Amor, dolor, sexo, muerte
He creído notar un cambio respecto a la anterior obra de José Alcalá-Zamora. No un desfallecimiento, eso nunca, pero sí un primer indicio de resignación
JOSÉ MARÍA CARRASCAL
Día 23/08/2010
MIS lecturas veraniegas han sido los últimos libros de poesía del historiador José Alcalá-Zamora, ocho en total, enjutos como él en la forma, arrolladores como su numen en el contenido. Los poetas no son los ruiseñores de este mundo. Son el almacén de las pasiones humanas, al que acudimos quienes carecemos de ese don, en busca verlas cristalizadas en palabras. El amor es el torrente que discurre a lo largo y ancho de la poesía de José Alcalá-Zamora, con fuerza que desborda las márgenes escuetas del soneto, su composición preferida, para arrollar cuanto encuentra a su paso. Pero no el amor delicado, elegiaco y galante, que ha consumido buena parte de la poesía a él dedicada, sino el amor carnal, que al no poder consumarse, lleva al poeta, primero, a todos los paraísos imaginados de la lujuria y, luego, al infierno de la soledad. Dicho de otra forma: para José Alcalá-Zamora no existe diferencia entre amor y sexo, lo que no debe escandalizar, pues el amor ennoblece el sexo, y éste alcanza su cumbre cuando se funden no sólo dos cuerpos, sino también dos espíritus. Y en cualquier caso, estamos ante la fuerza original de todo cuanto existe, lo que hizo decir a Goethe que sostenía a los planetas en sus órbitas y a la vida sobre la tierra.
La amada se esconde aquí tras cada verso, pero como figura lejana e intangible, fuente de insondable desesperación. Por más que la llama, por más que la evoca, ella permanece fría y distante, imperturbable a sus gritos y llantos, a sus requerimientos e invocaciones. Lo que no impide que siga requiriéndola y exhortándola con todos los recursos de su arsenal poético, hasta convertirse en lo que es el título de uno de sus últimos libros, «Ya sólo soy los versos que te escribo», por cierto en edición bilingüe en italiano, que muestra cuánto más dramática es nuestra lengua. Estamos ante el drama eterno del amor no correspondido, llevado al extremo de su agónica terquedad.
He creído notar, sin embargo, un cambio respecto a la anterior obra del poeta. No un desfallecimiento, eso nunca, pero sí un primer indicio de resignación. Tras encararse con Dios, que no responde, se pregunta por el Más Allá, que permanece ignoto. Con aires calderonianos —José Alcalá-Zamora es especialista en su teatro—, se replantea si la vida es sólo un sueño y habla con la muerte como si ya la hubiera traspasado. Lo que trae una serenidad inesperada a su poesía.
Pero el amor, turbulento, alucinado, indómito, continúa. Y continuará. A estas alturas, José Alcalá-Zamora está enamorado del amor con todas sus consecuencias, incluidas las del dolor que conlleva, como aquel estoico que acariciaba las barbas de la flecha que le había herido de muerte.
http://www.abc.es/20100823/opinion-colaboraciones/amor-dolor-sexo-muerte-20100823.html
lunes, agosto 23, 2010
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