jueves 24 de abril de 2008
SÚBDITOS O CIUDADANOS
Después de escuchar a David Gistau
Por Alfonso García Nuño
Parece que, en general, a los españoles no les importa mucho si sus gobernantes mienten o no. Tampoco si roban mucho o poco, si montan o no una trama de crimen de Estado, si socavan las libertades, la igualdad ante la ley, la separación de poderes, etc.
Bueno, eso depende de qué gobernantes sean. Porque, en esto, las generalizaciones hay que matizarlas. Si los gobernantes son de los buenos, de los nuestros, está justificado que usen cualquier medio para los fines publicitados en campaña. Pero tampoco parece que importe mucho si cumplen esos fines; con que mantengan la ilusión en la realización futura de esas promesas puede ser suficiente. Sí, de esto hay mucho. También parece que, en general, el espíritu rebañego, consecuencia en gran parte de una larga dictadura y de pocos períodos efectivos de democracia en nuestra historia, sea otro de los componentes por los que los gobernantes y políticos españoles no tengan que pasar filtros de calidad demasiado exigentes.
Pero también hay españoles –creo que muchos, aunque sean sólo una descomunal minoría– que no están por la labor de que vivamos en un teatro permanente, en el que hagamos como que vivimos en una democracia sana. Esos españoles, tanto de izquierdas como de derechas, cristianos o no, creyentes o no, piensan que los políticos no están para ganar elecciones, sino, ante todo, para que sean posibles, en la vida social, unos principios y valores. La victoria en las urnas no es un fin en sí mismo, sino que es para la realización del bien común, es decir, de las condiciones sociales necesarias para que cada uno y cada grupo humano pueda perseguir y llevar a cabo su propia y auténtica perfección.
Estos españoles no se conforman con que les llene la escudilla, es más, están dispuestos a sacrificarla por esos valores. Incluso me atrevería a decir que están dispuestos a perder una y otra vez las elecciones antes que ganarlas inmolando algún principio innegociable, porque hay cosas, sí, que son innegociables. Ni que decir tiene que, si no merece ganar el mundo a costa de lo que da sentido a la vida y hace que merezca la pena –¡la pena!– ser vivida, mucho menos se justifica un simple cómodo puesto de comparsa en la comedia somnífera nacional.
¿Exagero? ¡Cómo me gustaría! Entre los rápidos juegos de manos con los que los magos de la alta política entretienen nuestra atención y la de ellos mismos, ocurren cosas muy significativas a las que se les dedica poco tiempo y comentario. En el País Vasco, por poner un ejemplo, en media docena de centros de enseñanza se ha dado el caso de que los claustros de profesores han votado si ese centro público impartía o no religión, con independencia de que los padres la pidieran o no. ¿Cómo es posible tal arbitrariedad y despotismo? ¿Cómo es posible tal falta de respeto a los padres, a los alumnos y a la ley? Estas cosas no ocurren por generación espontánea. Cuando funcionarios de distintos centros se lanzan a actuar abiertamente de manera tan evidentemente ilegal –en principio, con riesgo de sanción disciplinaria– es porque se ha creado un clima social que propicia la imposición de la "verdad democrática".
Claro que, antes de llegar a esto en los institutos y colegios públicos, ha habido pasos previos propiciados por los gobernantes y mayoritarios medios de comunicación. Desde hace tiempo, la imposición de una ideología y la erradicación de lo que la estorbe, entre lo que descuella lo religioso, se considera por muchos como algo natural, hasta el punto de que muchas de las victimas asumen como irremediable su papel. ¿Cuántos profesores viven como leprosos en sus centros? ¿A cuántos alumnos se les asigna el papel de tontos cuando sencillamente es que no se dejan arrastrar por la "moral" socialmente dictada?
Entre contribuir a la siesta nacional y echarse al monte, hay otras posibilidades. Con medios morales, no hay que callar y hay que dar una batalla de ideas y valores nítida y sin complejos, en la que en lo innegociable no se transija, aunque por falta de transacción se le cuelgue a uno el sambenito de la intransigencia. Los cristianos y la Iglesia tienen el reto no de que se les tolere, ni siquiera de que se les respete, sino de que se respete a todos. Si no lo somos todos, nadie es respetado, aunque algunos sean temidos... y nos toleren.
http://iglesia.libertaddigital.com/articulo.php/1276234599
miércoles, abril 23, 2008
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