martes 3 de abril de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
El dilema del ladrillo
Tomemos ejemplo del ciudadano que le preguntó al presidente Zapatero el precio de un café, y vayamos a un caso práctico. Costa Anácara es una megaurbanización que equivale a más de cien campos de fútbol, pensada para unas mil quinientas viviendas, hotel y campo de golf, y situada en el término municipal de Miño.
Para sus partidarios, es un símbolo del progreso de la zona, una fuente de riqueza, un imán para atraer población, un maná de recursos para el concello. Para sus detractores, la imagen concluyente del ladrillazo que sepulta la belleza natural del país, gracias a la connivencia de administraciones que, sólo con santa benevolencia, pueden calificarse de irresponsables.
¿Qué piensa el presidente (Touriño en este caso) de esta nueva ciudad que nace al pie de la autopista? Sólo tenemos indicios y son además contradictorios. Hace pocos días, recibía al nuevo propietario de Costa Anácara, sin que fuera visible ninguna recriminación al respecto. Al contrario. El mandatario se deshace en elogios a Fadesa: que si es el buque insignia del sector inmobiliario gallego, que si ha contribuido mucho al desarrollo económico de Galicia, que si tiene un gran potencial de crecimiento.
Fernando Martín sale encantado del encuentro. Es de suponer que sus temores sobre un frenazo a la expansión de su materia prima, el ladrillo, quedarían disipados, así como cualquier interferencia en la enorme promoción de Miño. No tendría sentido saludar al buque insignia de la flota inmobiliaria, para después torpedearlo.
Este primer indicio serviría para santificar Costa Anácara, otros proyectos similares esparcidos por Galicia, y los que puedan venir. De lo contrario, no tendrían sentido las alabanzas, ni tampoco el interés por mantener aquí la sede social de la empresa. Si el ladrillismo estuviera excluido del horizonte económico del país, en vez de la cordial entrevista, el presidente tendría que haberle espetado al boss madrileño aquella famosa frase: váyase, señor Martín.
Pero eso fue hace unos días. Este fin de semana, el secretario general de los socialistas lanza un alegato contra los especuladores, el urbanismo desaforado y los atentados contra el medio natural. El buque insignia que surca las aguas de la economía galaica, ante la orgullosa mirada de las autoridades autonómicas, se transforma en barco pirata al que no puede darse tregua.
El presidente y secretario general no habló de Fadesa, ni de Fernando Martín, dirán algunos. ¿De quién sino? ¿De pequeños o medianos promotores, cuyos proyectos son de Pin y Pon al lado de Costa Anácara? ¿De ayuntamientos que autorizan la centésima parte de lo que autorizó el de Miño? Cuando se dice en la nota oficial emitida por la Presidencia, que Fadesa ha contribuido mucho al desarrollo económico de Galicia, se está refiriendo, entre otras cosas, a los pagos por los terrenos de la susodicha promoción, y al abono de las tasas municipales.
Hay en todo esto una contradicción irresoluble: se quiere el dinero de estas promotoras, pero repugna su ladrillo. La Xunta sabe que el sector inmobiliario es uno de los motores de la economía gallega, y al tiempo necesita zaherirlo para hacer más atractivo su mensaje político. Sabe Touriño que, de haber invitado a su conversación con Fernando Martín a un militante imbuido de fervor ecológico, hubiera puesto verde al constructor. También que no hubiera sido acertado defender a Fadesa en la convención socialista del fin de semana. ¿Buque insignia o barco pirata? He ahí la cuestión.
lunes, abril 02, 2007
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