martes 24 de agosto de 2010
¿Por qué el PSC es nacionalista? (II)
Jesús Royo Arpón
El nacionalismo catalán de principios del siglo XX pasó su reválida electoral el año 1907, cuando se presentó como una fuerza unitaria, la Solidaritat Catalana, y se hizo con el poder en las diputaciones. Fue un golpe de efecto que descubrió un horizonte inmenso de posibilidades de actuación. El nacionalismo va a tocar cuixa, tocó muslo, en frase expresiva de los políticos. De momento, las cuatro diputaciones se pusieron en sintonía y al alimón crearon la Mancomunitat, que prefiguraba lo que luego sería la Generalitat. Al mismo tiempo se organizaba un tejido social tupido y sólido: diarios, grupos de opinión, fiestas, mitos culturales, estudios universitarios, peñas excursionistas, clubs de deportes y corales. Todo lo que, aparentemente ingenuo, casual y preexistente, en realidad es resultado de una voluntad deliberada de construcción de una nación. Todo eso se sembró en el primer tercio del siglo XX y, en cierta manera, con todas las correcciones que ha introducido el paso del tiempo, aún nutre la imagen de Cataluña.
Pero el nacionalismo no pudo seducir al proletariado industrial, totalmente identificado con el anarcosindicalismo universalista, revolucionario y utópico. El nacionalismo era visto más bien como una fuerza de orden, y quedaba retratado como tal en los frecuentes levantamientos populares, como la Semana Trágica y demás. Los obreros lo tenían claro: detrás del inflamado amor a a la patria, a todas las patrias, había un designio de la burguesía de tener obreros dóciles, disciplinados y cofois, felices. Desde el propio catalanismo se vio la necesidad de seducir a las capas populares, las del campo y las de las ciudades. Ahí empezó a fraguarse un catalanismo populista que robó al lerrouxismo el radicalismo y el republicanismo: fue la Esquerra Republicana, que en los años treinta eclipsó a la vieja Lliga. Esta Esquerra no le hacía ascos a la lucha callejera, ni a un cierto socialismo verboso, parecido al de Mussolini y Hitler. Si en Alemania se producía el coche del pueblo, el Volkswagen, aquí Macià soñaba que cada catalán tendría su casa con jardín, "la caseta i l'hortet". Todo un modelo de sociedad integrada y armónica.
El 14 de abril del 31 fue la apoteosis del republicanismo: Macià proclamaba la República Catalana, recogiendo el mandato de las urnas, y añadiendo "como parte de la Federación Ibérica". Luego vino la negociación del Estatuto y la Generalitat: gobierno de una región autónoma dentro de la República. ERC saboreaba las mieles de la hegemonía social: todo el poder para Esquerra. Pero, como se encargaron de demostrar los hechos, eso era un espejismo. Primero en el bienio conservador (1934-36) la Generalitat fue borrada de un plumazo, por culpa de la declaración estéril y atolondrada de independencia por parte de Companys. Y luego en la sublevación militar del 36, en que el poder fue a parar directamente al proletariado, que derrotó al ejército sublevado. La hegemonía la tenían ahora organizaciones no nacionalistas: CNT-FAI y UGT. Esquerra pasó a ser marginal en el nuevo escenario. El nacionalismo catalán, o bien se quedó en casa a verlas venir, o se sumó tímidamente a la revolución, pero sólo como comparsa. De nuevo el nacionalismo se preguntaba, atónito: ¿de dónde salía tanta gente, las masas, charnegos la mayor parte, y se hacían limpiamente con el poder, ese poder que al nacionalismo tanto le había costado conseguir? Había que hacer algo...
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