miércoles, octubre 03, 2007

Serrano Oceja, El calenton de Victor Manuel

jueves 4 de octubre de 2007
UNA MENTIRA SOBRE LA IGLESIA Y EL CHEQUE-BEBÉ
El calentón de Víctor Manuel
Por José Francisco Serrano Oceja
Ocurrió a la sombra de la cuna de la Reconquista, por eso de que la historia de España es la historia de la repetición permanente de conquistas y reconquistas. Un eximio funámbulo del mayo del 68 español, de la peor izquierda europea, del espíritu del levantamiento del 34, el mentor de la progresía descerebrada por el alcohol y las drogas ideológicas, en su tierra natal, el único lugar en dónde parece le entienden, dijo lo que pensaba sin pensar lo que decía.
No fueron los efectos de la temperatura ambiente ni del calentamiento del planeta rojo. Fue todo un símbolo de la ruptura con la represión que parece haber producido en algunos el diálogo y el consenso recientes de la transición democrática. Entre el decir y el hacer, pasa lo que pasa; volvemos a las barricadas intelectuales y materiales.
Dicen los retóricos, y los sofistas también, que cuando una persona insulta, demuestra no tener argumentos, ni ciencia, ni conciencia, ni educación, al menos la ciudadana. Arthur Schopenhauer nos enseñó, en el arte de insultar, que "quien insulta pone de manifiesto que no tiene nada sustancial que oponerle al otro; ya que de lo contrario lo invocaría como premisas y dejaría que el auditorio extrajera su propia conclusión". No hacía falta caverna ni muralla que le retuvieran. Le falló el consciente subconsciente como si de un freudiano ejercicio de catarsis pública se tratara, crecidos como andan algunos con tanta política social y con tanta quema verbal de efigies sagradas.
La impunidad se paga, a medio y a largo plazo. Parece que en España ya todo vale; aquí no pasa nada hasta el día en que pase. Las armas se han convertido en letras y la violencia verbal no se esgrime en balde. Confesaba el señor Víctor Manuel no sé qué más, ante un auditorio entregado a la molicie ideológica, que estaba cada día "un poco más cabreado" por la actitud de los "malos cristianos". "Por ejemplo, que salga el portavoz de la Conferencia Episcopal diciendo que no hay que dar unos euros a las madres solteras... ese ye un hijo de puta". Fijémonos en la mezcla de cualificación intelectual del argumento con los recursos expresivos de la lengua patria, de esa variante evolucionada del español que se habla entre las montañas. Eso le pasa al señor Manuel por leer en público Público y por hacer caso de lo que dicen algunos.
Como la verdad parece no importar, y de lo que se trata ahora, en este tiempo de prueba y de tribulación, es de levantar a las masas contra la infamia que representan el PP y el clero, los frenos a la modernización de España según el presidente del Gobierno, el cantante, coplero y trovador asturiano, en el lugar de los mayores del portavoz episcopal, asturiano de pro donde los haya, le lanzó un piropo que venga don Pelayo y lo oiga. Y, además, mintiendo, que es lo suyo. La izquierda, como nadie en la historia, ha sabido de la mentira social, cultural y política. ¿Por qué será?
Si algún lector interesado tiene una mínima dosis de paciencia, podrá escuchar en la página web de la Conferencia Episcopal el audio de la rueda de prensa en la que el jesuita Juan Antonio Martínez Camino, a la pregunta de un periodista, contesta que "la Iglesia desea que se ayude a todos los niños, independientemente de las condiciones en que hayan sido traídos al mundo. Para su dignidad personal no importan las condiciones en las que hayan sido engendrados y, por lo tanto, hay que ayudarles a todos".
En una reciente adenda, ante el runrún creado por algunos titulares de prensa e imprenta, la Conferencia Episcopal ha tenido que aclarar que "otra cosa distinta es que, como también subrayó el portavoz, la Iglesia defienda que, precisamente porque son, ante todo, los derechos de los niños los que hay que tutelar, lo que se debe promover es que vengan al mundo en condiciones óptimas para ellos, es decir, en el seno de un matrimonio, con un padre y una madre que los quieran y los eduquen".Pero eso no lo dice el portavoz episcopal porque se le haya ocurrido de repente, ni porque quiera conseguir el Guinness de la maledicencia. Es doctrina común de la Iglesia, por más que le pese al señor Manuel, Víctor de primer nombre, que llegó su tierra, vio y grito, de nuevo, que vivan las cadenas.

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