miercoles 25 de agosto de 2010
Entre traición y desacato
Editorial www.gaceta.es
Zapatero y Montilla quieren burlar al Tribunal Constitucional.
Se ha confirmado el desacato. Por primera vez en la historia de nuestra democracia, un presidente del Gobierno incumple una sentencia del Tribunal Constitucional. Genuflexo ante Montilla, Zapatero ha dedicado un Consejo de Ministros a rectificar por la vía de los hechos el pronunciamiento del Alto Tribunal sobre el Estatuto catalán. Tanto Zapatero como Montilla optaron desde el primer momento por el cisma institucional, anunciando con toda desfachatez que se encargarían de buscar bajo mano una salida para las líneas rojas de la sentencia estatutaria. Ahora, Zapatero ha consumado su desobediencia al Supremo, intérprete de la Constitución, saltándose tanto la letra como el espíritu de la sentencia.
La traición a la sentencia es especialmente visible en una cuestión de tanta trascendencia como la quiebra de la unidad y la independencia del Poder Judicial: si el Constitucional ponía freno a la delegación de competencias desde el CGPJ a Cataluña, Zapatero se saltará ese freno mediante la reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial. Así, la Justicia en Cataluña pasará a ser un terreno absolutamente politizado, en detrimento del ciudadano, en detrimento de una judicatura acosada por el Ejecutivo y en detrimento de un Estado que abandona la vertebración de la Justicia mediante el rechazo del ejercicio de las competencias que le fija la ley. Y todo, además, de espaldas a los ciudadanos.
Con su actuación, Zapatero ha procedido a la voladura del Tribunal Constitucional, mostrando así que las instituciones sólo le interesan si las puede utilizar para su interés cortoplacista. Si al Constitucional no se le hace caso en el Gobierno, ¿de qué sirve, qué autoridad tiene? Las sentencias son de obligado cumplimiento, pero Zapatero ha incumplido con plena impunidad. Su manejo inicuo de la sentencia estatutaria redunda en una inseguridad jurídico-política sin precedentes en nuestra historia institucional desde 1978. Por otra parte, resulta del mayor patetismo la voluntad de tener gestos electoralistas de cara a las autonómicas catalanas: ¿de verdad creen Zapatero y Montilla que van a lograr detener un solo voto? Montilla se ha despeñado en las encuestas todavía a mayor velocidad que Zapatero, y su rebeldía institucional no ha impedido que el nacionalismo radical intentara incluso agredirle, como se vio en el correcalles independentista del mes de julio. Para Cataluña, como para el resto de España, tras la nefasta improvisación de un Estatuto que nadie quería, el grado menor de incertidumbre pasaba por aplicar la sentencia en su integridad. Incluso desde un punto de vista táctico, los tejemanejes del zapaterismo serán contraproducentes: ni el nacionalismo radical quedará contento ni los millones de catalanes y españoles no nacionalistas dejarán de hacer pagar a Zapatero y a Montilla su frivolidad a la hora de jugar con la Constitución para adaptarla al Estatuto. El Gobierno, una vez más, ha vuelto a burlarse de todos. Y, de momento, en Cataluña hay consejeros del Gobierno autonómico que llaman directamente a la “insumisión”.
En un país democrático, las instituciones son de la mayor importancia para, entre otras cosas, minimizar el daño que pueden hacer políticos irresponsables como Zapatero y Montilla. Al romper las reglas del juego desobedeciendo al Constitucional, los dos líderes socialistas han alterado nuestro funcionamiento democrático, sin contentar a nadie y sin evitar el mayor de los descréditos. Sólo alguien como Zapatero podía hacer tantas cosas mal al mismo tiempo.
http://www.libertadidioma.com/20100822.htm
miércoles, agosto 25, 2010
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