miercoles 25 de agosto de 2010
Menos cachondeito
Enrique Calvet Chambon
www.lavozlibre.es
Ya no sabe uno que le aterra más de nuestros próceres: si el total desinterés por el bien común -cuando no la agresión directa contra é-), la incompetencia colosal o la contumacia destructiva. Resulta ahora que la horrible serpiente de verano, hidra esta vez, se centra en los globos sondas mediáticos y preparatorios de una subida generalizada de impuestos. La cabeza gorgónica del reptil -metafóricamente, ¡viven los cielos!- ha sido nuestro improbable pero real ministro de Fomento que lo ha justificado como necesario para gozar de mejores servicios públicos o incluso para poder pagar los actuales que, ¡ay malditos!, no nos los merecemos.
¡Menos ‘cachondeíto’, señores, que con las cosas de comer no se juega! Entendemos que resulta absolutamente obsceno en esta coyuntura plantear una subida de impuestos en el Reino de España si no se habla antes, o por lo menos simultánea, pero preferentemente, de la reducción drástica y estructural del delirante gasto público que padecemos a todos los niveles. Y aún más justificarla como una medida estratégica de política económica orientada a mejorar idealmente los servicios y estructuras públicas.
El Gobierno de la nación, por una parte, la oposición dónde gobierna y, sobre todo, cuándo pretende hacer de oposición, por otra, están cometiendo en este terreno al menos tres errores de lesa sociedad con tal fachenda que pudiera ser que nos estuvieran tomando el mismísimo cabello.
En primer lugar, el indispensable ajuste estructural y drástico del gasto público, a todos los niveles, que es obligado diseñar y acometer antes de ni siquiera pensar en proponer la subida de impuestos, poco tiene que ver con el cacareado y torpísimo ‘recortazo’. Si queremos recobrar la confianza de los acreedores -llamados ‘los mercados’- tenemos que presentar una España viable y, señores, la que hemos construido no lo es, porque no nos la podemos pagar. No podíamos en momentos de bonanza y nos endeudamos con el exterior para disimular. Ahora podemos menos y tenemos que pagar lo de hoy y lo de antes. Es menester restablecer el mercado único y revolucionar el Estado de las Autonomías, la distribución de competencias, la financiación regional y local, el sector público empresarial en todos sus estratos, la proliferación de funcionarios redundantes y desigualmente remunerados, etc., para poder hablar del recorte indispensable estructural del gasto público. Recalquemos: estructural. Y, señores, ni hemos empezado. ¿Que rebajar el gasto productivo (inversiones) y recuperar exceso de aumento salarial de años anteriores sobre algunos funcionarios, con otros indemnes sobrepagados, va a solventar el cáncer del déficit público? ¡Tonterías las justas!
En segundo lugar, no cabe duda de que en España habrá que reformar impuestos y hacerlos mucho más equitativos, eficientes y eficaces. Podemos admitir que, al final de la reforma, algunas figuras impositivas puedan resultar más gravosas sobre determinados colectivos. ¡Pero eso será el resultado de una reforma fiscal global, ‘omnicomprensiva’ y racional adaptada a una estructura de la nación viable y sana! La renovación de nuestro sistema impositivo es, sin duda, una de las reformas estructurales pendientes y requeridas, aunque probablemente no la más urgente. Pero pretender que una subida/parche por aquí, una carga mayor por allá, una tasa más fuertecita por acullá, dentro del sistema actual, es el armazón prodigioso de una futura fortaleza fiscal española sin parangón es dárnoslas con queso. Y, a la vez, practicar la táctica de simular hacer cambios (dañinos en este caso) para que todo siga igual a mayor perpetuación de nuestra clase dirigente en el machito.
Y en tercer lugar, conviene recordar a nuestros ínclitos próceres que, elementalmente, un sistema fiscal es el reflejo de la historia de una sociedad cohesionada y que las medidas fiscales son benefactoras o dañinas en función directa de la confianza, aceptación, motivación y espíritu proactivo de proyecto común que les otorguen los ciudadanos que las padecen -recuérdese el importante libro de Richard E. Wagner: ‘Fiscal sociology and the theory of public finance’-. Si no se da, la resistencia social hace que la dinámica psico-social se deteriore y que florezca la trampa, la evasión de los que pueden, la desigualdad, la ineficacia… Y entonces surge la pregunta ineludible, la esencial: ¿para qué nos van ustedes a subir los impuestos? ¿Para ayudar a la difusión del quechua?¿Para rotular en catalán las calles de Perpiñán (sic)?¿Para compensar los 2.500 millones en que se queda corto el cupo vasco?¿Para apuntalar la irracional ‘galleguidad’ de las Cajas de Ahorro del Noroeste?¿Para construir otra Caja Mágica en Madrid que no hay quien la mantenga?¿Para encorsetar en un Ministerio la Igualdad con su teléfono costosísimo de ayuda a la nueva masculinidad?¿Para sufragar 17 sistemas educativos absolutamente catastróficos y tribales, cuando no sedicentes? ¿Para... (pongan aquí el ejemplo que quieran de los miles posibles)?
Con ese nivel, ¿cómo se atreven a pedirnos sacrificios, solidaridad y confianza? Para hablar de subir impuestos y sacrificios hay que ser serios y respetables, hay que haberse ganado el respeto. Si no, suena a cruel cachondeito. Y nos demos cuenta o no, hace tiempo que esta Nación no está para bromas.
http://www.libertadidioma.com/20100821.htm
martes, agosto 24, 2010
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