domingo, octubre 14, 2007

Villacañas, Seis apuntaciones correlativas

domingo 14 de octubre de 2007
Seis apuntaciones correlativas
Antonio Castro Villacañas
F RANCO, a diferencia de José Antonio, no está "vivo". Quiero decir que, sin perjuicio de mantener un cierto número de fieles seguidores -cada vez más viejos por inexorable ley de la naturaleza-, no "atrae" tanto ni con igual o semejante "fuerza" a gente joven, aunque por supuesto no le falten ni estudiosos de su acción política ni admiradores de su actividad militar. Es posible, muy posible, que sin el continuo empeño de sus enemigos, ansiosos por demostrar valentía a base de alancear moros muertos, la figura de Franco no se encontraría hoy en el relativo "primer plano" que aún ocupa, sino sólo -como legítimamente le corresponde- en esas galerías de cien retratos de personalidades ilustres, militares, intelectuales o políticas que honran las paredes de los centros que así recuerdan y ensalzan a quienes merecen mostrarse como ejemplos de un ayer tan irrepetible como admirable, envidiable y/o censurable. Franco fue siempre, en cualquier momento de su vida, desde antes de ingresar en la Academia de Infantería de Toledo hasta su muerte en la Ciudad Sanitaria de la Seguridad Social que llevaba su nombre, nada más y nada menos que un militar. Con ello quiero decir que toda su vida, a lo largo de setenta años, la vivió al servicio de España; es decir, predominando en ella la intención de posponer cualquier posible beneficio privado -aunque fuera legítimo- al bien colectivo que la Patria representa. No es posible interpretar de otra manera el compromiso vital de los militares, ese que les lleva a enfrentarse con la muerte todas las veces que por cualquier causa sea conveniente o necesario para su pueblo dicho enfrentamiento. Eso no significa ni garantiza que todas las actitudes de los militares sean en sí mismas siempre buenas o eficaces -por eso pueden ser juzgadas y calificadas por sus contemporáneos y sus posteriores compatriotas-, pero sí les concede un básico aval primario: el de que, a diferencia de los hechos civiles, y especialmente de los políticos, los actos militares no buscan -por lo menos de principio- ningún beneficio particular o de secta, grupo o clase. Precisamente por ello son mucho peor vistos y merecen ser más castigados los militares infractores de tan esencial compromiso que quienes lo rompen desde posiciones políticas, mercantiles o tan solo individuales. Es indiscutible que Francisco Franco no buscó ni obtuvo ninguna clase de especial beneficio personal, en su calidad de militar español, desde que ingresó como alumno en Toledo hasta que sus compañeros de armas lo eligieron Jefe del Estado Español. Quien fue durante algún tiempo el General más joven de toda Europa obtuvo siempre sus ascensos por méritos. Vivió siempre en el nivel socioeconómico que correspondía en cada momento a su categoría militar. Nadie ha sido capaz de ponerlo en duda. Todo ello le proporcionó un creciente prestigio dentro del Ejército, que aumentó -una vez acabada la guerra de Marruecos- tras crear y dirigir en Zaragoza la Academia General Militar, ente destinado a proporcionar la misma formación básica a cuantos jóvenes -deseosos de ser oficiales y mandos de las diferentes Armas, Cuerpos y Servicios- pasaban sus duras pruebas de ingreso y los dos siguientes años de estudio; y una complementaria y armónica formación superior a esos mismos jóvenes cuando, tras haber superado los cursos establecidos en las varias y específicas Academias, obtenían en ellas el título y el grado que posibilitaban su última entrada como cadetes y la definitiva salida como Oficiales de un único y coordinado Ejército Español. Este mismo prestigio pasó del ámbito militar al civil en las distintas ciudades -Zaragoza, La Coruña, Palma de Mallorca, Madrid, Santa Cruz de Tenerife- donde el general Franco tuvo y ejerció mando durante los cinco años que duró la Segunda República, lo que explica el interés que tuvieron muy concretos partidos políticos -el radical, la CEDA- para de algún modo creerlo suyo y obtener su apoyo. No quiero, llegados a este punto, dejar de apuntar que sus distintos biógrafos -cada cual por diferentes razones- no han profundizado a mi juicio lo suficiente sobre la distinta actitud que en varias situaciones políticas adoptó este acreditado militar: desde la huelga minera asturiana de 1918 al 18 de julio de 1936, pasando por la Dictadura del General Primo de Rivera, la instauración de la II República, el golpe de Estado de octubre de 1934 y la creciente descomposición social y política de dicha República tras las elecciones de 1936, pueden -según mi criterio- observarse distintos Francos políticos, unidos por el máximo común denominador de su siempre predominante condición militar, muy diferentes de los otros militares Franco -sus hermanos Nicolás y Ramón- que durante el mismo periodo de tiempo habían tomado claras y muy distantes posiciones ideológicas, que en algunas ocasiones les llevaron hasta tener que dejar de modo transitorio sus respectivos destinos en la Marina y el Ejército, algo que nunca hizo Francisco Franco. Carezco de los conocimientos necesarios para valorar si Franco fue un buen o mal Generalísimo. He leído al respecto juicios muy contradictorios. Lo que nadie puede negar es que con más o menos errores y aciertos logró un fácil Alzamiento de sus tropas en Canarias; consiguió pasarlas desde Marruecos a la Península e inclinar así la balanza en favor de los alzados; las llevó desde Sevilla y Cádiz a Madrid -pasando por Toledo- en constantes triunfos; y superó cuantos retos planteó o le fueron planteando a partir del 1 de octubre de 1936. Si un bello morir toda una vida honra, parece evidente que ganar una guerra tan complicada como lo son siempre las civiles -y lo fue muy singularmente la nuestra- supone la calificación máxima para las tropas vencedoras y el general que estuvo a su frente durante casi toda la contienda. Dos aspectos llaman la atención en la actividad bélica de Franco. Uno es que las grandes batallas de nuestra guerra (Brunete, Belchite, Teruel, el Ebro) no fueron iniciadas por él, sino por sus contrarios; él se dedicó primero a frenarlos, luego a rechazarlos y por último a utilizar su desgaste para vencerlos y apoderarse de nuevos y extensos territorios que antes no eran suyos... El otro aspecto a destacar es su notoria preocupación por reducir al máximo posible los inevitables daños que produce cualquier acción bélica: contra quienes propugnaban la utilización masiva e intensa de la artillería y la aviación para machacar las posiciones contrarias y facilitar con ello la toma de los oportunos objetivos militares (el máximo ejemplo es Guernica), Franco aducía que esos objetivos y quienes los defendían o habitaban eran también españoles, por lo que debía extremarse el cuidado con que debía realizarse cualquier tipo de actividad sobre ellos. Prefería tardar más en liberar una España intacta que conseguir hacerse cuanto antes con una España destrozada. De ahí el que muy pronto creara la Dirección General de Regiones Devastadas para reconstruir y mejorar la España destruída por la guerra. Resumo: Franco fue un buen militar, lo mismo en la guerra de Marruecos que en los periodos de guarnición o de creador y director de la Academia Geneneral, o durante la guerra de España. Fue un militar culto (lo demuestran el haber creado y dirigido una revista en África, su amistad con intelectuales en los días que no estaba combatiendo, su preocupación por el teatro y el cine), con un nivel superior a las tres cuartas partes de sus compañeros de armas y a la totalidad de sus sucesivos sucesores al frente del Estado. También fue un buen político, como espero razonar en la nueva apuntación correlacionada de esta serie... Franco "fue". Jose Antonio "es". Hay una fundamental diferencia entre ellos. No es factible que nadie hoy se inspire en Franco a la hora de imaginar su posible actuación política. En José Antonio, sí. Esa es la diferencia.

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