domingo, octubre 28, 2007

Manuel de Prada, Adelgace por amor

lunes 29 de octubre de 2007
Adelgace por amor

Hubo un tiempo en que el culto al cuerpo y la beatificación del ejercicio físico como manantial de salud me sumieron en una melancolía perpetua. Daba la impresión de que quienes habíamos decidido engordar pacíficamente, sin someter nuestro organismo a plebeyas contorsiones de gimnasio, estábamos condenados sin remisión al ostracismo social. La proliferación atorrante de dietas milagrosas que garantizaban la esbeltez fue el corolario natural de aquella tenaz propaganda que hizo del deporte y el derramamiento de sudor una especie de religión para abducidos. Quienes seguíamos comiendo a deshoras y practicando el sedentarismo y cultivando con esmero nuestros michelines habíamos ingresado en una categoría marginal, lindante con la escoria infrahumana. Los últimos avances científicos, sin embargo, nos brindan una rendija de esperanza: según leo en una revista de divulgación, el método de adelgazamiento más infalible consiste en enamorarse. Ya nunca más nuestro perímetro abdominal se dirimirá en los gimnasios, esos quirófanos con olor a sobaco. Por fin los perezosos podremos reivindicar nuestras convicciones, sin temor a ser considerados leprosos o herejes. Contra quienes recomendaban, por ejemplo, la bicicleta estática como método infalible para rebajar grasas podremos oponer el acto mucho menos cansado de enamorarnos platónicamente. ¿Quién querrá a partir de ahora sudar la camiseta, conociendo las infinitas ventajas terapéuticas que proporciona un ‘flechazo’? Según leo, son casi trescientas las sustancias químicas que el organismo libera (y eso sin contar la tan cacareada bilirrubina, que promocionó un célebre cantante sandunguero) cuando resultamos agraciados en la lotería del amor. La glándula del timo, por ejemplo, que favorece el crecimiento de los huesos y el desarrollo de las gónadas (perdonen que me ponga tan fino), empieza a segregar timina como una descosida, sustancia que atempera los berrinches y estimula el buen humor. La médula suprarrenal, a su vez, reprime la producción de cortisol, la hormona responsable del estrés. El hígado libera grandes dosis de glucosa que actúan como un bálsamo sobre nuestro cansancio muscular y hacen desaparecer las agujetas. Los glóbulos blancos que desfilan por nuestra sangre empiezan a moverse con un mayor ajetreo, aumentando nuestras defensas contra enfermedades de tipo infeccioso y aumentando la presión sanguínea. Pero, sin duda, es el cerebro el que más activamente participa en esta algarabía química desatada por el amor. Son muchas las sustancias que libera este órgano para el que aún no se ha inventado ningún ejercicio gimnástico convincente, salvo el cultivo de la inteligencia. El cerebro se deshace como un flan, a la vista del ser querido, y empieza a emitir ácido glutámico y feniletilamina a granel, neurotransmisores que nos instalan en una especie de nirvana seráfico, a la vez que envía a la médula espinal grandes contingentes de adrenalina y endorfinas que nos hacen insensibles al dolor. Por si todavía hubiese alguien remiso a las ventajas del enamoramiento como ejercicio salutífero, añadiré que, además, se adelgaza: el subidón de dopamina que experimentamos bloquea la hipófisis y anestesia las reclamaciones del estómago. ¿Se puede pedir más? Enamorarse no produce contusiones, ni esguinces, ni contracturas, ni siquiera sudor,a diferencia de esos otros ejercicios tan ordinarios que recomiendan los apóstoles de la cultura física. Guarden el chándal en un armario, clausuren sus glándulas sudoríparas, renieguen del ejercicio físico y enamórense sin moverse de la silla, incluso tumbaditos a la bartola. Su salud se lo agradecerá.

http://www.xlsemanal.com/web/firma.php?id_edicion=2527&id_firma=4751

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