. Es conveniente saber de antemano si son de corral o de una granja de mucha confianza y suficientemente acreditada por sus maneras más civilizadas e incruentas de tratar a estos infelices animales. No digo que este extraño y macabro ritual sea medida generalizada en todas las granjas, Dios me libre de formular tal acusación, pero si que las autoridades competentes y los veterinarios deberían estar más vigilantes y comprometerse a evitar estos casos que denigran a la raza humana. ¿ Y para estas aves no hay asociaciones, ni políticos ni gobiernos comunitarios que alcen su voz y sacudan sus conciencias, teniendo en cuenta que no gozan un solo momento de libertad, de comodidad, ni manera de poder defenderse como hacen o puede hacer el sensibilizado toro de lidia?. . ¡Claro como esto no se refiere a fiesta o tradición española!. Afortunadamente.
http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp
miércoles, agosto 18, 2010
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