martes 24 de agosto de 2010
La ‘gigantomaquia’ como diversión
Antonio Martín Beaumont (Elsemanaldigital.com)
L A tragedia durante el Love Parade del pasado mes de julio en Alemania, donde una avalancha humana causó la muerte aplastados a veintiún jóvenes ha colocado el fenómeno de las grandes concentraciones humanas en primera línea de triste actualidad. El siglo XXI es el segundo siglo de las masas. En el siglo XX los medios de transporte y la industrialización hicieron posible las reuniones masivas de personas que se convirtieron en protagonistas de la vida pública. No sólo de la política, como anunció Ortega, sino también del ocio, con el nacimiento del deporte, la música y el espectáculo concebidos por y para masas.
La revolución tecnológica de nuestro tiempo no ha terminado con el protagonismo de las multitudes, pero sí que ha cambiado algunas de sus características. Nunca como ahora los ciudadanos tienen la posibilidad de estar en contacto unos con otros hasta estando físicamente a gran distancia. Las nuevas tecnologías han creado la paradoja sociológica de la soledad en contacto con miles de personas. Y sin embargo nunca como ahora, sobre todo entre los más jóvenes, sean hombres o mujeres, hay un afán por participar en eventos que reúnan corporalmente a decenas y centenares de miles de personas atraídos también por las convocatorias de los medios globales de comunicación.
El citado Love Parade es un claro ejemplo de este cambio. Un concierto que se inició en Berlín en 1989 reuniendo a poco menos de 300 aficionados al tecno, veinte años después ha crecido hasta juntar en Duisburgo 1, 6 millones de personas.
El gusto por las quedadas, la gigantomaquia, referida no a la guerra de los gigantes contra los dioses del Olimpo en la mitología griega, sino a ese mito actual de reunirse por placer donde casi sólo se sabe que va a haber mucha gente junta, es una de las características hoy más curiosa. Basta con ver cualquiera de nuestras playas este verano, los chiringuitos, los estadios deportivos, las megadiscotecas de moda, los mismos hípercentros comerciales: abarrotados. Y, además, la mayor atracción es precisamente la sensación de que están llenos y son enormes. La gente quiere estar con la gente. Incluso afrontando los riesgos que la masificación entraña y que cada vez serán mayores.
No se trata exactamente de que nos convirtamos en seres gregarios, al menos no en el peor sentido despersonalizado del término, sino de que hemos hecho de la multitud parte de la cultura y una forma más de ocio por los jóvenes. ¿Qué sería de nuestra vida sin los eventos de masas? ¿Sin una visita del Papa, un partido de fútbol, unos Juegos Olímpicos o un concierto de música al aire libre? Y ahora, también, vivimos un paso más en el fenómeno: la fiesta de verlo no en directo sino en pantallas gigantes instaladas para que la gente reunida disfrute del espectáculo rodeada de las sensaciones de la gigantomaquia.
http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp
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