jueves 22 de abril de 2010
Otra vez se impone el cambio
José Meléndez
L A sociedad española tiene mas sentido común de lo que vulgarmente se cree y cuando la situación se torna insostenible opta por el cambio y siempre ha cambiado a mejor. Ocurrió así cuando cesó la era franquista y los españoles hicieron posible una transición admirable, venciendo la rutina de cuarenta años sin pensamiento político. Cuando la UCD de Adolfo Suárez,, autora material del cambio y del resurgimiento de España, se diluyó en sus luchas internas, la sociedad española le dio el poder a los socialistas y propició unos años de prosperidad, hasta que Felipe Gonzáles se ahogó en la corrupción y se impuso un nuevo cambio protagonizado por el Partido Popular de José María Aznar, que puso a España económica y políticamente, tanto a nivel nacional como internacional, en un lugar que no ocupaba desde los remotos tiempos en que en los dominios de Felipe II nunca se ponía el sol. Y ahora, cuando España pasa por los peores momentos de su historia moderna en todos los órdenes, con un gobierno inepto y aherrojado por sus polvorientos tabús ideológicos que ha fracasado, quemando a paso de carga las esperanzas que se pusieron en su inesperada elección, se impone un nuevo cambio que, por lógica y porque no hay otra opción, debe ser entregarle el poder de nuevo al Partido Popular.
Y esta es la clave de la situación que vivimos Hago esta afirmación porque cuando José Luis Rodríguez Zapatero ocupó la Moncloa tenía dos objetivos bien definidos y, para él, tan importantes el uno como el otro: mantenerse en un poder que las circunstancias trágicas del momento le habían otorgado y desarrollar una bien planeada y persistente campaña para que la derecha no pudiera volver nunca al poder, usando para ello los viejos resortes de la izquierda radical. Zapatero ganó unas elecciones que las encuestas le daban por perdidas gracias a las algaradas del 13M del 2.004 y desde entonces él y sus huestes no han dejado de atacar al Partido Popular, culpándole de todos los males que propiciaban los errores socialistas; firmando el tristemente famoso “Pacto del Tinell” y tratando de establecer por todos los medios lo que llamaban “cordones sanitarios” para aislar al PP, y, ahora, la vergonzosa defensa de la extrema izquierda (propiciada por el zapaterismo) del juez Baltasar Garzón y los ataques al Tribunal Constitucional porque no ha aprobado una descafeinada sentencia sobre la inconstitucionalidad del Estatuto de Cataluña, sin olvidar una desmesurada reavivación del antifranquismo para identificarlo con la derecha actual. Los socialistas vuelven a sacr de paseo al “doberman”.
La revanchista cultura ideológica de Zapatero –si es que la tiene- es una cultura adquirida de oídas porque él no conoció la Guerra Civil, como la inmensa mayoría de los que ahora se desgañitan pidiendo una justicia sesgada, ni conoció a su abuelo, pretendido mártir de sus sueños marxistas. Zapatero no es un demócrata, a pesar de que sus discursos están repletos de palabras tan biensonantes democráticamente como “derechos civiles”, “libertad de pensamiento”, “igualdad social”, “solidaridad”, “diálogo y comprensión” y otras semejantes. Zapatero nunca ha creído en la Transición democrática de España, ni en su unidad como Nación y todos sus esfuerzos están dirigidos a cambiar el actual sistema por otro que se fundamenta en preceptos ya caducos que la Historia, podadora implacable de los hechos, se ha encargado de enterrar. Ahí están para confirmarlo, la ley de Memoria Histórica, , la ley del aborto, los ataques constantes a la religión que profesa la inmensa mayoría de los españoles, la simpatía por los únicos dictadores que quedan en el planeta, el persistente afán de intervencionismo en las instituciones del Estado y, lo que es mas grave, el desmembramiento de España para cambiarla de una nación de autonomías a una nación confederal con Cataluña, con el severo riesgo de que las demás autonomías exijan el mismo trato.
Para conseguir todo esto ha empleado dos armas: conceder a los nacionalistas catalanes lo que piden para propiciar un cambio por medio del Estatuto y soslayar así el impedimento constitucional, y resucitar a la extrema izquierda, que se ha pasado setenta años rumiando su derrota y pensando en la revancha. Son pocos, porque el tiempo no perdona y la mayoría de los que conocieron aquellos días han desaparecido, pero dejaron plantada la semilla y ahora Zapatero pretende reavivarla.
La extrema izquierda en España se retrata por si sola. Es la que emplea la algarada, el insulto y la pancarta, la que recibe consignas y las cumple a rajatabla, la que trata de dar aires reivindicativos a sus protestas sectarias y calla cuando los excesos o los errores se cometen en su bando. Ahí esta como ejemplo el silencio servil de los sindicatos ante mas de cuatro millones de parados y el estrambótico escándalo que han montado en defensa del juez Garzón o los ataques al Tribunal Supremo y al Tribunal Constitucional. Pero eso le viene bien a los propósitos de Zapatero, que maneja los hilos en la sombra mientras exhibe talante y democracia en sus palabras.
Siempre que Zapatero y su gobierno cometen una equivocación y sus consecuencias quedan reflejadas en las encuestas, surge un alboroto callejero de la extrema izquierda y Maria Teresa Fernández de la Vega. (que parece querer regresar al primer plano ante los rumores de política amortizada), Pepiño Blanco (que vuelve a ser Pepiño tras un breve paréntesis en el parecía que quería convertirse en don José) y Leire Pajin (la delicia de los periodistas en sus conferencias de prensa) atizan el fuego en el que pretenden quemar al Partido Popular.
Dicen los que le conocen bien que Zapatero no escucha a nadie. Tiene un nutrido gobierno y una legión de 638 asesores a los que no deja exponer su criterio y exige de ellos que desarrollen lo que él les dice. Y al que no sigue esta línea, lo cambia. Eso le ocurrió a Jordi Sevilla, el que le dijo que aprendería economía en dos tardes, a Francisco Vazquez., un disidente al que mandó de embajador al Vaticano para que se curase con agua bendita la urticaria que, según dijo públicamente, le producía el Estatuto de Cataluña o a Pedro Solbes, que llegó un momento en el que ya no pudo aguantar mas imposiciones porque veía venir el desastre económico.
A los socialistas no les queda más que el caso Gurtel para atacar al Partido Popular y se agarran a él con desesperación. Por eso defienden a Garzón y siguen acusando de corrupción al PP. Pero el caso Gurtel está poniendo en evidencia varios aspectos importantes; una instrucción de oscuros designios por parte del juez, como la autorización de escuchas telefónicas ilegales, una ausencia total de cualquier resquicio de financiación ilegal como tratan de presentar los socialistas y una actuación firme de la dirección del PP dando de baja en el partido a todos los imputados, a pesar de que Leire Pajín siga machacando en el mismo clavo..
Tenemos por delante un amplio período electoral y la opinión pública debe elegir entre una España desmembrada, que no puede salir de la crisis económica con los remedios que se han aplicado hasta ahora, una España en la que desaparecen los valores tradicionales como el trabajo, la solidaridad, la libertad individual, las creencias de cada uno y la familia o una España unida que mantiene esos valores con un gobierno que ampare el bienestar social. Ya sabemos que Zapatero no nos puede brindar eso. Por eso, el cambio se impone una vez más.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=5660
jueves, abril 22, 2010
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