domingo, octubre 07, 2007

Santiago Navajas, Eric Rohmer resucita el espiritu de la belleza

lunes 8 de octubre de 2007
PANORÁMICAS
Eric Rohmer resucita el espíritu de la belleza
Por Santiago Navajas
Las anteriores críticas las hemos dedicado al más vanguardista y al rey del best seller. Pues bien: ha llegado la hora de hablar del más "reaccionario" y menos vendido.
Ojalá nos libremos de una vez por todas de la superstición vanguardista, que ha implantado una de las dictaduras más dogmáticas y estériles, desde que Duchamp anunciara el supuesto reino de la libertad absoluta, en el que mana leche y miel de los urinarios y cualquiera puede poner en su tarjeta de presentación: "Genio". Ojalá nos quitemos de encima el instinto de rebaño, que nos lleva a la elección pasiva de lo que otros han elegido previamente sin que hayamos averigüado si vamos de camino al paraíso o, lo más habitual, al matadero.

Eric Rohmer es un cineasta minoritario pero cosmopolita. Un sumatorio de minorías a través del mundo da como resultado un batallón de fieles dispuestos a embarcarse en la romería planteada por el maestro de la ironía, la comedia moral y el gusto por la belleza. Y es que Rohmer, en medio del estruendo del irracionalismo que asoló el discurso cultural francés en los años 70 y 80, se convirtió en un islote de la modernidad, de la ilustración y del férreo aunque flexible control de la razón sobre las emociones.

Tras una serie de películas políticas de gran complejidad, en las que ponía en la picota algunos mitos supuestamente libertadores, como la vertiente totalitaria de la Revolución Francesa (La inglesa y el duque) o los fantasmas del comunismo y el fascismo que arrasaron Europa (Triple agente), vuelve con El romance de Astrea y Celadón al cine en clave moral envuelto en el género histórico (Perceval le Gallois, La marquesa de O). O dicho de otra manera: Rohmer nos brinda uno de sus culebrones de amores y desamores, en los que los protagonistas, en lugar de gritar y amenazarse de muerte, como en los venezolanos, reflexionan sobre lo que les sucede a través de innumerables diálogos que les permiten ir evolucionando como personas y enfrentarse a problemas complejos. De un personaje de Rohmer se sabe cómo y dónde comienza, pero no qué aspecto acabará teniendo su perfil psicológico y, sobre todo, moral.

Astrea y Celadón son una pareja de pastores enamorados a los que el juego de los celos y la fidelidad separará en cuerpo pero no en espíritu. A través de diversos encuentros con ninfas, druidas, libertinos y otros habitantes de los encantados bosques celtas del siglo V, pasarán diversas pruebas que llevarán al límite su capacidad para el amor y la lealtad. Rohmer hace emerger el ambiente encantado de su comedia moral de referencias pictóricas: Saturno vencido por el amor, una pintura de Simon Vouet; El amor y Psique, también de Vouet; El juicio de Paris, una versión de Jacques Blanchard de la célebre decisión que tuvo que tomar el soldado troyano sobre cuál de las diosas griegas sobresalía en belleza.

Un encantamiento conseguido sin un solo efecto especial. Por el contrario, la película de Rohmer supone también un lavado de la mirada, un bálsamo para nuestro cerebro, sometido a un bombardeo incesantes de imágenes (cine, televisión, videojuegos...). Con un equipo reducidísimo, en el que se ha prescindido de cualquier fuente de iluminación artificial y de la música de acompañamiento, asume el protagonismo el sonido más original y primigenio, el de la propia naturaleza, el de los árboles, los ríos, los vientos.

Y el de las palabras. Como Rohmer tiene una capacidad excepcional para componer la imagen al estilo del cine mudo, el predominio de la palabra con sentido no representa impedimento alguno. Igual que en el caso de Tarantino, aunque desde otra perspectiva, para apreciar la obra de Rohmer no basta con tener buen ojo, que podría parecer lo específico del cine: es además necesario tener buen oído para unos diálogos, extraídos directamente de la novela, en los que se articula un universo moral que combina con infinita elegancia el erotismo y la sensualidad con la fidelidad y el compromiso en las relaciones amorosas, en un laberinto de promesas y traiciones que hace entroncar el amor de Astrea y Celadón con el que vivieron Cary Grant y Deborah Kerr en Tú y yo, de Leo McCarey, o George Sanders e Ingrid Bergman en Te querré siempre, de Rossellini.

El romance de Astrea y Celadón adapta una novela prácticamente desconocida en España y bastante ignorada en su país de origen, Francia. Sería, para entendernos, como una adaptación de La Galatea de Cervantes. Rohmer se ha centrado en la trama principal y dejado aparte las disgresiones temáticas, que alargan la obra literaria en cientos de páginas. Despreciando los usos habituales de la escena contemporánea en la adaptación de los clásicos, los sometimientos a liftings y aggiornamenti presuntamente transgresores con el objetivo de quitarles el polvo de los años y presentarlos de manera tal que el público generalista los pueda apreciar, Rohmer bucea en los circunstancias históricas para ofrecernos un espectáculo lo más parecido posible a la sensibilidad de los tiempos en que se crearon.

Del mismo modo que la renovación introducida en la interpretación de la música barroca por parte de Jordi Savall o Nikolaus Harnoncourt, con la reivindicación de los instrumentos originales y el temperamento propio de la época, la mirada de Rohmer se presenta limpia y eterna para ilustrar que, como confesó a Carlos F. Heredero en la edición española de Cahiers du Cinéma, "los hombres y mujeres de otras épocas tenían una sensibilidad diferente".
Lo que pretendo es mostrar cómo era esa sensibilidad. Lo que me interesa no es modernizar la Historia ni revestirla de un barniz contemporáneo, porque creo que eso no nos enseña nada sobre la realidad o sobre el arte de aquel tiempo.
Enemigo de cualquier forma de esteticismo intelectual, a sus 87 años Rohmer sigue elaborando sofisticadas y sutiles parábolas sobre las relaciones humanas desde un punto de vista humanista, irónico y esperanzado, en las antípodas del pesimismo vital de Bergman o del decadentismo existencial de Antonioni, sus dos compañeros de generación recientemente fallecidos. Fiel a sí mismo, a sus mujeres poderosas y eróticas, a la puesta en escena cálida a fuer de geométrica, en la senda de sus admirados Howard Hawks y Alfred Hitchcock, nos ofrece un penúltimo testamento cinematográfico en el que aletea con vigor el espíritu de la belleza.


LOS AMORES DE ASTREA Y CELADÓN (Francia, 2006, 109 minutos). Dirección y guión: Eric Rohmer. Intérpretes: Stéphanie de Crayencour, Andy Gillet, Cécile Cassel, S. Renko. Fotografía: Diane Baratier. Calificación: Bella (9/10).

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