martes, agosto 17, 2010

Manuel de Prada, Todo un personaje

martes 17 de agosto de 2010

Animales de compañía, por Juan Manuel de Prada

TODO UN PERSONAJE

Mientras preparo una edición de artículos inéditos del gran escritor argentino Leonardo Castellani que espero publicar después del verano, bajo el quijotesco título de Pluma en ristre, me tropiezo con el nombre de un personaje sobre el que hasta la fecha no había oído hablar; lo cual, una vez subsanada mi imperdonable laguna cultural, me ha llenado de consternación (y también de escocido desaliento), pues sin duda tuvo que ser en vida un personaje muy célebre y discutido. Y si la celebridad de semejante personaje se ha acallado después de su muerte tiene que ser, sin duda, porque mantenerla viva resulta incómodo para demasiada gente, incluyendo en ese ‘demasiada’ a gente variopinta de las tendencias más dispares (que, cuando se pone de acuerdo en silenciar algo, es porque en ese ‘algo’ hay mucho tomate). El personaje al que me refiero se llama József Mindszenty (1892-1975) y llegó a ser cardenal primado de la Iglesia húngara en tiempos borrascosos; su biografía, expuesta someramente, tiene algo de apólogo moral que nos deja un regusto de indefinible tristeza.

Mindszenty fue nombrado obispo de Veszprém en plena Segunda Guerra Mundial. En 1944, horrorizado ante las tropelías que sufren los judíos, logra poner de acuerdo a varios obispos para que firmen un memorando dirigido al presidente Ferenc Szálasi en el que se solicita que el Gobierno húngaro cese en su apoyo al régimen nazi. Tal osadía fue castigada debidamente, y su promotor Mindszenty encarcelado hasta abril de 1945. Constituido cardenal de Budapest en 1946, Mindszenty no tarda en comprobar que la ‘liberación’ de su país no ha sido sino el disfraz con el que los nuevos opresores se disponen a seguir tiranizándolo. Mindszenty se erige entonces en el principal bastión de resistencia frente a la hegemonía comunista, personificando la lucha por la libertad religiosa. Por oponerse a la nacionalización de las escuelas católicas, Mindszenty es otra vez encarcelado en 1950; el régimen lo tortura sañudamente y lo condena a cadena perpetua. En 1956, cuando estalla la Revolución Húngara, Mindszenty es liberado por los patriotas rebeldes; y en unas pocas horas pronuncia un discurso vibrante en el que aboga por la convocatoria de elecciones libres, a la vez que exige libertad de culto y defiende la propiedad privada. Pero el Ejército soviético no tarda en penetrar en Budapest, aplastando la revolución y pasando por las armas a sus cabecillas; el cardenal Mindszenty logra in extremis refugiarse en la Embajada de Estados Unidos, en donde permanecerá nada más y nada menos que quince años. Por supuesto, durante todo este tiempo, no remitieron las protestas del Gobierno húngaro, que reclamaba, a cambio de concesiones a la Iglesia, que Mindszenty, convertido para entonces en un icono de la resistencia frente al régimen, se exiliase. Desde Roma tampoco cesaban de llegar a Mindszenty las súplicas del Papa, que ofrecía al cardenal un puesto en la curia vaticana a cambio de ceder en su posición. Pero Mindszenty, fiel a la vocación de ‘bandera encontrada’ o ‘signo de contradicción’ (hoy diríamos ‘mosca cojonera’) que el viejo Simón atribuyó a Jesús, cuando su Madre lo llevó al templo para circuncidarlo, se resistió con uñas y dientes, provocando graves conflictos diplomáticos. Finalmente, en 1971, por orden expresa de Pablo VI, un cardenal Mindszenty ya anciano abandona Hungría, para residir en Viena, donde morirá pocos años más tarde.

¡Cómo me hubiera gustado conocer a este cardenal Mindszenty! Lo imagino un poco turbulento, un tanto impulsivo, un mucho tozudo y discutidor; estoy seguro de que estaría lleno de defectos, de debilidades, de arrogancias, si por arrogancias entendemos esa voluntad acérrima de enfrentamiento con el poder temporal. Pero en su enfrentamiento no empleó otra arma que la palabra; y sus palabras estaban incendiadas por una fe que no se avenía a componendas y transacciones. En su noche oscura de la Embajada americana, mientras se sucedían las presiones del Gobierno húngaro y las súplicas vaticanas, lo imagino leyendo aquel largo sermón que Jesús pronunció ante sus discípulos, a modo de despedida: «El siervo no es más que su maestro. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros». Y lo imagino reflexionando sobre la forma más pavorosa de persecución que allí Jesús anuncia, que es la persecución que a la vez se ejerce desde fuera y desde dentro: «Os expulsarán de las sinagogas; e incluso llegará la hora en que os matarán y pensarán que con eso hacen un servicio a Dios». Para mí que a estas horas Mindszenty estará disfrutando del banquete eterno; y que en su mano portará la palma del martirio, que da derecho a lugar preferente en el convite.


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