jueves, abril 08, 2010

Felix Arbolí, Jerusalen, encrucijada de fervores y rencores

jueves 8 de abril de 2010

Jerusalén, encrucijada de fervores y rencores

Félix Arbolí

E L pasado domingo, en el Canal de Historia, del Digital, ofrecieron un interesante documental sobre Jerusalén, la ciudad santa de judíos, cristianos y árabes. En ella se encuentran representadas las tres grandes religiones cuyos orígenes, vicisitudes, ángeles y profetas se mezclan y confunden en gran número de pasajes, conservando sólo las diferencias conceptuales y testimoniales que han introducido sus respectivos Mensajeros y Profetas. La primera en el tiempo, como ya es archisabido, es la judía, cuyos principios y fundamentos se ciñen a la Biblia, de la que parte asimismo la segunda, o cristiana, que se bifurca y distancia de aquella tras la aparición de Jesús y la implantación de su nueva doctrina, contenida en el Nuevo Testamento y la tercera, la islámica, que aparece en el año 622 de nuestra era, cuando Mahoma, su venerado Profeta, huyó de La Meca a Medina, una vez iniciada la propagación de su nueva doctrina contenida en El Corán, su Libro Sagrado. En las tres figuran una serie de personajes bíblicos importantes, profetas comunes y hasta el Arcángel San Gabriel como mensajero celestial que anunció a María su Divina Concepción e inspiró a Mahoma sus visiones y los puntos esenciales de su nueva religión. Viendo así las cosas lo normal sería que entre las tres, dadas tantas y felices coincidencias, se llevaran fraternalmente y se respetaran mutuamente, ya que se basan en la creencia de un solo Dios, con distinta denominación, y contienen excesiva similitud en circunstancias y nombres que las influyen decisivamente. Pues no señor, se llevan a matar, y no hay eufemismo alguno en llamarlo de esta forma y existe más odio e intransigencia entre ellas, que las que puedan tener hacia otras creencias con las que no tienen nada en común. Es como si entre los tres hijos de una misma familia se mantuviera una guerra despiadada y feroz, sin posibilidades de treguas o razonamientos. Son como tres hermanastros mal avenidos de los que sólo les separan distintos conceptos y procedimientos.

Los judíos se creen el pueblo elegido y seguidores de la única y verdadera religión y aún continúan esperando la llegada de ese Mesías para que restablezca su reino en este mundo y les lleve al paraíso a su final; los cristianos aunque admiten su origen bíblico y las figuras que aparecen en ese legendario libro sagrado judío, se aferran a la figura de Cristo como Mesías, Dios y Salvador y a partir de su aparición sólo siguen sus normas e inician su historia, como únicos fundamentos de su nueva doctrina, desviándose del judaísmo en el que nacieron. Los terceros, los islamitas, reconocen y recogen algunos de los personajes e historias de las dos anteriores y mediante una serie de conceptos, reglas y leyes, inspirados a Mahoma y recogidos en El Corán, inician su nueva creencia, que se extiende rápidamente gracias al ímpetu y ardor religioso de sus miembros y a la inequívoca personalidad del Profeta, que fue capaz de unir y hermanar mediante la misma fe a una serie de tribus que siempre se hallaban enfrentadas en cruentas guerras.

Las tres creencias y la existencia de importantísimos monumentos y lugares sagrados, algunos no muy amigablemente compartidos a trío, tienen su sede y escenario en esa Jerusalén eterna y santa, pero no por ello ajena a una dureza y crueldad tercamente desarrolladas, a causa del fanatismo religioso de los que ven los asuntos de Dios como un pretexto para enfrentamientos extremadamente cruentos. Los judíos dicen que ésa ciudad forma parte indivisible de su antiguo pueblo y poderosamente armados y protegidos hacen frente, no siempre de manera adecuada, a las pretensiones de los árabes que ocupaban esa tierra desde tiempos casi inmemoriales. El resultado ya es conocido, el 14 de mayo de 1948, la ONU aprueba la formación de dos Estados independientes, uno árabe y otro judío, en los territorios que se conocen como Palestina, de los que forma parte Jerusalén. Esta resolución no convence a los habitantes árabes de estos terrenos que ven como llegan continuamente oleadas de judíos a ocupar sus tierras y desalojarlos de sus casas y tras unas breves guerras, las legiones israelíes descalabran a sus enemigos árabes y los palestinos pierden no sólo gran parte de su territorio, sino el control sobre la parte de la ciudad santa que le habían asignado y que pasa a depender exclusivamente de Israel. De nada han valido las protestas e intervenciones internacionales para tratar de impedirlo, pues en su interior se encuentran las más preciadas reliquias y santos lugares de tres religiones distintas que no deberían quedar bajo el control exclusivo de una de las partes en litigio.

El odio ancestral entre los seguidores de estas religiones se acrecienta peligrosamente y hoy nada, ni nadie, es capaz de eliminar estos rencores y conseguir que dentro de los muros de esta milenaria ciudad, reliquia y vestigio de Jehová, Cristo y Alá, -el orden de los nombres, sólo indica la antigüedad de cada uno-, puedan vivir en paz sus hijos, al fin y al cabo hermanados en sus orígenes si seguimos la pista de tribus y profetas.

Está demostrado históricamente que las tres culturas y sus distintas creencias han vivido épocas y compartido escenario dentro de una tolerancia admirable y casi fraternal. En la España medieval tenemos algunos ejemplos de esta pacífica convivencia, a pesar de hallarnos en plena Reconquista, y ciudades castellanas y andaluzas han sido ejemplos donde judíos, cristianos y árabes han podido vivir y atender a sus diferentes creencias sin problema alguno. Toledo, la llamada ciudad de las tres culturas es un claro exponente de lo anterior. Las benéficas influencias de estas tres civilizaciones están latentes en sus calles, edificios y hasta me atrevería a indicar que en sus costumbres. No se puede omitir de esta enriquecedora circunstancia a Andalucía, donde judíos y árabes dejaron su impronta y lo mejor del saber de aquellos tiempos en una herencia artística y cultural, que aún hoy día permanece inalterable, porque hemos querido y sabido conservarla al paso del tiempo, sin por ello renunciar a nuestro cristianismo, ya existente desde mucho antes de la aparición en escena de Mahoma y sus seguidores. .

Es una huella profunda que se observa no sólo en el aspecto cultural, artístico e incluso lingüístico, sino en el plano personal. Muchos de nosotros si llegáramos a conocer nuestro árbol genealógico, nos daríamos cuenta que algunos de nuestros nombres y apellidos, tienen evidentes orígenes y resonancias judías o árabes, aunque nos consideremos oriundos de familias cristianas y españolas. Tantos años compartiendo suelo y cielo no es nada extraño que compartiéramos también la sangre.

Nuestro compañero, veterano periodista y entrañable amigo ISMAEL MEDINA, es un ejemplo de lo dicho anteriormente. El mismo lo indica cuando en su última y espléndida crónica de “Firmas Invitadas”, nos habla sobre su viaje a Tierra Santa acompañando como corresponsal de PYRESA a Pablo VI. En su mismo nombre y apellidos, según explica en su artículo se dan estas influencias:. “Ismael”, su nombre, deriva del descendiente del patriarca hebreo Isaac y su esclava Agar, personaje bíblico también reconocido y venerado por los árabes ya que lo consideran el origen de su nación; “Medina”, su primer apellido, es el nombre de la segunda ciudad santa del Islam y como remate “Cruz”, el segundo, el símbolo más sublime de nuestro Cristianismo. En su persona se aglutinan nombre, ciudad y símbolo, de los que se hacen referencia en las tres religiones. El cuenta la curiosa ocurrencia de aquel sacerdote español, que acompañaba a los periodistas en la noche y víspera de la visita del citado Papa al río Jordán, cuando le aclaró : “ Eres tú el símbolo unitario de Jerusalén. Te llamas Ismael, por los árabes (y los judíos diría yo), Medina por los judíos ( y por árabes añado asimismo) y Cruz por los cristianos”. En él advierto una especie de símbolo viviente de que las tres creencias pueden unirse y hermanarse y vivir en paz, aun conservando sus lógicas diferencias dogmáticas. Una insólita curiosidad que se da en este gran amigo y admirado compañero, que se repite asimismo en el nombre de sus tres hijas, Miriam, Esther y Raquel, que aparte de ser muy bonitos, preciosos añadiría yo, conservan claras reminiscencias de las citadas religiones. No así el de su mujer, desgraciadamente desaparecida e inolvidable en su recuerdo, que se llamaba Concepción, la gloriosa advocación de nuestra Virgen Inmaculada. Aprovecho estas líneas para enviarle un cariñoso saludo al querido compañero, mi diligente despertador cuando a veces se adormece mi conciencia y descuido mis deberes para con la religión y la patria, que son dos pilares que él mantiene inmutables e incuestionables a lo largo de su dilatada y destacada trayectoria periodística.

¡Señor haz que el hombre regrese a sus orígenes y reinicie el camino consciente de que esta vida no es su verdadero destino!. La plegaria me ha salido dictada por un sincero sentimiento del que desearía hacer partícipe a todos cuantos tengan la gentileza de leerme. Sería realmente magnífico que nos acercáramos más los unos a los otros y observáramos las cuestiones que afectan al espíritu con respeto y tolerancia. sin que mediaran odios y recelos, independientemente del nombre que demos al Dios que nos dirigimos, que para todos debería ser el único y venerado. Hemos de considerar que esta vida es un mero recorrido hacia esa eternidad que nos espera y a ese Ser Supremo que nos juzgará de manera igual sin distingos de razas, colores y creencias. . El nombre de Dios sólo debe utilizarse para bendecirlo y adorarlo, para dirigirle nuestras súplicas y para pedir su protección ante los escollos que nos hemos de encontrar, pero nunca como bandera de guerra, justificación de la tortura y el asesinato masivo de inocentes, a cuyo autor no ha de esperarle paraíso alguno, porque Dios no puede ser tan bárbaro como para consentir y menos premiar el crimen bajo ninguna excusa. Como tampoco el que invocaba la nefasta Inquisición de tan deplorable recuerdo. No importa que le llamen Jehová, Cristo o Alá, si en nuestra oración sólo intentamos dirigirnos a ese único Dios. Entrar en trifulcas y disquisiciones por llamarlo de una u otra forma o seguir un distinto ritual para contactar con Él, es materia que no debería ofendernos a ninguno, si lo hacemos de buena fe, con sentimiento y sinceridad. Soy consciente de que todo cuanto fuimos, somos o lleguemos a ser en este mundo, lo que consigamos en esta vida, no nos servirá para enfrentarnos a nuestro final con serenidad y confianza si hemos olvidado lo principal, que más allá de este recorrido sólo cuentan las buenas acciones y la solidaridad con el prójimo. Y será el mismo Dios el que nos juzgue a todos.


http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5638

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