viernes, abril 16, 2010

Wifredo Espina, Destruir no es regenerar

viernes 16 de abril de 2010

Destruir no es regenerar

Wifredo Espina

H ABÍAMOS quedado en que era necesario regenerar nuestra vida política y lo que se está haciendo es erosionarla y destruirla. Con irresponsables ataques a las instituciones y a toda la clase política. Y esto es una insensatez.

Se hace desde dentro de las instituciones y de la clase política, con intrigas intestinas y peleas rastreras, y desde fuera, por los que se atrincheran en plataformas mal llamadas cívicas, casi siempre alentadas o subvencionadas por partidos o desde instancias de gobiernos de distinto nivel y signo, o por los que comandan o influyen decisivamente en algunos medios de comunicación, públicos y privados, pervirtiendo su función de portavoces de la opinión pública.

Va en preocupante aumento, a raíz de cualquier acontecimiento, esta avalancha de gestos, acciones y pronunciamientos, desde ciudadanos anónimos a altas personalidades, con responsabilidades o que las han tenido, destinados, consciente o frívolamente, a desgastar y desprestigiar a las más altas instituciones de nuestra democracia (Corona, Tribunal Constitucional, Tribunal Supremo, Parlamentos, por ejemplo) y a todos los políticos como clase y sin distinción, gracias a los cuales nuestra vida pública funciona regularmente, mejor o peor.

Este es el camino más directo hacia un desmoronamiento del edificio democrático y de estado de derecho que se levantó por consenso de las distintas fuerzas políticas, de dentro y de fuera y de todo signo, después de la dictadura, y que se refrendó por la gran mayoría del pueblo español.

Caben todos los intentos revisionistas que se quiera de aquellos pactos y de sus circunstancias. Sin duda. Pero si bien parece más tarea de historiadores solventes, tampoco se puede negar a las nuevas generaciones, que seguramente lo harán con más buena intención (hay que suponer) que con elementos de primera mano para valorar lo que tan costosa y meritoriamente se hizo. Lo difícil de admitir es que los mismos que entonces pactaron la forma de encarar el futuro de nuestra convivencia colectiva, ahora de desdigan por intereses personales o partidarios. ¿Quieren volver a las andadas?

Mejórese lo que haya que mejorar. Revísese lo revisable. Regeneremos nuestra vida política (lema electoral, por otra parte, de todos los partidos políticos), pero no implantemos la cultura de su destrucción sistemática. En una democracia todo es opinable y criticable, pero las leyes están para cumplirlas y las sentencias para ser acatadas.

Otra cosa sería apostar por la ley de la selva y allanar el camino a una nueva dictadura. No perdamos la memoria histórica... La de todos.

Destruir no es regenerar



Wifredo Espina



H ABÍAMOS quedado en que era necesario regenerar nuestra vida política y lo que se está haciendo es erosionarla y destruirla. Con irresponsables ataques a las instituciones y a toda la clase política. Y esto es una insensatez.

Se hace desde dentro de las instituciones y de la clase política, con intrigas intestinas y peleas rastreras, y desde fuera, por los que se atrincheran en plataformas mal llamadas cívicas, casi siempre alentadas o subvencionadas por partidos o desde instancias de gobiernos de distinto nivel y signo, o por los que comandan o influyen decisivamente en algunos medios de comunicación, públicos y privados, pervirtiendo su función de portavoces de la opinión pública.

Va en preocupante aumento, a raíz de cualquier acontecimiento, esta avalancha de gestos, acciones y pronunciamientos, desde ciudadanos anónimos a altas personalidades, con responsabilidades o que las han tenido, destinados, consciente o frívolamente, a desgastar y desprestigiar a las más altas instituciones de nuestra democracia (Corona, Tribunal Constitucional, Tribunal Supremo, Parlamentos, por ejemplo) y a todos los políticos como clase y sin distinción, gracias a los cuales nuestra vida pública funciona regularmente, mejor o peor.

Este es el camino más directo hacia un desmoronamiento del edificio democrático y de estado de derecho que se levantó por consenso de las distintas fuerzas políticas, de dentro y de fuera y de todo signo, después de la dictadura, y que se refrendó por la gran mayoría del pueblo español.

Caben todos los intentos revisionistas que se quiera de aquellos pactos y de sus circunstancias. Sin duda. Pero si bien parece más tarea de historiadores solventes, tampoco se puede negar a las nuevas generaciones, que seguramente lo harán con más buena intención (hay que suponer) que con elementos de primera mano para valorar lo que tan costosa y meritoriamente se hizo. Lo difícil de admitir es que los mismos que entonces pactaron la forma de encarar el futuro de nuestra convivencia colectiva, ahora de desdigan por intereses personales o partidarios. ¿Quieren volver a las andadas?

Mejórese lo que haya que mejorar. Revísese lo revisable. Regeneremos nuestra vida política (lema electoral, por otra parte, de todos los partidos políticos), pero no implantemos la cultura de su destrucción sistemática. En una democracia todo es opinable y criticable, pero las leyes están para cumplirlas y las sentencias para ser acatadas.

Otra cosa sería apostar por la ley de la selva y allanar el camino a una nueva dictadura. No perdamos la memoria histórica... La de todos.

Destruir no es regenerar



Wifredo Espina



H ABÍAMOS quedado en que era necesario regenerar nuestra vida política y lo que se está haciendo es erosionarla y destruirla. Con irresponsables ataques a las instituciones y a toda la clase política. Y esto es una insensatez.

Se hace desde dentro de las instituciones y de la clase política, con intrigas intestinas y peleas rastreras, y desde fuera, por los que se atrincheran en plataformas mal llamadas cívicas, casi siempre alentadas o subvencionadas por partidos o desde instancias de gobiernos de distinto nivel y signo, o por los que comandan o influyen decisivamente en algunos medios de comunicación, públicos y privados, pervirtiendo su función de portavoces de la opinión pública.

Va en preocupante aumento, a raíz de cualquier acontecimiento, esta avalancha de gestos, acciones y pronunciamientos, desde ciudadanos anónimos a altas personalidades, con responsabilidades o que las han tenido, destinados, consciente o frívolamente, a desgastar y desprestigiar a las más altas instituciones de nuestra democracia (Corona, Tribunal Constitucional, Tribunal Supremo, Parlamentos, por ejemplo) y a todos los políticos como clase y sin distinción, gracias a los cuales nuestra vida pública funciona regularmente, mejor o peor.

Este es el camino más directo hacia un desmoronamiento del edificio democrático y de estado de derecho que se levantó por consenso de las distintas fuerzas políticas, de dentro y de fuera y de todo signo, después de la dictadura, y que se refrendó por la gran mayoría del pueblo español.

Caben todos los intentos revisionistas que se quiera de aquellos pactos y de sus circunstancias. Sin duda. Pero si bien parece más tarea de historiadores solventes, tampoco se puede negar a las nuevas generaciones, que seguramente lo harán con más buena intención (hay que suponer) que con elementos de primera mano para valorar lo que tan costosa y meritoriamente se hizo. Lo difícil de admitir es que los mismos que entonces pactaron la forma de encarar el futuro de nuestra convivencia colectiva, ahora de desdigan por intereses personales o partidarios. ¿Quieren volver a las andadas?

Mejórese lo que haya que mejorar. Revísese lo revisable. Regeneremos nuestra vida política (lema electoral, por otra parte, de todos los partidos políticos), pero no implantemos la cultura de su destrucción sistemática. En una democracia todo es opinable y criticable, pero las leyes están para cumplirlas y las sentencias para ser acatadas.

Otra cosa sería apostar por la ley de la selva y allanar el camino a una nueva dictadura. No perdamos la memoria histórica... La de todos.

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5650

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