Soldados de España
FÉLIX MADERO
Lunes , 19-04-10
LAS previsiones dicen que los cuatro militares españoles serán enterrados hoy. Si se cumplen, los enterraremos con la misma facilidad con que asumimos que estas cosas pasan a aquellos que han elegido una profesión que tantas veces los coloca en situaciones límite, cuando no decididamente determinantes. Ellos lo sabían. Muchas profesiones se eligen por casualidad, ninguna como la de militar cala tan hondo en un ser humano: quiero ser eso, un soldado español: así imagino el momento en que todo comenzó para Luis, Francisco, Manuel y Eusebio.
No hacen ruido. La mitad de los españoles no sabrían qué decir si escuchan aquello que tanta espantaba: el ruido de los sables. Hacen su trabajo mientras soportan políticas infames que pregonan que su espacio entre nosotros es reducido y marginal. En ellos algunos ven la encarnación de una Nación, la nuestra; otros una rémora de siglos pasados. No caben en ningún Estatuto porque son la piel de España.
Pero están aquí, entre nosotros, y salen en los periódicos sólo cuando pierden la vida. Sus vidas son como las nuestras, pero no se parecen a ninguna. Van de aquí para allá; se preparan, obedecen, se ofrecen, se obligan, se entregan y, finalmente, guardan silencio. Siempre guardan silencio. Escuchan que ya no hay guerras, que ya no son necesarios. Silencio. Entonces, cuando el hijo del comandante Torija nos pregunte por qué murió su padre, ¿qué le contestamos? Cuando el del teniente Calderón nos mire a los ojos, ¿podremos aguantar su mirada escrutadora? Cuando la esposa del alférez Dormido Garrosa se pregunte por qué le pasa a ella y no a otras mujeres, ¿qué le explicamos? Y cuando la madre del cabo Villatoro nos diga que no se traen los hijos al mundo para que mueran tan lejos de sus hogares, ¿qué palabras inventaremos para que deje de llorar?
Qué paradoja, no hay guerras, pero los soldados españoles mueren. No hay guerra, sólo terrorismo, nos acaba de decir Obama. Es mentira. La guerra está entre nosotros. Ocurre que el hombre inventa las palabras y tiene la facultad de cambiarles el significado. La guerra que nos declara la Naturaleza nos parece la mirada turbia de Dios. La que trae la pobreza y la miseria la cubrimos de explicaciones geográficas e históricas. La guerra de la estupidez, la de no querer saber es la más cruel de todas. No sé si los soldados españoles que han muerto en Haiti viendo a un enemigo feroz e inerme encontraron algunas respuestas. Pero el final de sus vidas es la respuesta para muchos que hoy verán por la televisión sus funerales. Mueren por España y por otros que no saben nada de España. Mueren porque cuando fueron llamados no pudieron y no quisieron decir no. Rilke tiene un ruego a los cielos que empieza así: Detén mi corazón y latirá mi cerebro/ y si incendias mi cerebro/ te llevaré en mi sangre. Cómo siento que hayan muerto sin leer estos versos.
http://www.abc.es/20100419/opinion-firmas/soldados-espana-20100419.html
lunes, abril 19, 2010
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