Los ideólogos, esa plaga
Juan Pablo Vitali
21 de abril de 2010
Mucha gente termina enredada en la ideología. No sé para qué. Proyecta su idea sobre la realidad y se enamora de ella. Y si la realidad no se acomoda a esa idea se enoja. Siempre es difícil hablar con un ideólogo. Por eso prefiero tener una identidad, una forma de ser, y no una ideología. Será porque los criollos, mis antepasados, no pensaban en eso de las ideologías. Trataban de ser fieles a sí mismos y defender lo propio, nada más y nada menos que eso.
El ideólogo busca siempre la perfección abstracta, el momento y el lugar donde las cosas sean como él piensa que deben ser. Espera que todos los pueblos se respeten, o que todas las personas sean iguales, o que una raza generalmente decadente se convierta en superior, según el contenido de su idea. Pero nada de eso pasa en la realidad.
Siempre un pueblo se impone sobre el otro, las personas siguen siendo desiguales, y la raza a la que pertenecemos va a la deriva o en el último vagón de la historia. No hay final feliz ni historia ordenada.
Cuando el ideólogo analiza la historia, pareciera que todas las cosas pasaron según el análisis ideológico que él hace, y como siempre, todo lo ocurrido que no encaja en su pensamiento no sirvió para nada. Así, el que es “anti imperialista” termina odiando su propio idioma si ha sido alguna vez un idioma imperial; el que es racista termina pensando que el zángano blanco, indio o negro (según de qué caso se trate) que tiene al lado, es así por culpa del sistema, pero que en el fondo tiene un gran potencial; el que es liberal piensa que un minuto antes de que los mercados nos exterminen, todo se arreglará. Pero ninguna de esas cosas ocurre.
Cuando a los que hablan del pueblo todo el tiempo no los vota nadie, dicen que ese no es el pueblo, sin definir jamás qué es para ellos el pueblo. Pero si uno les dice que en realidad son una elite, también se enojan. Los ideólogos no quieren ser una elite porque para eso tendrían que ascender varios escalones y asumir otras responsabilidades, y siempre es más fácil bajar el nivel que subirlo.
Los marxistas todavía esperan que se genere la conciencia de clase, cuando ya hace rato que existe prácticamente una sola clase: la del hedonismo a cualquier precio.
Hay ideólogos del fin del mundo y del principio de una nueva era, ideólogos para los negros e ideólogos para los blancos, ideólogos y más ideólogos de todo tipo que sueñan lo que otros facturan. Porque el poder y la historia no son una ideología, sino un devenir de fuerzas a la manera de Heráclito y de Spengler. Una lucha que nunca termina y que no se rige por las teorías ideológicas sino que se justifica por ellas.
Los que piensan que un poder va a detenerse porque así lo establece su ideología, son unos inocentes por decirlo de un modo suave. Habría que volver al pensamiento antiguo como hicieron Nietzsche, Heidegger y Spengler, para entender realmente algo de todo lo que nos pasa. A aquel pensamiento que no estaba enamorado de lo abstracto de la idea, sino de los símbolos propios y de la realidad circundante.
En el fondo, a los ideólogos los rige la idea del pecado, porque el ideólogo es siempre un inquisidor en ciernes. En vez de considerar la realidad que tiene en frente tal cual es, para actuar en consecuencia y gozar de la belleza cuando esa realidad se lo permita, se contenta con buscar a los opresores de todos los tiempos, estigmatizar a los pueblos sin conciencia de clase, condenar a todos aquellos que en vez de excitarse con sus abstracciones ideológicas, se contentan con defenderse concretamente y aceptar su propia historia.
Los ideólogos necesitan ser de izquierda o de derecha, pero en general se ponen a la derecha o a la izquierda según les convenga, cuando sienten que hay un orden que no los necesita. Es que un Orden así, con mayúsculas, necesita estrategas y no ideólogos, porque estos últimos están siempre ubicados en el lugar equivocado en el momento equivocado, complicando cosas en el fondo sencillas, entorpeciéndolo todo.
Otra de las cosas que suele hacer el ideólogo, es rechazar todo lo que su propio pueblo ha hecho en el pasado, si es que no encaja exactamente en su ideología, creándose así una conciencia de auto flagelación que acelera la decadencia y lleva a una total derrota. Eso ni un niño pequeño lo haría, porque intuye que destruyendo a los padres por sus defectos, lo único que hace es exponerse al desamparo. Pero un ideólogo comprende mucho menos que un niño. El niño podrá ser a veces inconsciente, pero también es naturalmente realista. Y si algo no es el ideólogo es naturalmente realista para defender una posición, sino retorcido y amañado para someter todo a su propia ideología.
Es que no todos los libros hacen bien, y muchos tienen la extraña virtud de convertir en detestable lo evidente, que pese a todo seguirá siendo evidente. La sociedad sin clases, la sabiduría de los mercados y la igualdad de los pueblos, son algunas de esas cosas que pese a los ideólogos seguirán sin llegar. Después de todo, uno puede tener fe en cualquier cosa, el problema es que lo único que consiguen es perjudicar a los demás.
http://www.elmanifiesto.com/articulos.asp?idarticulo=3423
miércoles, abril 21, 2010
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