lunes, agosto 23, 2010

Villacañas, Apuntaciones sobre el segundo centenario

lunes 23 de agosto de 2010

Apuntaciones sobre el segundo centenario

Antonio Castro Villacañas

E L partido de fútbol que recientemente ha jugado en México la selección española, campeona del mundo, contra el equipo representativo de aquella república federal, ha servido para que muchísimos de nuestros forofos se hayan enterado de que los mejicanos celebran este año el segundo centenario de su independencia; es decir, los doscientos años de haber dejado de ser parte integral de España, tras los trescientos que fueron dándole personalidad y esencia en un complejo proceso de madurez social y política. La repercusión deportiva del encuentro no ha permitido que los seguidores del mismo se hayan dado cuenta de su trascendencia: en España, los medios de información popular no han dicho nada de que, con
ligeras variaciones de fechas, este segundo centenario recuerda también la independencia de las diferentes partes españolas de la América que hoy oficiosamente se llama Latina en vez de Hispánica o Ibérica.

Nos conviene a todos recordar que a partir de los distintos procesos de independencia proliferó a ambos lados del Atlántico, pero sobre todo en aquellos territorios recién separados, la idea de que Iberoamérica era el porvenir político y económico. Ajenos a la realidad histórica del ayer y del presente, los intereses propios de cada nacionalismo y de ciertas personalidades y familias ideológicas pronto motivaron el fracaso de sus sociedades y Estados, que cada vez se alejaban más de la virtuosa, unificada, progresiva y ordenada Norteamérica. Doscientos años de guerras civiles y dictaduras personales han entorpecido y retrasado la lógica evolución y madurez de cuantos países constituyen el tronco de la gran familia hispánica.

No tengo ni personalidad ni tiempo para presentar a mis lectores las ambigüedades y los complejos sucesos de los procesos emancípadores iberoamericanos, que necesitan a mi juicio una aguda crítica tanto por su determinismo como por su negatividad en cuanto algo rozaba su corta visión nacionalista. Las diferentes élites criollas decimonónicas y sus descendientes y sucesoras han elaborado una visión atópica de América, mítica, heroica y por muchos motivos maniquea. Un análisis adecuado de lo allí sucedido a partir del año 1810 revelaría la interacción de varios procesos convergentes, entre los cuales merecen especial atención las contradicciones del sistema borbónico -reformismo-conservadurismo-, el influjo de los distintos modelos revolucionarios externos (Estados Unidos, Francia, España y Haití), la influencia de los respectivos poderes locales, y la fuerte y extendida fragmentación de lealtades sociales, políticas, raciales o intelectuales.

Especial atención merecen los impulsos nacionalistas -al principio, simplemente particularistas- suscitados por el reformismo borbónico llegado a América una vez que Felipe V consolidó su poder en Madrid. En los diferentes territorios de Ultramar se entendió que la nueva política significaba por un lado la restauración del pactismo inicial de raíz austracista (Reyes Católicos, Carlos I, etc.) entre los poderes locales, tribales o estales y el poder regio, central o imperial, pero con la variedad impuesta por la "nueva planta" borbónica, que aspiraba a variar las leyes locales y las jurisdicciones específicas, sometiendo los diferentes estamentos mediante una forzosa "provincialización" a través de la creación de intendencias. Añadamos a tan singular trastorno el que significaron la libertad de comercio y la reforma de los ingresos y los gastos de la Hacienda Pública. El modelo ilustrado de imperio central, territorial y burocrático que impuso Carlos III hubo de afrontar la dura prueba que supuso la crisis política y militar suscitada por la invasión francesa de la España peninsular y su repercusión en la América Hispana, sobre todo mediante la defensa de sus territorios sin ayuda de la lejana y dolorida metrópoli.

Los diferentes avatares de la Guerra de Independencia Española tuvieron una decisiva influencia en el proceso emancipador de la América Hispana. El derrumbe militar de 1810, de modo especial, aceleró la escalada de los diversos movimientos nacionalistas americanos y su ruptura con el régimen monárquico refugiado en Cádiz. Inviable resultó pronto el proceso juntero merced al conflicto inmediatamente suscitado entre la soberanía popular de las juntas y cabildos convocados en ausencia del Monarca (refugiado en Francia bajo el protectorado de Napoleón) y el residual poder colonial de las Audiencias americanas.

Buena parte de las élites criollas abandonaron pronto el régimen pactita creado en los primeros momentos de la forzada ruptura entre la España europea y la americana, y ello se explica tanto por la dificultad de hacer concordar soberanía y representación en las Cortes Constituyentes de Cádiz como por la invialibidad de las soluciones neoabsolutistas implementadas desde y en la metrópoli a partir de 1814. Lo malo de estas políticas es que no suponían un retorno al reformismo carolino, sino la imposición de un despotismo de nuevo cuño, inspirado en la Europa restaurada tras la derrota napoleónica; un despotismo de corte y tipo militarista, intransigente y ultramontano que la América Hispana ni conocía ni soportaba, y que precipitó el final del sueño de un Reino de consenso compartido implícito en el proyecto gaditano de igualación constitucional de los diferentes territorios integrantes de la Monarquía española.

El ejército de Morillo destruyó el ejército constitucional, enconó el conflicto y transformó unas querellas civiles de fuerte impronta local en auténticas guerras de liberación nacional, donde los distintos bandos en liza (realistas, republicanos y liberales moderados) desplegaron actitudes de extrema lealtad o de extrema rebeldía, en un proceso político enormemente fluido y violento que estuvo marcado por el rápido relevo generacional en un sentido radicalizador tanto de las elites autonomistas (de ilustrados a jacobinos) como de los realistas (desde burócratas reformistas a absolutistas intransigentes).

Tampoco tuvieron éxito las soluciones liberales a escala imperial, ya que durante el conocido Trienio se erosionó la base de poder y lealtad de los realistas convencidos, sin que por ello avanzase el proyecto reformista de igualación constitucional a través de la implantación de Diputaciones Provinciales y el establecimiento de tres regencias, idea que fue abandonada en 1822 mientras que en Brasil se consolidaba el proyecto de Monarquía global representado por la dinastía Braganza.

La independencia de la América Hispana se obtuvo a costa de la unidad de los antiguos territorios virreinales. Los Borbones de España no se dieron nunca cuenta de lo que allí pasaba, y si alguna vez calcularon lo que debían hacer siempre lo pospusieron a sus europeos beneficios inmediatos. La fragmentación política de la España Americana fue a partir de entonces una pesada carga que hasta nuestros días ha alimentado tanto la utopía bolivariana como la realidad de una América ingobernable y sumergida en una especie de "segunda división" política y económica muy alejada de las potencias que en ambos ámbitos representan Canadá y los Estados Unidos.


De todo lo expuesto, y de una sincera valoración de las diferentes vidas de los distintos pueblos independientes hispánicos, bien puede sacarse la conclusión que el Libertador Simón Bolívar expuso poco antes de morir: que los trabajos y desvelos gastados en las respectivas luchas por la independencia respecto de los pueblos vecinos y de la lejana España ibérica no habían servido para hacerlos felices y prósperos, sino desgraciados e incompletos.

La independencia de la América Hispana, ahora que se celebra el segundo centenario de su comienzo, ha sido y sigue siendo un arar en el mar. Y sin embargo cada vez se hace más necesaria la presencia de su voz y su hacer en el escenario universal.

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5816

No hay comentarios: