martes, octubre 02, 2007

Horacio Vazquez Rial, La impostura esta de moda

miercoles 3 de octubre de 2007
LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA
La impostura está de moda
Por Horacio Vázquez-Rial
Hace un par de años fue Enric Marco, falso deportado que llegó a presidir la asociación Amical de Mauthausen. Ahora es Tania Head, o, para ser precisos, Alicia Esteve Head, de Barcelona, Spain, que no tenía un novio muerto en las Torres Gemelas, que ni siquiera había estado allí, que no trabajaba en Meryll-Lynch ni había estudiado en Harvad y Stanford.
Según informa La Vanguardia, la hasta hace unos días presidenta de la Red de Supervivientes del World Trade Center, denunciada por el New York Times, pertenece a una familia de conocidos empresarios barceloneses implicada en 1992 en el caso Planasdemunt. Su padre, Francisco Esteve Corbella, y su hermano, Francisco Javier Esteve Head, fueron condenados a penas de prisión por un delito de falsedad documental. Pagarés falsos, concretamente, distribuidos por la empresa BFP de la Ciudad Condal. Alguien querrá ver en esto un antecedente, pero lo cierto es que cada uno es responsable de sus actos.

El progresismo reinante ha relegado a un piadoso olvido la truculenta historia de Rigoberta Menchú, que vendió al mundo una autobiografía falsa y recogió por ello un premio Nobel. Los noruegos del Comité del Nobel de la Paz se hicieron los distraídos (sería demasiado obvio decir que se hicieron los suecos), y Elisabeth Burgos, corresponsable, si no creadora, del desaguisado, intentó pasar de largo y darse por engañada sin demasiada convicción. La Menchú declaró en diciembre de 1997, a El Periódico de la Ciudad de Guatemala, sobre el célebre libro Me llamo Rigoberta Menchú, que siempre se había supuesto nacido de su relato y de la transcripción de la Burgos, esposa de Regis Debray, lo que sigue:
No me pertenece ni moralmente ni políticamente ni económicamente. Yo lo he respetado mucho porque jugó un inmenso papel para Guatemala. Pero yo no tuve derecho de decir si el texto me gustaba o no, si era fiel a los datos de mi vida. Ahora mi vida es mía, por lo tanto creo que ya es oportuno decirlo, que no es mi libro... Pienso que todos aquellos que tengan sus dudas sobre la obra deben acudir a ella, porque incluso, legalmente, yo no tengo derechos de autor ni regalías ni nada de eso.
Fue su manera de salir de la trampa en la que ella misma se había metido: decir que la había metido la Burgos, cosa que no era cierta pero tampoco era falsa. La señora de Debray, con esa excelsa intuición publicitaria que siempre ha caracterizado a la pareja, había visto la posibilidad de crear un nuevo icono para las izquierdas europeas, y había acertado. En Guatemala, donde se presentó a las últimas elecciones, la Menchú obtuvo unos resultados lamentables: no hay grande hombre para su valet.

Lo interesante en los tres casos, y en todos los que han salido a la luz en los últimos años, es que la ficción que los sostiene ya no funciona en el sentido tradicional, el de la exaltación del fracasado, el del falso triunfo que a tantas estafas ha dado lugar a lo largo de la historia, sino en el sentido opuesto: son todas falsas víctimas. No se le hubiese ocurrido a Edmundo Dantés consumar su venganza haciéndose pasar por un indigente: tenía que ser, como mínimo, conde de Montecristo. Sólo en las capas sociales más bajas podía alguien considerar ventajoso parecer más desvalido que el semejante.

Pero ahora la condición de víctima vende. Por eso los palestinos sostienen que los israelíes les hacen lo mismo que los nazis hicieron a los judíos. "La mujer", ese abstracto imponderable, es víctima de "el hombre", "el obrero" lo es de "el burgués", "el colonizado" lo es de "el imperio". Y lo de buen tono es ser mujer, obrero, colonizado o palestino, aunque las contradicciones entre los términos sean asombrosas.

Desde que la izquierda formalmente light (sólo formalmente) es la ideología dominante, para prosperar hay que ser víctima. Pongo un modelo bien conocido: los extensos artículos de Juan Goytisolo publicados en El País, en los que se sostiene que nadie hace caso a Juan Goytisolo (por su consabida heterodoxia social y sexual, como se sabe). En tiempos, los intelectuales españoles iban a Cuba para marcar su diferencia. Después, el territorio se amplió y convino viajar a Bosnia, al Irak de Sadam, a Palestina a presentar respetos a Arafat, a casi cualquier parte donde o desde donde se pudiera hacer propaganda. Ignacio Vidal Folch, en Turistas del ideal, dejó un retrato despiadado de los grandes iconos viajeros de las izquierdas.

Si uno no es una víctima, es bueno que se le vea junto a las víctimas o junto a aquellos que el consenso ha convertido en tales. El consenso políticamente correcto. (Porque hay víctimas y víctimas: no es lo mismo Couso que Anguita). Sean Penn no puede presentarse ante el mundo como una víctima: ha tenido todos los privilegios imaginables, desde un célebre padre director de cine hasta una temprana incoporación al sistema de premios que hacen una carrera en Hollywood, pasando por la singular operación de propaganda que implica un matrimonio con Madonna. De modo que lo que debe hacer es ponerse del lado de las supuestas víctimas; por eso se fue a Irak antes de la segunda guerra del Golfo, a solidarizarse con el dictador Sadam y a pasear por unos hospitales en los que aún no había lesionados del "imperialismo" su cara de mala leche solidaria. Y ahora se ha ido a Venezuela, a que Chávez le dé unas palmadas en la espalda.

Hay unos cuantos antecedentes circunstanciales, pero creo que el que inició el periplo de los populismos dictatoriales latinoamericanos fue Oliver Stone, con su película sobre Castro y sus ostensibles buenas migas con el Comandante. Norman Mailer había hecho ya varios viajes a Cuba y había sido recibido por las más altas instancias del régimen: me consta, coincidimos hace años en casa de un amigo común, en La Habana. Pero no se atrevió a producir propaganda como Stone. Tampoco Hillary se atreve a emprender un viaje de buena voluntad por territorio enemigo como ha hecho Nancy Pelosi: es más pragmática y sabe que el apoyo de Hollywood no lo es todo en las filas demócratas, donde todavía queda gente (y mucha) que piensa que no está bien ir a darle la mano al dictador sirio.

El cine americano fue el primero en hacer películas sociales, cuando pocos las llamaban así, casi treinta años antes del neorrealismo italiano: Las uvas de la ira es de 1940, y El sargento York, el film protagonizado por Gary Cooper, nada menos que de 1941, cuando Roosevelt no veía el modo de convencer a sus paisanos de entrar en la Segunda Guerra Mundial. También la literatura, desde Jack London en adelante, estuvo próxima a la izquierda: Ernesto Guevara llevó ese nombre por el protagonista de El talón de hierro de London, Ernest Everhart. Dreiser, Steinbeck, Sinclair Lewis y otros pasaron por el Partido Comunista o por sus inmediaciones. Upton Sinclair y Dos Passos hicieron la experiencia y terminaron en el lado opuesto, pero no sin antes dar su adhesión a la República Española, la gran causa simbólica de la izquierda universal en el siglo XX, la única que, a diferencia de las revoluciones rusa, china y cubana, y de la guerra de Vietnam, jamás fue puesta en duda: cuando Dos Passos lo intentó, perdió su carrera como escritor.

Sin embargo, Gary Cooper perteneció a la Legión Americana, como Charlton Heston a la Asociación del Rifle, y algunos otros, como Glenn Ford, colaboraron con el Departamento de Estado. La gran ruptura la protagonizó sin duda Marlon Brando, con su adhesión pública a la causa de los indígenas americanos. Ése fue el primer paso en el camino hacia la organización alternativa del cine, con eje en Sundance y en la figura de Robert Redford, que jamás ha encarnado un personaje que no sea políticamente correcto, es decir, que no fuese una víctima o no estuviese del lado de las víctimas. De ahí a la participación pública en política media menos de un palmo, el que casi todo el mundo en Hollywood recorrió durante la campaña de Clinton y, ahora, durante la de su esposa.

Pero sabemos que es una pura ficción. Que Sean Penn jamás se perderá en Medio Oriente como Ambrose Bierce en la revolución mexicana. Que Kevin Spacey, el último converso que visita a Chávez, jamás será John Reed (tampoco lo será Mailer). Lo suyo es la impostura, el hacerse perdonar un éxito que no creen merecer, o el hacerse perdonar el hecho de haber nacido en el Primer Mundo; o, lo que es infinitamente peor, la creación de una figura más taquillera. Y ellos no se irán a casa, como Enric Marco o Tania Head, sino que se presentarán a presidente, como Rigoberta Menchú.


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