lunes, agosto 30, 2010

Felix Arbolí, Una escena infernal, donde Satán era un niño de doce años

lunes 30 de agosto de 2010

Una escena infernal: donde Satán era un niño de doce años

Félix Arbolí

H OY he visto a Satán en la persona de un niño de unos once o doce años, pero con cara de odio y gesto de asesino. Han sido, quizás, las imágenes más espeluznantes de mi vida y no tuve el valor suficiente de remitirle esa monstruosidad a mis compañeros y amigos de correo electrónico, porque me parecía un acto de sadismo y crueldad fuera de toda lógica y justificación. El amigo que me lo enviaba, médico militar y hombre avezado a presenciar heridas, sangre, dolor y crueldades humanas, ya me advertía que eran escenas excesivamente duras y que podría suponer un trauma a sensibilidades no muy fuertes. Yo me figuraba lo peor, pero me encontré ante una escena infernal, protagonizada por niños que yo llamaría engendros de monstruos y con una serie de hombres armados, al menos esa era su apariencia física, que entonaban oraciones y cánticos en homenaje a Alá mientras cometían la mayor bestialidad que un ser humano puede causar a otro.

A groso modo, pues ya la simple descripción me hace sentirme traumatizado, había un pobre hombre envuelto en una sábana blanca y atado todo su cuerpo como si se tratara de un fardo. Sólo su cabeza permanecía fuera. Se trataba de un hombre joven y de larga barba, al estilo musulmán. Estaba vivo y muy asustado. Sabía lo que le esperaba y sin posible remisión, porque era consciente que entre estos bárbaros, compañeros de creencias y hasta puede que familiar de algunos de ellos, la misericordia no es una medida empleada, aunque llamen a su Dios, Alá, el misericordioso y a Mahoma, su Profeta, el elegido y bondadoso. He leído algunas suras del El Corán y en ninguna de ellas se indica que hay que matar y torturar, al que haya podido cometer algún error o ser infiel a las creencias islámicas. Que no era este segundo caso el de nuestra víctima, dada su peculiar indumentaria. A su alrededor, tres chavales no más de doce años y algunos hombres barbudos como el atado y tendido, con escopetas. Entonaban cánticos y rezos de alabanza a Alá, que no creo que se hallara muy satisfecho con la escena que estaban protagonizando sus fieles. Los dioses bárbaros quedaron anclados en un pasado histórico, tristemente recordado. En un momento dado, uno de los chavalines, me sabe mal llamarle de esta manera, sacaba un enorme cuchillo, que no debía estar muy bien afilado, y le rasgaba la garganta al infeliz, que a pesar de sus ataduras, tenían que sujetar otros infantes del horror. Una vez degollado, como si fuera un cerdo en la matanza campera, continuaba cortándole la cabeza, con verdadero ahínco y empeño, demostrando en todo momento estar poseído de una furia demoníaca. A veces sujetaba el cuerpo del ya moribundo, con su otra mano y hacía mayores esfuerzos en continuar su recorrido a través del cuello y sus laterales, hasta llegar a cortar la cabeza del todo. Un momento en el que el asesino, no se le puede llamar aprendiz pese a su corta edad, la cogía y exhibía victoriosa ante el grupo de “animales”, tampoco les puedo llamar personas, que celebraban la epopeya, como si acabaran de conquistar el mundo. Si es así como preparan a sus mártires y asesinos para cometer actos terroristas desde su más tierna infancia en honor a Alá, que me perdonen los islamistas de buena fe, esto no es religión, ni doctrina, ni manera de alabar y honrar a Dios, sino de ofender su santo nombre y desoír su pregonada misericordia. Si esto es religión, prefiero ser ateo y renunciar a un Ser que atormenta, tortura, asesina y extermina sin la menor muestra de piedad a sus criaturas.

¿Es esto lo que nos espera cuando estos bárbaros ocupen y dominen nuestras ciudades y municipios e intenten imponernos estas aberrantes costumbres y escenas si no aceptamos sus creencias. Pues, ahora que estamos a tiempo, que se marchen a sus países, que aquí no les queremos, ni necesitamos de tan bárbaros ejemplos en nuestra vida religiosa y social. Después hablan de los velos y los burkas y no queremos darnos cuenta que escondidos en estos vestidos tan obsoletos y diferentes a nuestras costumbres, fuera de las épocas del Carnaval, pueden hallarse mujeres y hasta chavales que como los de esta historia estén dispuestos a degollar y torturar sin la menor sombra de remordimientos .al primer infeliz elegido y que se cruce en su camino. Es una razón más para impedir que la mujer musulmana vaya por nuestras calles con el rostro tapado. En sus casas y países que hagan lo que quieran, pero en el nuestro, al que no los hemos llamado, ni nos hacen ninguna falta, tienen que llevar la cara al descubierto para que sepamos quien se oculta tras esa mascarada. No es discriminación religiosa, es simple medida de seguridad, aunque con ellos tan cerca no estaremos nunca seguros.


http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp?Id=2493

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