miércoles, abril 23, 2008

Jose Luis Restan, Las agujas de San Patricio

jueves 24 de abril de 2008
VIAJE DE BENEDICTO XVI A ESTADOS UNIDOS
Las agujas de San Patricio
Por José Luis Restán
Muchos rascacielos de Manhattan han superado la altura de las torres de la catedral de San Patricio, pero sus agujas son un testimonio perenne de la nostalgia de Dios en el corazón de la metrópolis ajetreada. Con palabras como éstas, Benedicto XVI se ha ganado palmo a palmo el corazón de los Estados Unidos en un viaje imposible de glosar en los modestos contornos de este artículo. La siembra ha sido enorme, el agricultor sabio, y la tierra se ha mostrado abierta y bien dispuesta.
Se cumplen doscientos años de la creación de las sedes de Nueva York, Boston, Filadelfia y Louisville, desmembradas de la diócesis madre de Baltimore. Era la ocasión para reconocer el crecimiento impresionante de aquel pequeño rebaño, para rendir homenaje a esa fe recia que ha sabido crear un denso entramado de parroquias, instituciones educativas y de caridad, y que ha intentado siempre llevar sus convicciones morales a la esfera pública, contribuyendo a forjar una vibrante sociedad democrática.
Ese ha sido el sentido homenaje del Papa a las iglesias que lo han acogido, para lanzarles un desafío que mira al futuro: al igual que el poder del Espíritu ha hecho grandes los frutos de aquellas comunidades, pobres en tantos sentidos, hará renacer ahora a la Iglesia que vive en los Estados Unidos. Una Iglesia que junto a espléndidas realizaciones, sufre la difundida separación entre fe y vida, experimenta también la división provocada por enseñanzas no conformes al magisterio eclesial, y continúa herida por los casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes y religiosos. Para todos esos problemas Benedicto XVI ha traído una luz al mismo tiempo clara y mansa, una palabra que aúna corrección y estímulo, y sobre todo la certeza de que la obra de la misión está en manos de Cristo, y por tanto ninguna debilidad puede bloquearla si las comunidades se abren a la conversión y caminan con toda la Iglesia.
Por lo que se refiere a los abusos sexuales, el Papa ha afrontado este drama con valentía y decisión. Ha mostrado su vergüenza por esa traición al ministerio sacerdotal, su inmenso dolor por el daño causado a las víctimas y su determinación de excluir del sacerdocio a quienes incurran en semejante pecado. No ha faltado el reconocimiento de una pésima gestión de estos casos en algunas diócesis, basada en el traslado de los imputados y el pago de astronómicos acuerdos extrajudiciales. Pero, sobre todo, ha conmovido su cercanía a las víctimas, su claridad de criterio y su apoyo a los obispos en la dura tarea de regenerar el tejido eclesial y restaurar la confianza allí donde se hubiera perdido. El aplauso cerrado de los miles de sacerdotes y religiosos congregados en San Patricio fue la expresión más elocuente de una gratitud palpable en el ambiente.
Mucho se ha hablado de las alabanzas dirigidas al modelo de laicidad abierta consagrado en los Estados Unidos. Pero eso no le ha impedido señalar la contrapartida de un dualismo verdaderamente lacerante, tanto en la vida personal como en la esfera pública, que está abriendo paso a una apostasía silenciosa. Además de recordar que es absurdo reducir la fe a una cuestión individual, desligada de la pertenencia eclesial, Benedicto XVI ha pedido a los obispos coraje para entrar en la discusión pública sobre las cuestiones sociales y morales de la actualidad, y les ha planteado el reto de articular y promover una renovada cultura católica, basada en la armonía entre fe y razón y encaminada a ofrecer una respuesta atrayente y veraz (en términos intelectuales y prácticos) a los problemas humanos de este momento.
Otro asunto que ha merecido especial atención en la agenda de este viaje ha sido el de las escuelas y universidades católicas, a las que ha recordado que su identidad no depende de las estadísticas, ni se identifica únicamente con mantener un discurso ortodoxo, sino que consiste en que cualquier aspecto de la actividad escolar se refleje en una vida eclesial de fe. El Papa ha pedido a los responsables de la tupida red escolar de la Iglesia en Estados Unidos que en sus centros sea "tangible" la fe, y les ha advertido frente a la perversa tentación de diluir la propia identidad en nombre de un supuesto servicio a la tolerancia y a la libertad. Por el contrario, el testimonio público de la fe contribuye a purificar la razón y sirve al crecimiento de la libertad.
De hecho el binomio verdad-libertad ha sido objeto de una detenida catequesis en diferentes momentos de la visita. Quizás el más hermoso tuvo lugar ante más de veinte mil jóvenes, tras una confidencia en la que Benedicto XVI les habló de su adolescencia en el contexto del monstruoso régimen nazi. Después les interrogó sobre el sentido de una libertad que ignorando la verdad persiga lo que es falso o injusto, abocando a la destrucción de la persona, y a continuación remarcó que la verdad no es una imposición ni un conjunto de reglas, sino el descubrimiento de Alguien del que siempre podemos fiarnos. Por eso la verdadera libertad no consiste en "desentenderse de", sino en comprometerse con la verdad que es Cristo, y que nos abre a todos los hombres.
Uno de los momentos más esperados del viaje ha sido el discurso a la Asamblea General de Naciones Unidas, seguramente el texto más denso y complejo de toda la visita. El Papa ha pedido a esta institución fidelidad a su espíritu fundacional y grandeza de miras para encarar los desafíos de este siglo. Ha recordado que los derechos humanos "están basados en la ley natural inscrita en el corazón del hombre", y ha advertido que arrancarlos de ese contexto implica negar su universalidad y vaciarlos de contenido ideal y práctico. Vibrante fue la defensa de la libertad religiosa y de la aportación de la visión religiosa a la vida pública, al afirmar que favorece la conversión del corazón y el compromiso de resistir a la violencia y de promover la justicia y la paz. "Es inconcebible –ha clamado ante los poderosos de la tierra– que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos, la fe, para ser ciudadanos activos".
Y entre las estampas de este viaje que quedarán para la historia, no podemos olvidar la del Papa arrodillado en el centro de la Zona Cero de Nueva York, "escenario de violencia y dolor increíbles". Un Papa que reza y que acoge a las víctimas; que no da recetas para este misterio escandaloso, pero que tiene la audacia de proclamar que es posible la esperanza, porque creemos en el Dios que tiene un rostro humano, Aquel que en Cristo ha probado la muerte y la ha vencido para siempre. Como si quisiera secundar esta esperanza, la gente se volcó para aclamar al pontífice en uno de sus últimos recorridos por la ciudad de los rascacielos. Hacía trece años de la última visita de Juan Pablo II, años duros y amargos para la comunidad católica estadounidense. Ahora un viento cálido, exigente y amable, curativo y ardiente, ha vuelto a hinchar las velas de esta nave: duc in altum, les ha repetido Pedro. Es hora de navegar.

http://iglesia.libertaddigital.com/articulo.php/1276234597

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