viernes, agosto 27, 2010

Las cosas, por su nombre

Las cosas, por su nombre

viernes 27 de agosto de 2010

Si preguntáramos a cualquier ciudadano qué pinta España en Afganistán, muchos no sabrían qué responder: ¿misión de paz?, ¿operación humanitaria? Lo inquietante es que esa misma pregunta se la hace uno de los actores de este drama, que el miércoles se convirtió en tragedia: la Guardia Civil.
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La Unión General de la Benemérita pedía ayer que alguien, a ser posible Rubalcaba, tuviera la bondad de explicarles el galimatías: ¿qué pinta una fuerza pacificadora, policial, en medio de una guerra?

Tampoco Zapatero contribuye mucho a aclarar el papel de España en un conflicto sangriento y difícil de entender para la ciudadanía. El mismo Zapatero que clamó hasta la náusea en contra de la intervención en Irak y que se escuda ahora en los compromisos adquiridos con la OTAN para enviar españoles a la muerte (95 hasta la fecha), tratando de eludir la cruda realidad con eufemismos que, a estas alturas, nadie se cree. Pero lo que menos aclara las cosas es la actitud evasiva con la que el Gobierno delata su complejo de culpa cada vez que tiene que dar la cara ante las esposas e hijos de los militares. Es el caso del presidente, que recibió ayer en Torrejón los restos mortales de los guardias civiles, pero se escabulló hábilmente de los funerales en Logroño. No debe de ser fácil mirar a los ojos a la viuda del capitán Galera (un año escaso de casados) y a la madre del alférez Bravo y seguir sosteniendo que técnicamente estamos en “misión de paz”. O el caso de la ministra Chacón, desaparecida en combate –nunca mejor dicho– la mañana del ataque a Qala-i-Naw y dejando que se quemara el incombustible Rubalcaba. Un mutismo que contrasta con la elocuencia que ellos mismos y la izquierda (acólitos de la farándula incluidos) gastaron cuando la guerra era otra (Irak); un mutismo que deja en evidencia que sus apelaciones a la paz eran bastardas, por interesadas y partidistas.

Así las cosas, con casi un centenar de féretros sobre la mesa y un conflicto que no tiene trazas de resolverse, lo primero que debería hacer el Gobierno es hablar con claridad sobre el papel de España en Afganistán, con una comparecencia en el Congreso, y acabar de una vez con los paripés. El ciudadano se siente estafado cuando el Gobierno trata de tomarle el pelo con subterfugios tan burdos como conceder la cruz con distintivo amarillo a la soldado Idoia Rodríguez, alegando que la acción en la que murió no era un “hecho de armas”, cuando la propia OTAN certificó que se trataba de “una acción de combate”. Atrapado en su propio juego, el zapaterismo tiene alergia a llamar a las cosas por su nombre, la misma alergia que le llevó a marear la perdiz con la crisis que disfrazó de “aceleración desacelerada”, y que le empuja a seguir hablando de “misión de paz” mientras se acumulan los féretros.

Paralelamente, tampoco sería una herejía replantearse si compensa que España continúe en el avispero afgano, al menos como hipótesis. Máxime cuando ni siquiera el mando aliado tiene clara qué estrategia adoptar (como demuestran los bandazos de Obama y su baile de generales, McChrystal, Petraeus); y las dudas alcanzan a países tradicionalmente tan comprometidos con la OTAN como Holanda, cuyo contingente se ha replegado. Todos estamos de acuerdo en que la estrategia contra el terrorismo islámico precisa de respuestas coordinadas y contundentes de Occidente, pero está por ver que la operación en Afganistán sea la panacea. Así lo percibe una abrumadora mayoría de lectores (90%), que, en la encuesta de nuestra edición online, cree que las Fuerzas españolas deberían volver a casa.

http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/opinion/las-cosas-nombre

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