domingo, octubre 14, 2007

El callejero de ETA

lunes 15 de octubre de 2007
El callejero de ETA
SI el proyecto de ley de la Memoria Histórica se aprueba y entran en vigor sus medidas revisionistas, se abrirá un largo proceso de polémicas y discordias sobre la supresión de nombres de connotaciones franquistas en calles y plazas de muchas ciudades españoles. Con la aprobación de la ley no acabarán las discusiones, sino que empezarán otras, peores y más crispadas. Pero tanto mirar al pasado para intentar cambiarlo setenta años después -tarea imposible que se transforma únicamente en una fuente de división social- se convierte en una venda en los ojos del Gobierno y de sus socios nacionalistas que les impide ver que el terrorismo de ETA tiene, ahora mismo, por decisiones de ayuntamientos democráticos, un callejero impune al servicio de su exaltación. Etarras con marchamo sanguinario ocupan puestos de privilegio en avenidas, calles y plazas del País Vasco, sin que les hayan llegado los efectos catárticos de una «memoria histórica» tan selectiva y caprichosa, que parece reservada para reabrir las heridas ya cerradas de la Guerra Civil e indiferente ante la herida abierta del terrorismo. Nadie tiene un solo motivo para criticar las decisiones que tiendan a la reparación moral y material que merezcan las víctimas de persecuciones injustas durante la Guerra Civil y el régimen posterior. De hecho, todos los gobiernos de la democracia han afrontado esa tarea sin necesidad de polarizar a la sociedad ni de llevar al Parlamento leyes que pretenden alterar el curso de una historia ya irreversible.
La España de hoy, no la de hace setenta años, tiene sus propias víctimas por la libertad y los derechos individuales, por la democracia y por la vigencia de la Constitución. Todos los asesinados, heridos y amenazados por ETA son la memoria y el presente histórico de la democracia española y muchos de sus verdugos más sangrientos gozan impunemente de un homenaje constante en las calles del País Vasco. Parece fácil, y lo es, alzarse ahora, cuando han pasado más de treinta años desde la muerte de Franco, contra la dedicatoria de calles a militares del bando alzado, incluso a personalidades de la cultura como José María Pemán o Pedro Muñoz Seca. Pero no parece, en cambio, que haya tanto fervor democrático y justiciero para limpiar los callejeros del País Vasco de la presencia de ETA y de sus cómplices. Se amenaza con retirar subvenciones a los ayuntamientos que no eliminen las placas que recuerdan o ensalzan al bando franquista, pero nada se dice de los ayuntamientos vascos que, desde las elecciones municipales de mayo pasado, se han convertido nuevamente en plataforma de apoyo y propaganda a favor de ETA, además de centros de colocación de la izquierda proetarra. Ahí está la propuesta del Partido Popular de disolverlos.
Esta doble moral es inadmisible en la democracia, cuya lucha debe ser contra ETA y no contra un pasado zanjado por la Constitución. Desvela una obsesión enfermiza de la izquierda española por seguir haciendo de la derecha no un adversario político, sino un enemigo ideológico, cuando ahora quien está queriendo asesinar, quien destruye bienes y quien amenaza es ETA. La «memoria histórica» es una trampa para obligarnos a todos a mirar hacia el pasado y despistar a la sociedad española de la encrucijada que se le vuelve a plantear actualmente con la reanudación del terrorismo: o ETA o nosotros. Por eso, los terroristas no deben tener el más mínimo espacio en la vida social y por eso hay que buscar su deslegitimación ante los ojos de los ciudadanos, porque la marginación es tan eficaz como las desarticulaciones de sus «comandos» o el encarcelamiento de la dirección de Batasuna. El Gobierno se ha metido en un lío con la «memoria histórica». Pensó erróneamente que no habría oposición por temor al sambenito de «franquista», y la hay sin complejo alguno porque querer convivir sin discordias no es franquista; y calculó peor si creyó que en la sociedad española no aflorarían otras «memorias históricas», no sólo de aquella época, sino otras tan recientes y dolorosas como la que representa ETA.

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