martes, octubre 16, 2007

Motor de desarrollo

Motor de desarrollo
17.10.2007 -

Diez años después de su inauguración, el Museo Guggenheim Bilbao continúa siendo el mejor ejemplo para reflejar no sólo el exitoso resultado de un proceso de regeneración urbana e industrial, sino también la voluntad de modernización e innovación de una sociedad que lo ha elegido como símbolo de progreso y universalidad.Cuando el museo abrió sus puertas en 1997, pocos esperaban la enorme aportación de una institución cultural y artística que ha actuado como valioso elemento de tracción económica, instrumento de atracción turística, cauce para la colaboración pública y privada en la financiación de la cultura y, sobre todo, imagen fundamental de un País Vasco más asociado a la cultura civilizada que a la violencia y al enfrentamiento. Un éxito incuestionable, en definitiva, que no siempre ha sido complementado por factores que podrían haber contribuido a un mejor aprovechamiento de sus logros. De hecho, los cerca de diez millones de visitantes alcanzados en este periodo o las sinergias económicas directas o indirectas logradas podrían haber sido mucho mayores. Desde ese punto de vista, se hace ahora evidente la necesidad de un esfuerzo para que ni se difumine la estela marcada por el Museo Guggenheim durante la última década, ni se repitan errores que han menoscabado parcialmente su éxito. En primer lugar, el aprovechamiento sucesivo del llamado 'efecto Guggenheim' requiere, como siempre en el País Vasco, de una plena ausencia de violencia y de un marco político estable, ya que sin ello ni resulta posible la conformación razonable de una imagen de centralidad cultural, ni tampoco su consideración como destino de alto valor añadido. Por otra parte, la contribución del museo a la modernización de la villa no ha de quedar sólo en la mejora de la autoestima ciudadana o el aumento de la conciencia metropolitana, sino que debe impulsar a los responsables institucionales hacia la elección de un proyecto de ciudad o una especialización que sitúe a Bilbao en las mejores condiciones para convivir con las grandes transformaciones sociales, económicas y tecnológicas del presente siglo. En ello será de suma importancia la eficiente coordinación del resto de infraestructuras culturales con un museo que ejerce un indiscutido liderazgo, tanto por su capacidad de atracción como por su repercusión mediática dentro y fuera del País Vasco.El positivo ejemplo planteado por una gestión del museo que combina la rentabilidad social con la elevada autofinanciación debería servir de pauta a otras instituciones culturales vascas, cuyo escaso predicamento social y leve repercusión cultural bien podrían superarse con mayor financiación y mejor gestión. De la misma manera, la excelente capacidad de transmisión cultural alcanzada por el museo tendría que ser aprovechada por una política educativa que comprenda la importancia de unas instituciones museísticas al servicio de un concepto del arte y la cultura abierto, riguroso y universal. También, la urdimbre de apoyo social tejida en torno al museo mediante una asociación de amigos con un número de miembros ciertamente elevado ha de aprovecharse como ejemplo dinamizador de una sociedad civil dispuesta a ejercer su derecho y su responsabilidad para participar en objetivos ciudadanos, eso sí, siempre y cuando las administraciones cedan su presencia omnímoda.La experiencia de colaboración entre la iniciativa pública y la privada en la financiación del museo tendría que extrapolarse a otros ámbitos, siempre desde la complicidad recíproca en un marco jurídico y fiscal que favorezca el mecenazgo. El Guggenheim también deberá seguir respondiendo no sólo a las expectativas de una sociedad que lo considera con orgullo parte sustancial de su apuesta por un futuro de paz y progreso, sino también a sus responsabilidades como institución de cabecera en la cultura pública vasca, donde cuenta con un respaldo presupuestario de considerable envergadura. En esa línea, lo primero es clarificar su condición de institución pública con forma jurídica privada, lo que obliga a mejorar sus compromisos de transparencia, rigor e independencia en la gestión de sus inversiones, en la contratación externa y en su política de comunicación. Otro tanto se puede decir de su vinculación con los ámbitos locales de la creación y la distribución artística, por mucho que su filosofía fundacional y su estrategia expositiva aludan a la cultura internacional contemporánea. Siendo uno de los más destacados embajadores de la cultura vasca, parece lógico que se demande un mayor esfuerzo en la transmisión exterior de lo mejor de nuestras realizaciones.No se olvide tampoco que en la génesis del Guggenheim estaba el compromiso implícito de servir como 'lobby' internacional para canalizar inversiones y relaciones comerciales hacia el País Vasco. Algo en lo que tienen que colaborar con mayor inteligencia unas administraciones públicas vascas que no siempre han sabido aprovechar el museo y las enormes oportunidades internacionales que genera, en beneficio de un proyecto de país plural, civilizado y compartido por toda la sociedad. Son, pues, diez años de ilusionante realidad para un museo que no sólo es el testigo vivo y dinámico de la cultura y el arte contemporáneo, sino también la divisa de una sociedad vasca que contempla en él un futuro esperanzador de convivencia pacífica, de prosperidad y de confianza en sí misma.

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