viernes 27 de agosto de 2010
La guerra contra el terrorismo
Adolfo Rivero Caro
La idea de construir una gigantesca mezquita en Ground Zero, el área donde los terroristas islámicos derribaron las torres del Trade World Center, puede considerarse, en el mejor de los casos, como un acto de insensibilidad o, en el peor, como una provocación. Lo que se discute no es la posibilidad de construir una mezquita, en Nueva York hay decenas de ellas, sino construirla en ese lugar específico. Los activistas musulmanes insisten en que la mezquita en cuestión pretende dejar un testimonio expreso de su oposición al crimen del 9-11. Obviamente, sería mucho más eficaz que un mayor número de musulmanes americanos se manifestara activamente contra los terroristas islámicos, algo que, infortunadamente, no ha sucedido. Sea por temor a las represalias u otra razón cualquiera, ese repudio ha brillado por su ausencia. Si los musulmanes americanos comparten los sentimientos de sus compatriotas y se sienten como parte de su pueblo, no deberían ser insensibles a la fuerte oposición de la mayoría de los neoyorquinos a la construcción de esa mezquita.
Esto contrasta con un incidente ocurrido hace casi veinte años. Justo frente al perímetro alambrado de Auschwitz, donde unos 1.5 millones de judíos habían sido asesinados en la II Guerra Mundial, unas monjas carmelitas vivían en un convento ubicado en un edificio usado por los nazis para almacenar el mortífero gas Zykon B. Muchos judíos consideraban el convento católico como una afrenta a las sensibilidades judías. El Congreso Nacional Judío había llamado inclusive a boicotear las ceremonias para celebrar el 50 aniversario del alzamiento del gueto de Varsovia a no ser que abandonaran el lugar. Pocos días antes del aniversario, el Papa Juan Pablo II les hizo una carta a las 14 monjas ordenándoles mudarse a otra ubicación. ¿Estaba convencido Juan Pablo II de la buena voluntad de las monjas? Por supuesto que sí. Pero también comprendía la sensibilidad de los judíos y, muy justamente, decidió priorizarla. En el caso de Nueva York, la insensibilidad que muestran los musulmanes es preocupante.
Nunca debemos olvidar que el principal frente de lucha contra los terroristas musulmanes no está en Afganistán, sino en los mismos Estados Unidos. Recientemente, una norteamericana casada con un árabe presentó una demanda en su contra porque éste la había golpeado. El juez, sin embargo, consideró que, de acuerdo con la sharia o ley islámica por la que se regía el marido, éste se hallaba autorizado para hacerlo, por lo que desestimó la demanda de la mujer. No es un caso único y se ha llegado a reclamar la necesidad de que el Congreso haga una ley especificando que, en Estados Unidos, las leyes norteamericanas tienen primacía sobre la sharia o cualquier otra. Los musulmanes que quieran vivir bajo la sharia siempre pueden mudarse para Somalia. La sharia, por cierto, no es muy tolerante. En Arabia Saudita no existe una sola iglesia cristiana. Están prohibidas.
En Irán, por ejemplo, tras la revolución islámica de 1979, las relaciones sexuales extramatrimoniales son consideradas un crimen. En ese país tan cortejado por Lula da Silva y Chávez, los solteros culpables son condenados a 100 latigazos, pero los casados culpables deben ser lapidados, es decir, muertos a pedradas (artículo 86 del Código Penal.) Puesto que la ley iraní permite la poligamia, los hombres pueden alegar que se trata de un matrimonio temporal pero las mujeres no tienen ese recurso. Consciente del repudio internacional a una práctica tan bárbara, el gobierno iraní no permite que esas condenas se anuncien públicamente.
En estos días, unos francotiradores libaneses mataron a unos soldados israelíes que estaban trabajando en su lado de la frontera. El incidente se produjo exactamente a los cuatro años del inicio de la guerra entre Israel y Hezbolá en el Líbano. Hezbolá, como es sabido, es un instrumento de Irán. Israel se había comprometido con castigar severamente cualquier ataque proveniente del Líbano pero, al parecer, confirmó que el ataque había sido realizado por un comandante de brigada chiita y simpatizante de Hezbolá, que había actuado independientemente. Hezbolá había asesinado al primer ministro Rafik al-Hariri, padre del actual primer ministro del Líbano, Saad al-Hariri, y éste detesta a Hezbolá, pero está consciente del apoyo que estos terroristas tienen en el Libano, donde forman parte del gobierno.
En estos días se esperan las conclusiones de un panel de Naciones Unidas sobre el asesinato de Rafik al-Hariri. Tanto Hezbolá como Siria han amenazado con que habrá violencia en la región de ser acusados por el panel. Es probable que Irán se encuentre preocupado por la posibilidad de un ataque israelí (o, inclusive de Estados Unidos) contra sus instalaciones nucleares y prefiera reservar las acciones de Hezbolá para esa eventualidad.
Estados Unidos está en guerra contra los terroristas islámicos, aunque Janet Napolitano, la secretaria de Seguridad Territorial (Homeland Security), se niegue a utilizar el término. Es una guerra que, gracias a Chávez y Lula, ha extendido sus ramificaciones a la misma América Latina. Estados Unidos tiene que mantenerse a la ofensiva en la misma o arriesgarse a perderla, lo que significaría el fin de la civilización occidental.
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viernes, agosto 27, 2010
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